1) Jesús NO fundó ninguna iglesia o credo. El vivió, murío y volvió a vivir como judío. Siempre observó el judaismo.
		
		
	 
Mateo 16:18 "Yo te digo que tu eres Petro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia"
	
		
	
	
		
		
			2) El cristianismo es obra de Pablo de Tarso, judío romano.
		
		
	 
No en su totalidad, no hubiera podido una sola persona el cristianismo de la forma en que crecio, los doce apostoles estaban pintados?
	
		
	
	
		
		
			3) No existe evidencia histórica de que Pedro haya sido el primer Papa. Ni siquiera hay evidencia histórica de que Pedro estuviera y muriera en Roma.
		
		
	 
El Primado de Pedro en la historia, Parte I 
                               Por José Miguel Arráiz
                               Nota: Para descargar este artículo en PDF clic 
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                               Otro tema que quiero  analizar es la evidencia   histórica en favor de la primacía petrina,  pero dejando en claro que debido a   que no es posible por cuestión de  espacio analizar toda la evidencia histórica   del papado, (sería  necesario escribir un libro entero), trataré de analizar la   más  relevante dejando lo faltante para entregas posteriores.
                                
                                
                                Antes de comenzar tenemos que establecer  que es y que no es   el Papado. Muchos protestantes que no “encuentran”  un Papa en los primeros   siglos cristianos, fallan en no entender la  esencia del Papado. Si su búsqueda   la centran en alguien portando el  título de “Papa”, con espléndidas ropas,   aspecto pomposo y casi  dictatorial, demandando que todos los cristianos sigan   sus decretos  sin preguntas (La imagen que la mayoría de los protestantes tienen   del  Papado) no lo encontrarán. Es oportuno citar aquí el comentario del    apologista católico Mark Bonocore:
  
                                “
No vamos a decir que la    perspectiva protestante no tiene absolutamente ninguna validez. Por el    contrario, es algo cierto decir que los Papas de Roma han actuado con  un estilo   autocrático y dictatorial en muchas ocasiones en la historia  cristiana. Sin   embargo, el estilo del Papado no define al Papado  mismo, ni define su existencia   en la Iglesia primitiva”. [1]
  
                                Así, no debemos tener problema en   aceptar que dicho 
estilo de  Papado no existía, o ha ido variando y   evolucionando a medida que la  Iglesia ha enfrentado diferentes retos y   situaciones históricas, pero  el Papado mismo (propiamente definido) existió   desde el mismo momento  en que Cristo encomendó a Pedro apacentar las ovejas y   corderos de su  rebaño.
  
                                Pero ¿Cual es la 
esencia del Papado para   que podamos reconocerla a lo largo de la historia a pesar de su estilo?. Mark   explica:
  
  
“El Papado es el ministerio de pastor supremo con poder   de jurisdicción de mantener la unidad universal y ortodoxia   dentro de la Iglesia Cristiana”
  
                                ¿Existió un obispo en Roma   ejerciendo  dicho ministerio en los primeros siglos cristianos? Eso es lo que    vamos a analizar.
  
  
Evidencia histórica
  
  San Clemente   Romano.
  
                              San   Clemente Romano fue obispo de Roma y  tercer sucesor de San Pedro [2]. En el   tiempo de su pontificado tuvo  que enfrentar una rebelión ocurrida   aproximadamente en el año 96 d.C.,  donde en la comunidad de Corinto se   despojaron de sus ministerios a  los presbíteros legítimamente constituidos.   Clemente envía a nombre de  la Iglesia de Roma una carta disciplinaria que es   acaba con la  revuelta y devuelve la paz a dicha comunidad. Algunos fragmentos de   la  carta:                         
                                                                                               
                               
“De  la Iglesia de Dios que habita como forastera en Roma, a   la Iglesia de  Dios que habita como forastera en Corinto. A causa de las   repentinas y  sucesivas calamidades y tribulaciones que nos han sobrevenido, creemos, hermanos, haber vuelto algo tardíamente nuestra atención a los asuntos discutidos entre   vosotros.  Nos referimos, carísimos, a la sedición, extraña y ajena a los    elegidos de Dios, abominable y sacrílega, que unos cuantos sujetos,  gentes   arrojadas y arrogantes, han encendido hasta punto tal  de insensatez,   que vuestro nombre, venerable y celebradísimo y digno  del amor de todos los   hombres, ha venido a ser gravemente ultrajado”. [3]
                                  
                          “Mas si   algunos desobedecieren a las amonestaciones que por nuestro   medio os ha dirigido El mismo, sepan que se harán reos de no   pequeño pecado y se exponen a grave peligro. Más nosotros seremos inocentes   de este pecado…” [4]
                                                                Aunque no suele ser común que los historiadores   protestantes  vean en esta carta una evidencia a favor del primado romano [5],   hay  poderosas razones para pensar que si. En primer lugar porque el autor    comienza presentando excusas por no haber podido tomar cartas en el  asunto con   prontitud en las irregularidades de Corinto, hecho que  prueba claramente, como   comenta Johannes Quasten, que “
la carta no  fue inspirada únicamente por la   vigilancia cristiana de los orígenes  ni por la solicitud de unas comunidades por   otras. De ser así hubiera  sido obligado el presentar excusas por inmiscuirse en   la controversia.  En cambio, el obispo de Roma considera como un deber el tomar   el  asunto en sus manos y cree que los corintios pecarían si no le prestaran    obediencia … Un tono tan autoritario no se explica  suficientemente por   el mero hecho de las estrechas relaciones  culturales que existían entre Roma y   Corinto. El escritor está  convencido de que sus acciones están inspiradas por el   Espíritu Santo:  “Alegría y regocijo nos proporcionaréis si obedecéis a lo que os    acabamos de escribir impulsados por el Espíritu Santo”[6]
                                
                                Una   explicación similar nos da José Orlandis [7]:
                                
                                “
Se trata de un hecho   tan  significativo [refiriéndose al conflicto en Corinto] –tanto por la época  en   que se produjo, como por su contenido – que Pierre Batiffol [8] lo  denominó la   “la epifanía del primado romano” [9]
                                
                                Explica también:   “
Clemente, en  nombre de la iglesia Romana, manda a los rebeldes que se   sometan a los  presbíteros y que hagan la penitencia que habrá de obtenerles el    perdón. La carta no dice si la Iglesia romana intervenía a petición de  los   presbíteros depuestos –lo que constituiría el primer caso conocido  de un recurso   a la Sede romana- o bien si esta Sede actuó por su  propia iniciativa, lo que   probaría que tenía conciencia de su  potestad para intervenir en asuntos   de otra iglesia, cuando el bien  público eclesial –la salvaguardia de la fe o de   la disciplina [lo que  hemos comentado de la esencia del primado] así lo   demandara”. Pero lo  que resulta más significativo es la buena acogida   que tuvo en  Corinto la intervención romana: fue recibida sin resistencias y    tenida en gran honor. Dionisio de Corinto atestigua que, hacia el año  170   perduraba aún en esa comunidad la costumbre de leer la carta de  Clemente Romano   en la celebración de la liturgia del domingo. Por las  mismas fechas, en Egipto,   la carta era tenida en tanta estima que un  escritor de la fama de Clemente de   Alejandría la tenía como una  “Escritura santa”. En fin, Eusebio de Cesárea añade   que, todavía en su  tiempo –primera mitad del siglo IV-, la epístola de Clemente   seguía  siendo leída en muchas iglesias" [10]
                                
                              Es también bastante   significativo que  para la fecha en que ocurrió la revuelta estaba todavía vivo y    presidiendo en la cercana Efeso el apóstol San Juan, hecho que atestigua  San   Ireneo cuando escribe:                              
                                                                                               
                               
“Finalmente  la Iglesia de Efeso, que Pablo   fundó y en la cual Juan permaneció  hasta el tiempo de Trajano, es también   testigo de la Tradición  apostólica verdadera” [11]
                                                                Dado que Trajano   reinó desde el año 98 d.C hasta el 117 d.C.  Juan tuvo que haber estado todavía   vivo cuando ocurrió la revuelta  (año 96). ¿Por qué es el obispo de Roma quien   sintió estar obligado a  poner disciplina en la revuelta de una iglesia tan   remota y no el  apóstol Juan estando mucho más cerca? Porque era el obispo de   Roma  quien como sucesor de Pedro ejercía el “ministerio de pastor supremo con    poder de jurisdicción de mantener la unidad universal y ortodoxia  dentro de la   Iglesia Cristiana”. ¿Por qué los corintios debían  someterse al obispo de una   iglesia remota, cuando ellos mismos  desobedecieron y removieron de sus cargos a   sus propios presbíteros?.
                                
                              
                               
San Ignacio de   Antioquia
                               
		
		
	
	
                                Discípulo de   Pedro y  Pablo, segundo obispo de Antioquia y mártir durante el reinado de    Trajano aproximadamente en el año 107 d.C. Cuando fue condenado a muerte  se le   ordenó trasladarse desde Siria a Roma para ser martirizado. De  camino a Roma   escribió siete epístolas dirigidas a las iglesias de  Efeso, Magnesia, Tralia,   Filadelfia, Esmirna, Roma y una carta a San  Policarpo [12]. Puede consultar en   línea la traducción de protestante  (de las epístolas en   
Epstolas de Ignacio  (tomada de la obra Los Padres   Apostólicos, por J. B. Lightfoot.  Editorial CLIE)
                                
                                La carta más importante   es la que  escribió a la iglesia de Roma, y es imposible no notar un tono    diferente que el que utilizó con las demás iglesias en las que si se  observa a   diferencia de la anterior un tono de instrucción    autoritativa.
                                                                                               
                               
“Ignacio,  por sobrenombre Portador de Dios: a la   Iglesia que alcanzó  misericordia en la magnificencia del Padre altísimo y de   Jesucristo su  único Hijo; la que es amada y está iluminada por la voluntad de   Aquel  que ha querido todas las cosas que existen, según la fe y la caridad de    Jesucristo Dios nuestro; Iglesia, además, que preside en la capital del   territorio de los romanos;  digna ella de Dios, digna de todo decoro, digna   de toda  bienaventuranza, digna de alabanza, digna de alcanzar cuanto desee,    digna de toda santidad; y puesta a la cabeza de la caridad, seguidora  que es de   la ley de Cristo y adornada con el nombre de Dios: mi saludo  en el hombre de   Jesucristo, Hijo del Padre…” [13]
                                                               No es imperceptible el   reconocimiento de Ignacio a la Iglesia de Roma como la Iglesia “
que preside   en Roma” y “
puesta a la cabeza de la caridad”. Mucho menos el   tono, no impartiendo instrucción, sino solicitando confirmarla:
                                                                                               
                               
“A    nadie jamás tuvisteis envidia; a otros habéis enseñado a no tenerla.  Ahora,   pues, lo que yo quiero es que lo que a otros mandáis cuando los  instruís como a   discípulos del Señor, sea también firme  respecto de mi. Lo único que para mí   habéis de pedir es fuerza, tanto  interior como exterior, a fin de que no sólo   hable , sino que esté  también decidido; para que no solo, digo, me llame   cristiano, sino que  me muestre como tal” (14]
                                  
                                  “No os doy yo   mandatos como Pedro y Pablo.  Ellos fueron Apóstoles; yo no soy más que un   condenado a muerte;  ellos fueron libres; yo, hasta el presente, soy un   esclavo…” [15]
                                
                                                                Mark Bonocore en su debate con Jason Engwer [1] a   este  respecto comenta:                                 
“Lo más  significativo es que mientras Ignacio   solicita a todas las Iglesias a  las que escribe orar por su iglesia de Siria   (Antioquia), el nunca  encarga esta al cuidado de otra iglesia, sino solamente a   Roma.  También la frase que usa es bastante interesante, y se hace eco de la    terminología que el invoca en su introducción, donde dice como “Roma  preside en   la caridad”. Ahora, en su cierre, el dice de Antioquia:
                                                                                               
                               “Acordaos  en   vuestras oraciones de la Iglesia de Siria, que tiene ahora, en  lugar de mi, por   pastor a Dios. Solo Jesucristo y vuestra caridad  harán con ella oficio de   obispo.” [16]
                                
                              San Ireneo de Lyon
                               
                                
                                San Ireneo (obispo y   mártir). Nacido  aproximadamente en el año 130 y su martirio en el año 202 d.C.   fue  discípulo de San Policarpo que a su vez fue discípulo del apóstol San  Juan.   De allí que su testimonio, por su contacto directo con la edad  apostólica, sea   de tanta importancia.
                                
                              En su tratado “
Adversus haereses”  (Contra   los herejes) testifica poder enumerar los obispos designados  por los apóstoles   en las diferentes iglesias y la serie de los que han  ido sucediéndoles hasta su   tiempo, sin embargo por ser demasiado  larga la tarea se limita a darnos la   sucesión episcopal de la Iglesia  de Roma, a quien califica de “
la más   grande”, “
más antigua” y “
mejor conocida con   todos”.
                                                                                               
                               
“Pero sería muy largo, en un volumen como éste, enumerar   las sucesiones de todas las Iglesias, nos  limitaremos a la Iglesia más   grande, más antigua y mejor conocida por  todos, fundada y establecida en Roma   por los dos gloriosísimos  apóstoles Pedro y Pablo, demostrando que la   tradición que  tiene recibida de los apóstoles y la fe que ha anunciado a los   hombres  han llegado hasta nosotros por sucesiones de obispos. Ello servirá para    confundir a todos los que de una forma u otra, ya sea por  satisfacción o por   vanagloria, ya sea por ceguedad o por equivocación,  celebran reuniones no   autorizadas…”[17]
                               Luego sigue una  declaración importantísima donde   pone de relieve la primacía de la  Iglesia de Roma sobre el resto, en donde la   traducción latina que se  conserva dice:                                
Ad hanc enim ecclesiam    propter potentiorem principalitatem necesse est omnem convenire  ecclesiam, hoc   est omnes qui sunt undique fideles, in qua semper ab  his qui sunt undique,   conservata est ea quae est ab apostolis traditio
                                
                                Una posible   traducción sería:
                                                                                               
                               
“…Porque,  a causa de su caudillaje más eficaz,   es preciso que concuerden con  esta Iglesia todas las Iglesias, es decir, los   fieles que están en  todas partes, ya que en ella se ha conservado siempre la   tradición apostólica por los (fieles) que son en todas partes”
                                
                               Una   objeción a la  evidencia que aportan estos escritos de San Ireneo a la primacía   del  obispo de Roma como sucesor de Pedro la explica la Enciclopedia    Católica.
                                
                                “
Algunos escritores no católicos han  intentado quitarle   importancia al pasaje a base de traducir la  palabra convenire como “recurrir a   “, y entendiendo de ese modo  únicamente que los fieles de todos lados (undique)   recurrían a Roma  para que el flujo de la doctrina de la Iglesia se mantuviera   inmune al  error. Esa traducción, sin embargo, queda rebatida por la conclusión    del argumento, el cual está basado enteramente en la afirmación de que  la   doctrina romana se mantiene pura gracias a que tiene su origen en  los dos   Apóstoles fundadores de dicha iglesia, Pedro y Pablo. Las  frecuentes visitas de   miembros de las otras iglesias cristianas a Roma  no añadían nada a eso. Por otra   parte, la traducción tradicional es  exigida por el mismo contexto, por sobre la   cual, aunque ha sido  objeto de innumerables ataques, no se ha encontrado ninguna   otra con  mejores probabilidades reales (véase Dom J. Champman en “Revue    Benedictine”, 1895, p. 48 ).” [18]
                                
                                Posteriormente San Ireneo lista    enseguida los obispos Romanos en 3, 3, 3, continuando con Lino,  Anacleto,   Clemente hasta Eleuterio:
                                                                                               
                               
“Luego  de haber fundado y edificado la   Iglesia los beatos Apóstoles,  entregaron el servicio del episcopado a Lino: a   este Lino lo recuerda  Pablo en sus cartas a Timoteo (2 Timoteo 4, 21). Anacleto   lo sucedió.  Después de él, en tercer lugar desde los Apóstoles, Clemente heredó   el  episcopado, el cual vio a los beatos Apóstoles y con ellos confirió, y  tuvo   ante los ojos la predicación y Tradición de los Apóstoles que  todavía resonaba;   y no él solo, porque aún vivían entonces muchos que  de los Apóstoles habían   recibido la doctrina. En tiempo de este mismo  Clemente suscitándose una   disensión no pequeña entre los hermanos que  estaban en Corinto, la Iglesia de   Roma escribió la carta más  autorizada a los Corintos, para congregarlos en la   paz y reparar su  fe, y para anunciarles la Tradición que poco tiempo antes había    recibido de los Apóstoles…” [19]
                                
                               Para finalizar es  importante   también mencionar como afirma de forma directa que fueron  Pedro y Pablo quienes   fundaron la Iglesia de Roma (Hubo un tiempo en  que algunos eruditos protestantes   negaban que Pedro incluso hubiera  estado en Roma, hoy día es más difícil   encontrar este alegato entre  los sectores cultos del   protestantismo.)
                                
                                                                                               
                               
“Mateo, (que predicó) a los Hebreos en su propia   lengua, también puso por escrito el Evangelio, cuando Pedro y Pablo   evangelizaban y fundaban la Iglesia.  Una vez que éstos murieron, Marcos,   discípulo e intérprete de Pedro,  también nos transmitió por escrito la   predicación de Pedro. Igualmente  Lucas, seguidor de Pablo, consignó en un libro   "el Evangelio que éste  predicaba" (1 Tesalonicences 2, 9; Gálatas 2, 2; 2   Timoteo 2, 8 ).  Por fin Juan, el discípulo del Señor "que se había recostado   sobre su  pecho" (Juan 21, 20; 13, 23), redactó el Evangelio cuando residía en    Efeso” [20]
                               La controversia pascual
                                
                                Durante el   pontificado del Papa San  Victor (189 d.C. – 198 d.C.) ocurre una afirmación más   explicita sobre  la supremacía de la Iglesia de Roma respecto a otras Iglesias.   La  controversia pascual surgió como consecuencia de las diferencias  existentes   entre la iglesia de Roma –a la que seguían casi todas las  demás- y las iglesias   asiáticas, en cuanto al día de la celebración de  la pascua.
                                
                                Aunque   pudiese parecer que la  diferencia era secundaria, dicha fecha condicionaba todo   el ciclo  litúrgico, lo cual era un signo visible de comunión entre todas las    iglesias, por lo que se hacia necesario resolver el conflicto.
                                
                                Es   importante notar como para resolver  el conflicto, San Policarpo (discípulo del   mismo San Juan) se  trasladó a Roma con más de 80 años de edad. Él alegaba que no   podía  renunciar a una tradición que había aprendido del propio San Juan.  Debido   a esto el Papa y San Policarpo mantuvieron la paz, aunque ya  para el siglo II el   problema vuelve a agravarse cuando en la liturgia  de las iglesias asiáticas se   introducen algunas observancias con color  judaizante. Ante esto el Papa Victor   I, conciente de su potestad  primacial, convocó la reunión de sínodos   provinciales en las diversas  iglesias, y todos ellos, excepto los asiáticos, se   mostraron de  acuerdo con lo expuesto por el Papa y la costumbre romana. Entonces   el  Papa Victor amenazó con sanciones canónicas y con la excomunión. El  cisma no   se produjo gracias a la intervención de San Ireneo, quien  tras reconocer su   adhesión a la observancia romana, pidió al Papa que  no es excomulgara, por el   apego que mostraban a sus antiguas  tradiciones, siendo que no era una cuestión   doctrinal. El Papa aceptó  no excomulgarles e igualmente a la larga terminaron   por aceptar la  disciplina romana.
                                
                                Nuevamente aquí tenemos un obispo de    Roma ejerciendo el ministerio de la unidad y conciente de la autoridad  que ha   recibido, al punto de amenazar con sanciones de excomunión a  otras iglesias,   cosa que demuestra que también para esta fecha  temprana, la iglesia de Roma   estaba conciente de su primacía.
                                
                                
Tertuliano, testimonio hostil de la   supremacía del obispo de Roma.
                               
                                
                                Nacido aproximadamente en el año 160    d.C. y fallecido hacia el 220 d.C. Tertuliano no es considerado un padre  de la   Iglesia, sino un apologeta y escritor eclesiástico de gran  erudición. Al final   de su vida cae en herejía abrazando el montanismo  [21], pero fue muy leído antes   de abandonar la Iglesia Católica.
                                
                                Es muy notable el cambio de pensamiento    que tuvo Tertuliano antes de abrazar la herejía. Reconocía sin dudar  la   autoridad de Roma y al apóstol Pedro como la piedra sobre la que  Cristo edificó   su Iglesia. Niega rotundamente a los herejes cualquier  derecho a apelar a las   Escrituras por no poder testimoniar una  legítima sucesión   apostólica.
                                
                                Tertuliano también menciona como San Clemente fue ordenado   por el mismo San Pedro [22]
                                                                                               
                               
“Por lo demás, si  algunas [herejías] se   atreven a insertarse en la edad apostólica para  parecer transmitidas por los   Apóstoles por cuanto existieron en  tiempo de los Apóstoles, nosotros podemos   decir: publiquen, entonces,  los orígenes sus iglesias, desplieguen la lista de   sus obispos, de  modo que, a través de la sucesión que discurre desde el   principio,  aquel primer obispo haya tenido como garante y antecesor a alguno de    los Apóstoles o a alguno de los varones apostólicos, pero que haya  perseverado   con los Apóstoles.. En efecto, de esa manera dan a conocer  sus orígenes las   iglesias apostólicas: como la iglesia de los  esmiornitas cuenta que Policarpo   fue puesto por Juan, como la de los romanos que Clemente fue ordenado por   Pedro.  3. De igual modo, ciertamente, también las otras iglesias muestran    que vástagos de semilla apostólica poseen destinados al episcopado por  los   apóstoles. Inventen algo semejante los herejes. Pues, luego de  tanta blasfemia   ¿qué es ilícito para ellos?” [23]
                                
                                                               También escribe Tertuliano que en   Roma está “pronta la autoridad”
                                                                                               
                               
“Pero si te encuentras cerca de   Italia, tienes Roma, de donde también para nosotros está pronta la autoridad [de los apóstoles]. 3 Qué feliz es esta Iglesia a la que los Apóstoles   dieron, con su sangre, toda la doctrina, donde Pedro es Igualado a la pasión   del Señor,  donde Pablo es coronado con la muerte de Juan [Bautista], donde   el  apóstol Juan, después que, echado en aceite rusiente, no sufrió ningún  daño,   es relegado a una isla.”[24]
                                                               En la misma obra llama a San Pedro   “
piedra de la Iglesia que iba a ser edificada”
                                                                                               
                               
“¿Quién,   pues,  de mente sana puede creer que ignoraron algo aquellos que el Señor dio    como maestros, manteniéndolos inseparables en su comitiva, en su  discipulado, en   su convivencia, a quienes exponía aparte todas las  cosas oscuras, diciéndoles   que a ellos era dado conocer aquellos  misterios que al pueblo no era permitido   entender? . ¿Se le ocultó  algo a Pedro, que fue llamado piedra de la Iglesia   que iba a  ser edificada, que obtuvo las llaves del reino de los cielos y la    potestad de desatar y atar en los cielos y en la tierra?” [25]
                                                                Sin embargo ocurrió un cambio notable en la postura de    Tertuliano una vez se hizo discípulo del hereje Montano, en virtud de su    rigorismo negó que los pecados de adulterio y fornicación pudieran  ser   perdonados, desconoció que el poder conferido a Pedro en virtud de  sus llaves lo   recibieran sus sucesores, alegando que era “exclusivo  de Pedro”, niega también   que los obispos en comunión con él lo  pudieran utilizar. Esta postura llegó a   ser opuesta a lo que había  sostenido en De paenitentia (Sobre la penitencia).   Dice en forma  tajante en De pudicitia (Sobre la modestia):
                                
                                                                                               
                               
“Si,    porque el Señor dijo a Pedro: “Edificaré mi Iglesia sobre esta  piedra; te he   dado las llaves del reino de los cielos”, o bien: “Todo  lo que atares o   desatares en la tierra, será atado o desatado en el  cielo” presumes que el   poder de atar y de desatar ha llegado  hasta ti, es decir, a toda la Iglesia que   esté en comunión con Pedro,  ¿Qué clase de hombre eres? Te atreves a pervertir y   cambiar totalmente  la intención manifiesta del Señor, que no confirió este   privilegio  más que a la persona de Pedro. “Sobre ti edificaré mi Iglesia”, le    dijo El, “A ti te daré las llaves”, no a la Iglesia. “Todo lo  que atares o   desatares”, etc. Y no todo lo que ataren o desataren…Por  consiguiente, el poder   de atar o desatar, concedido a Pedro, no tiene  nada que ver con la remisión de   los pecados capitales cometidos por  los fieles…Este poder, en efecto, de acuerdo   con la persona de Pedro,  no debía pertenecer màs que a los hombres espirituales,   bien sea  apóstol, bien sea profeta” [26]
                                
                                                                El texto es muy revelador   porque revela como en una época tan  temprana Tertuliano se enfrentaba a un   obispo que utilizaba Mateo 16,  18-19 para afirmar que las Iglesias en comunión   con Pedro tenían la  autoridad de perdonar pecados incluso graves. Aunque su   rechazo a la  autoridad pretende ser un sarcasmo, subrayan de igual manera la    autoridad de la Iglesia de Roma, testimonio singular que sale de la boca  no de   un obispo católico, sino un monje hereje.
                                
                                En próximas entregas   analizaremos en  detalle el testimonio de San Cipriano, San Agustín y otros   padres de  la Iglesia.
                                                                                             
                                
                                
Referencias
                                
                                [1] Mark Bonocore: Debate   con Jason Engwer, Palabras de apertura.
                                
                                [2] Así consta en la lista de   obispos  romanos más antigua que nos ha dejado San Ireneo ([Adversus Haereses 3,    3, 3) y por Eusebio de Cesárea en su obra Historia eclesiástica  (Historia   ecclesiastica 3, 15, 34).
                                
                                [3] Epístola de Clemente a los Corintios  I. BAC   65. Padres apostólicos, Daniel Ruiz Bueno, Pág. 177.
                                
                                [4] Epístola de   Clemente a los  Corintios LIX. BAC 65. Padres apostólicos, Daniel Ruiz Bueno,   Pág.  231.
                                
                                [5] Cesar Vidal Manzanares, conocido  teólogo e historiador   protestante escribe sobre esta carta en su  Diccionario de patrística: “La carta   reviste cierta importancia por  cuanto no sólo contiene un testimonio de   importancia acerca de la  estancia de Pedro en Roma y de la de Pablo en España,   sino que,  además, aparece en ella la primera declaración expresa sobre la    sucesión apostólica (XLIV, 1-3), con todo no afirma el primado de la  sede de   Roma.”
                                
                                [6] BAC 206. Johanes Quasten, Patrología I. Pág. 56.
                                
                                [7]   José Orlandis fue catedrático de  Historia del Derecho de la Universidad de   Zaragoza. Decano de la  Facultad de Derecho Canónico y primer Director del   Instituto de  Historia de la Iglesia. Ha realizado más de doscientos trabajos y   más  de 20 libros.
                                
                                [8] Pierre Batiffol, historiador  francés, fue primer   capellán del Colegio de Santa Bárbara. También fue  rector de la Universidad   Católica de Tolusa. Escribió una serie de  ensayos escolares sobre la historia de   la Iglesia primitiva. Es  reconocido como un erudito en historia de la   Iglesia.
                                
                                [9] El pontificado Romano en la historia, José Orlandis, Pág.   36.
                                
                                [10] Ibid.
                                
                                [11] Adversus Haereses. 3, 3, 4 .
                                
                                [12] San   Policarpo. Obispo de Smirna y discípulo del apóstol San Juan. Murió   mártir.
                                
                                [13] Epístola de Ignacio a los romanos,  Firma y saludo. BAC 65.   Padres apostólicos, Daniel Ruiz Bueno, Pág.  474.
                                
                                [14] Epístola de Ignacio   a los  romanos, 3, 1. BAC 65. Padres apostólicos, Daniel Ruiz Bueno, Pág.    476.
                                
                                [15] Epístola de Ignacio a los romanos,  4, 3. BAC 65. Padres   apostólicos, Daniel Ruiz Bueno, Pág. 477.
                                
                                [16] Epístola de Ignacio a los    romanos, IX. BAC 65. Padres apostólicos, Daniel Ruiz Bueno, Pág.   480.
                                
                                [17] Adversus Haereses 3, 3, 2.  Traducción tomada de Patrología I.   5ta Edición. Johannes Quasten BAC.  Pág. 303.
                                
                                [18] Enciclopedia Católica.   “Papa”.
                                
                                [19] Adversus Haereses 3, 3, 3.
                                
                                [20] Adversus Haereses 3,   3, 1.
                                
                                [21] Montanismo: Herejes de los siglos I  y II, seguidores de   Montano. Montano comenzó a predicar en el año 172  presentándose como un   iluminado con don de profecía enviado por Dios.  Entre sus discípulos, entre los   que estaban figuras prestigiosas como  Tertuliano le consideraban en cambio, por   el Paráclito prometido por  Cristo, título que el mismo Montano se concedía.   Afirmaba que  Jesucristo no había revelado todo a los hombres, sino que había   dicho a  los apóstoles que tenía muchas cosas que enseñarles pero que todavía no    estaban capacitados para entenderlas, y esa tarea le había sido  concedida a él.   Los primeros montanistas no cambiaron nada de la  doctrina católica, pero fueron   cayendo en excesos notorios como la  negación de la absolución de los que   hubieran cometido pecados graves  (apostasía y adulterio por ejemplo), rechazaban   el matrimonio y las  relaciones conyugales por considerar que apartaban de las   visiones  proféticas (Tertuliano condenaría las segundas nupcias), juzgaban como    diabólico el parto de las mujeres, y se alejaban de la filosofía, las  artes y   las letras.
                                
                                [22] Aunque San Clemente puede parecer  aquí como sucesor   inmediato de San Pedro, y otros escritores como San  Ireneo (que acabamos de ver)   dan un orden diferente colocando primero a  San Lino, esta aparente contradicción   ha recibido varias  explicaciones. San Epifanio explica la diferencia se debe a   que, San  Clemente, obispo ya de Roma, sede, por bien de la paz su puesto a San    Lino, lo vuelve a ocupar después de la muerte de éste. Sin embargo la    explicación más lógica es que Tertuliano afirma simplemente que San  Clemente fue   ordenado por San Pedro, no que fue su inmediato sucesor.  San Clemente bien pudo   ejercer como obispo de Roma luego de haber sido  ordenado por San Pedro, como   atestiguan San Ireneo y Eusebio de  Cesárea.
                                
                                [23] Tertuliano.   Prescripciones contra  todas las herejías. Capítulo XXXII. Fuentes Patrísticas   14. Salvador  Vicastillo. Editorial Ciudad Nueva. Pág. 253.
                                
                                [24]   Tertuliano. Prescripciones contra  todas las herejías. Capítulo XXXVI.2-3.   Fuentes Patrísticas 14.  Salvador Vicastillo. Editorial Ciudad Nueva. Pág.   271.
                                
                                [25] Tertuliano. Prescripciones contra  todas las herejías. Capítulo   XXII.2-4. Fuentes Patrísticas 14.  Salvador Vicastillo. Editorial Ciudad Nueva.   Pág. 215.
                                
                                [26] Tertuliano, De puditicia 21. BAC 206. Johanes Quasten,   Patrología I. Pág. 631
El Primado de Pedro en la historia, Parte II 
                                 Por José Miguel Arráiz
                                 Análisis de la evidencia histórica en favor de la primacía petrina
                                                                                                                            Continuamos analizando ejemplos de distorsiones presentadas por lo que   hemos dado en llamar la 
historia alternativa,  elaborada en parte por   sectores protestantes con referencia al tema  del primado de Pedro. Nos   enfocaremos en dos casos muy citados por  apologetas protestantes: San Agustín y   San Cipriano.
                                 
San Agustín
                                 
                                 Considerado como uno de los más  grandes padres de la Iglesia por su notable y   perdurable influencia en  el pensamiento de la Iglesia. Nacido en el año 354 d.   C. llegó a ser,  no sólo obispo de Hipona, sino uno de los más grandes teólogos   que el  mundo ha conocido y uno de los primeros doctores de la Iglesia.  Intervino   en las controversias que los cristianos sostuvieron con los  maniqueos,   donatistas, pelagianos, arrianos y paganos. Muere el 430,  dejando tras de si una   gran cantidad de obras, parte de un legado que  perdura hasta hoy.
                                 
San Agustín no rechaza el primado petrino
                                 San Agustín es citado frecuentemente  por protestantes debido a que afirman   que su interpretación de Mateo  16, 18 es una negación directa del Papado.   Presentan textos como los  siguientes: 
                                 
“Sobre esta piedra edificaré  esta misma fe que profesas. Sobre esta   afirmación que tú has hecho: Tú  eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, edificaré   mi Iglesia. ” [1] San  Agustín también escribió: “Cristo, como ves, edificó su   Iglesia no  sobre un hombre sino sobre la confesión de Pedro. ¿Cuál es la    confesión de Pedro? ‘Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente’. Aquí  está la   roca para vosotros, aquí el fundamento, aquí es donde la  Iglesia ha sido   construida, la cual las puertas del inframundo no  pueden conquistar.   ”
                                 Para entender porqué los hermanos  protestantes ven en estos textos una   negación del primado petrino  debemos entender su interpretación de Mateo 16, 18.   La interpretación  más extendida entre ellos es que, si es la fe de Pedro la   piedra sobre  la que se edifica la Iglesia, cualquiera que tenga fe es otro   Pedro,  por lo tanto el apóstol Pedro no habría recibido de Cristo una autoridad    especial sobre el resto de los apóstoles, en resumen, nunca fue Papa.
                                 Sin embargo, un estudio detenido del  contexto bíblico y del resto de la obra   de San Agustín dan por tierra  con dicha interpretación, ya que no se halla nada   en la obra de  Agustín que implique un rechazo al obispo de Roma como legítimo    sucesor de Pedro y a la sujeción que le corresponde como heredero  legítimo de   dicho ministerio.
                                 La lectura detenida del texto citado,  muestra que el santo reconoce a Pedro   en virtud de su fe como primero  de los apóstoles, quien representa a la Iglesia   entera y por medio de  la cual esta recibe las llaves que le autorizan a ejercer   su  ministerio:
                                 
“San Pedro, el primero de los  apóstoles, que amaba ardientemente a Cristo,   y que llegó a oír de él  estas palabras: 'Ahora te digo yo: Tú eres Pedro'. Él   había dicho  antes: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo'. Y Cristo le   replicó:  'Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi    Iglesia. Sobre esta piedra edificaré esta misma fe que profesas. Sobre  esta   afirmación que tú has hecho: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios  vivo, edificaré   mi Iglesia. Porque tú eres Pedro. ' 'Pedro' es una  palabra que se deriva de   'piedra', y no al revés. 'Pedro' viene de  'piedra', del mismo modo que   'cristiano' viene de 'Cristo'. El Señor  Jesús, antes de su Pasión, como sabéis,   eligió a sus discípulos, a los  que dio el nombre de apóstoles. Entre ellos,   Pedro fue el único que  representó la totalidad de la Iglesia casi en todas   partes. Por ello,  en cuanto que él solo representaba en su persona a la   totalidad de la  Iglesia, pudo escuchar estas palabras: Te daré las llaves del   reino de  los cielos. Porque estas llaves las recibió no un hombre único, sino la    Iglesia única. De ahí la excelencia de la persona de Pedro, en cuanto  que él   representaba la universalidad y la unidad de la Iglesia,  cuando se le dijo: Yo   te entrego, tratándose de algo que ha sido  entregado a todos. Pues, para que   sepáis que la Iglesia ha recibido  las llaves del reino de los cielos, escuchad   lo que el Señor dice en  otro lugar a todos sus apóstoles: Recibid el Espíritu   Santo. Y a  continuación: A quienes les perdonéis los pecados les quedan    perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos. En este  mismo   sentido, el Señor, después de su resurrección, encomendó también  a Pedro sus   ovejas para que las apacentara. No es que él fuera el  único de los discípulos   que tuviera el encargo de apacentar las ovejas  del Señor; es que Cristo, por el   hecho de referirse a uno solo, quiso  significar con ello la unidad de la   Iglesia; y, si se dirige a Pedro  con preferencia a los demás, es porque Pedro es   el primero entre los  apóstoles. No te entristezcas, apóstol; responde una vez,   responde  dos, responde tres. Venza por tres veces tu profesión de amor, ya que    por tres veces el temor venció tu presunción. Tres veces ha de ser  desatado lo   que por tres veces habías ligado. Desata por el amor lo  que habías ligado por el   temor. A pesar de su debilidad, por primera,  por segunda y por tercera vez   encomendó el Señor sus ovejas a Pedro” [1]
                                 Sorprendentemente, el catecismo católico casi dos milenios después nos da una   interpretación bastante similar:
                                 
“En el colegio de los doce  Simón Pedro ocupa el primer lugar (cf. Marcos   3, 16; 9, 2; Lucas 24,  34; 1 Corintios 15, 5). Jesús le confía una misión única.   Gracias a  una revelación del Padre, Pedro había confesado: "Tú eres el Cristo,    el Hijo de Dios vivo". Entonces Nuestro Señor le declaró: "Tú eres  Pedro, y   sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del  Hades no prevalecerán   contra ella" (Mateo 16, 18). Cristo, "Piedra  viva" (1 Pedro 2, 4), asegura a su   Iglesia, edificada sobre Pedro la  victoria sobre los poderes de la muerte.   Pedro, a causa de la fe  confesada por él, será la roca inquebrantable de la   Iglesia. Tendrá la  misión de custodiar esta fe ante todo desfallecimiento y de   confirmar  en ella a sus hermanos (cf. Lucas 22, 32). ” [2]
                                   “Jesús ha confiado a Pedro una  autoridad específica: "A ti te daré las llaves   del Reino de los  cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos,   y lo  que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mateo 16, 19).  El   poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de  Dios, que es   la Iglesia. Jesús, "el Buen Pastor" (Juan 10, 11)  confirmó este encargo después   de su resurrección: "Apacienta mis  ovejas" (Juan 21, 15-17). El poder de "atar y   desatar" significa la  autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias   doctrinales  y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta    autoridad a la Iglesia por el ministerio de los apóstoles (cf. Mateo 18,  18) y   particularmente por el de Pedro, el único a quien él confió  explícitamente las   llaves del Reino. ” [3]
                                 Ahora bien, sería injusto para con el  santo, sacar conclusiones de su   pensamiento usando solamente con uno  solo de sus textos. Existen pasajes   bastante explícitos donde San  Agustín reconoce al Obispo de Roma como el sucesor   de Pedro, quien  preside la sede apostólica:
                                 
“Si la sucesión de obispos es  tomada en cuenta, cuanto más cierta y   beneficiosa la Iglesia que  nosotros reconocemos llega hasta Pedro mismo, aquel   quien portó la  figura de la Iglesia entera, el Señor le dijo: “Sobre esta roca    edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra  ella!”.   El sucesor de Pedro fue Linus, y sus sucesores en orden de  sucesión   ininterrumpida fueron estos: Clemente, Anacleto, Evaristo,  Alejandro, Sixto,   Telesforo, Higinio, Aniceto, Pío, Sotero, Eleuterio,  Victor, Ceferino, Calixto,   Urbano, Ponciano, Antero, Fabián,  Cornelio, Licio, Esteban, Sixto, Dionisio,   Felix, Eutiquiano, Cayo,  Marcelino, Marcelo, Eusebio, Miltiades, Silvestre,   Marcos , Julio,  Liberio, Damaso, y Siricius, cuyo sucesor es el presente obispo    Anastasio. En esta orden de sucesión, ningún obispo donatista es    encontrado”.[5]
                                 El texto anterior demuestra de forma  indiscutible que la interpretación de   San Agustín de Mateo 16, 18 no  implica en ningún modo que el rechace al obispo   de Roma como sucesor  de Pedro. He allí el error protestante: superponer una   interpretación a  la otra en vez de armonizarlas como corresponde. 
                                 A los maniqueos escribe:
                                 
“Aún prescindiendo de la  sincera y genuina sabiduría…, que en vuestra   opinión no se halla en la  Iglesia Católica, muchas otras razones me mantienen en   su seno: el  consentimiento de los pueblos y de las gentes; la autoridad, erigida    con milagros, nutrida con la esperanza, aumentada con la caridad,  confirmada por   la antigüedad; la sucesión de los obispos desde la sede  misma del apóstol Pedro,   a quien el Señor encomendó, después de la  resurrección, apacentar sus ovejas,   hasta el episcopado de hoy; y en  fin, el apelativo mismo de Católica, que son   sin razón sólo la Iglesia  ha alcanzado . . . Estos vínculos del nombre cristiano   – tantos, tan  grandes y dulcísimos- mantienen al creyente en el seno de la   Iglesia  católica, a pesar de que la verdad, a causa de la torpeza de nuestra    mente e indignidad de nuestra vida, aún no se muestra”. [5]
                                 Nuevamente aquí se ve lo mismo. Para  el santo obispo de Hipona el ministerio   concedido a Pedro lo  desempeñaron específicamente los obispos de Roma en   sucesión  ininterrumpida. 
                                                                                                                             Luego de ver como San Agustín da  inclusive la lista de Papas como sucesores   del apóstol Pedro, uno  podría preguntarse ¿Qué evidencia adicional podría   faltar? ¿Se  pretende acaso que se les llame explícitamente “Papas”? Esto también    lo hace en incontables ocasiones, las cuales sería muy laborioso  contabilizar,   conformémonos con tomar una de sus obras: Sobre el  pecado original (13 veces, en   los capítulos 2, 7, 8, 9). Allí se  expresa con mucha reverencia sobre los   pontífices y se leen  expresiones como “el más bendito Papa Zósimo en Roma”   (Capítulo  2), “el venerable Papa Zósimo” (Capítulos 8 y 9), “el más bendito Papa    Inocencio” (Capítulos 8, 10), “el más bendito Papa Zósimo”, “El santo  Papa   Inocencio” (Capítulo 9), “El santo Papa Zósimo” (Capítulos 10,  19) y “el Papa   Inocencio de bendita memoria” (Capítulo 19).
                                 Hay evidencia adicional suficiente  para que podamos estar seguros en negar   como falsa la suposición que  propone la negación del primado petrino utlizando   frases  seleccionadass fuera de contexto de entre los sermones de Agustín.    Quienes piensan así tendrían que explicar si comparten con él lo que  dijera   sobre la iglesia de los donatistas: que no puede ser la  verdadera por no ser   una, santa, católica, y apostólica; y que quien  se separa de la Iglesia   sacrifica su salvación [6]. 
                                 ¿Basta la confesión de fe como fundamento para la edificación de la Iglesia?   Para San Agustín la respuesta es rotundamente: no.
                                 A diferencia de la postura  protestante, para San Agustín no hay motivo justo   para efectuar la  separación de la Iglesia y establecer la propia secta, separada   de  ella [7]. San Agustín ve en la Iglesia de Roma aquella “in qua semper   apostolicae cathedrae viguit principatus”  [aquella en la que siempre ha   estado vigente el principado de la  cátedra apostólica [8], afirmación que es un   reconocimiento claro del  primado de la Iglesia de Roma. Inclusive atribuye a las   sentencias de  Roma en materia de fe la máxima importancia, como por ejemplo,   cuando  combate al pelagianismo. Así, cuando San Agustín dice que las llaves las    recibió. no solo Pedro, sino toda la Iglesia, está defendiendo el  primado no   solo de él, sino de sus sucesores. “Sicut enim quaedam  dicuntur quae ad   apostolum Petrum propriae pertinere videantur, nec  tamen habent illustrem   intellectum, nisi cum referuntur ad Ecclesiam,  cuius ille agnoscitur in figura   gestasse personam, propter primatum  quem in discipulis habuit” [Algunas   cosas, se dice, parecen  pertenecer propiamente al apóstol Pedro, sin   embargo—quienes así  piensan—no tienen un entendimiento iluminado, pues se las ha   de  referir a la Iglesia de la que se confiesa, representó la figura en su    persona a causa del primado que tuvo entre los discípulos] [9].
                                 Para San Agustín, por la comunión con  la sede apostólica se tiene la adhesión   a los apóstoles, y eso es así  solamente en la verdadera Iglesia. Es de entender   entonces que para  él, solamente el testimonio de la Iglesia de occidente es   decisivo, ya  que en occidente se encuentre la sede del príncipe de los   apóstoles: “Puto  tibi eam partem orbis sufficere debere, in qua primum   apostolorum  voluit Dominus gloriosissimo martyrio conorare. Cui Ecclesiae    praesidentem beatum Innocentium si audire voluisses, iam tum periculosam    iuventutem tuam pelagianis laqueis exuisses”. [10] [Considero  que te debe   bastar esa parte del orbe en la que el Señor quiso coronar  al primero de los   apóstoles con un martirio gloriosísimo. Si  quisieras oír al beato Inocencio que   es quien preside a esta Iglesia,  librarías tu peligrosa juventud de las insidias   pelagianas].
                                 Adicionalmente vemos al obispo de  Hipona, someter sus obras al Papa   Bonifacio, no para instruirle, sino  para solicitar su aprobación y censura si   fuere necesario: “Haec  ergo quae. . . respondeo, ad tua potissimum dirigere   sanctitatem, non  tam discenda quam examinanda, et ubi forsitan aliquid   displicuerit  emendanda, constitui” [11] [Estas cosas que. . . respondo, he    decidido dirigir de modo especial a tu santidad no para instruir sino  para que   sean examinadas, y donde tal vez haya algo que displiciera,  sea enmendado]. Es   de entender entonces porqué San Agustín hace  también referencia al obispo de   Roma como “El Obispo de la Sede  Apostólica”.
                                 San Agustín y la sumisión de los obispos africanos a Roma
                                                                                                                            Otro alegato promovido por ciertos  protestantes consiste en afirmar que San   Agustín amenazó con  excomulgar a quienes apelaran a Roma en la controversia   pelagiana.  Luego de investigar encontramos el origen de este argumento en un    artículo de la web cristianismo-primitivo. org [12] que no hace sino  transcribir   literalmente una porción del discurso falsamente atribuído  al obispo   Strossmayer, participante del Concilio Vaticano I que dice 
".  . . siendo   secretario del Concilio de Melive, escribió, entre los  decretos de esta   venerable asamblea: "Todo fiel u obispo que apelase a  los de la otra parte del   mar, no será admitido a la comunión por  ninguno en las Iglesias de Africa". [13]
                                 Es importante aclarar que, entre  otros, el sacerdote católico Juan Carlos   Sack, (IVE)—director de  apologetica.org—luego de una exhaustiva investigación,   demostró que  dicho discurso es una falsificación. Como consecuencia la mayoría   de  sitios de apologética protestantes retiraron las copias del discurso al    verificar su evidente falsedad. [14] No obstante eso, aun siguen  circulando   artículos que lo citan como prueba. Sorprendentemente el  artículo que extrae la   información del fraudulento discurso incluye  textualmente los errores   ortográficos de la versión que circulaba en  la web (i.e. "Mélive" por   Milevi).
                                 Lo que realmente ocurrió luego de los  concilios de Cártago y Milevi fue que   el mismo San Agustín escribió  al Papa para que confirmara las decisiones de los   susodichos concilios  (411, 412 y 416) condenando el pelagianismo. Fue entonces   cuando el  Papa Inocencio confirmó las decisiones de los concilios reservándose    el deber de citar a Pelagio y Celestio, y de reformar, si era necesario,  la   sentencia de Dióspolis, donde condenó la doctrina incriminada en  una carta   conocida como 
"In requirendis" dirigida a los obispos que se reunieron en   los concilios de Cartago y Milevi. 
                                 En dicha carta el Papa se alegra que  se haya desenmascarado al pelagianismo y   se haya recurrido a la sede  de Roma para solucionar o confirmar las   resoluciones, puesto que la  sede de Pedro goza de la autoridad vinculante a toda   la Iglesia.
                                 Lo mejor de todo es que cuando San Agustín da a conocer al pueblo las   decisiones de Roma, pronunció esta célebre frase: 
“Iam  de hac causa duo   concilia missa sunt ad sedem apostolicam: inde etiam  rescripta venerunt. Causa   finita est, utinam aliquando finiatur  error” La cual podría traducirse como:   “Ya por este motivo se han  enviado dos misivas a la sede apostólica y también de   allí han venido  dos rescriptos. La causa ha terminado y con ella queda   finalmente  terminado el error”. [15]
                                 Después de considerar todo esto, es casi increíble escuchar de los autores de   estos artículos frases como 
“Los  obispos de este continente [Africa] no   reconocían al de Roma y  castigaban con excomunión a los que recurriesen a su   arbitraje” [16] ¿Debemos interpretar que San Agustín debió haberse   excomulgado a sí mismo por apelar a Roma?
                                 
San Agustín, el Papa Zósimo y los pelagianos
                                 En ciertos círculos protestantes se  acusa frecuentemente al Papa Zósimo de   aprobar el pelagianismo y a San  Agustín de resistirle. Esto ocurrió luego de que   Zósimo sucediera a  Inocencio I (que murió en el 417). Pelagio y Celestio   enviaron  apelaciones a la Sede Romana. Es de hacer notar que hasta los herejes    sabían a quién apelar. 
                                 Las decisiones de Inocencio I habían  sido contundentes pero Zósimo quería   comprobar si realmente Pelagio y  Celestio habían enseñado las doctrinas   condenadas como heréticas. A  continuación cito la Enciclopedia Católica que da   una detallada  explicación sobre los hechos:
                                 
"El sentido de justicia de  Zósimo le impedía castigar a alguien con   excomunión, siendo éste  dudosamente convicto de su error. Y, si los pasos   recientemente dados  por los dos que se defendían habían sido considerados, las   dudas que  debieron surgir sobre este punto no fueron enteramente carentes de    fundamento. En el 416 Pelagio publicó un nuevo trabajo, ahora perdido,  “De   libero arbitrio libri IV” que, en su fraseología parece inclinarse  hacia la   concepción agustiniana de gracia y del bautismo de los  infantes, aunque en   principio no se separe del anterior punto de vista  del mismo autor. . . Pelagio   envió esta obra junto con una confesión  de fe que aún se conserva. En ella   testimonia su obediencia como la de  un niño, humildemente necesitado y, al mismo   tiempo reconoce  inexactitudes fortuitas que pueden ser corregidas por él quien    “sostiene la misma fe y el parecer de Pedro”. Todo esto fue dirigido a  Inocencio   I, de cuyo deceso Pelagio no se había aún enterado. Celestio  quien, mientras   tanto, había cambiado su residencia de Éfeso a  Constantinopla, pero había sido   proscrito desde entonces por el obispo  anti-pelagiano Atico, dio activamente   pasos hacia su rehabilitación.  En el 417 fue a Roma en persona y dejó a los pies   de Zósimo una  confesión de fe detallada (Fragmentos, P. L. , XLV, 1718), en ésta    afirma su creencia en todas las doctrinas, “desde que hay un Dios Uno y  Trino   hasta la resurrección de los muertos” (cf. S. Agustín, "De  peccato orig. ",   xxiii). Muy contento con esta fe católica y  obediencia, Zósimo envió dos cartas   diferentes (P. L. , XLV, 1719 sqq.  ) a los obispos africanos, diciendo que, en   el caso de Celestio, los  obispos Heros y Lázaro habían procedido sin la debida   circunspección y  que, Pelagio también, como se había probado por su reciente   confesión  de fe, no se había desviado de la verdad católica. Como para el caso    de Celestio, quien estaba entonces en Roma, el Papa encargó a los  Africanos   revisar la anterior sentencia o acusarlo de herejía delante  del mismo Papa   dentro de dos meses. El mandato papal golpeó Africa  como una bomba. Con gran   rapidez se convocó un sínodo en Cartago en  noviembre del 417, y se escribió a   Zósimo pidiéndole no rescindir la  sentencia que su predecesor, Inocencio I,   había pronunciado contra  Pelagio y Celestio, hasta que ambos hubieran confesado   la necesidad de  la gracia interior para todos los pensamientos, palabras y actos    saludables. Al fin Zósimo se detuvo. Por un rescripto del 21 de marzo  del 418,   aseguró a ellos que no se había pronunciado definitivamente,  sino que había   despachado al Africa todos los documentos sobre el  pelagianismo para pavimentar   el camino hacia una nueva investigación  conjunta. De acuerdo con el mandato   papal se celebró el primero de  mayo del 418, en presencia de 200 obispos, el   famoso Concilio de  Cartago, que otra vez tipificó al pelagianismo como una   herejía en  ocho (o nueve) cánones (Denzinger, "Enchir. ", 10th ed. , 1908,    101-8). "
                                 Lo más que podría demostrarse con  este evento—además del hecho de que hasta   los herejes apelaban a  Roma—es que el Papa Zósimo fue hábilmente engañado, quizá    complaciente, excesivamente indulgente o simplemente precipitado, y que  San   Agustín plenamente conciente de la doctrina predicada por los  heresiarcas,   quería hacerle entender al Papa que la cuestión ya había  sido zanjada por su   predecesor y que, por lo tanto, no debía revocar  dichas sanciones.
                                 Decisivo es sin embargo que el propio  Agustín es quien defiende el Papa   Zósimo de las acusaciones donde  Juliano le intenta utilizar a su favor:
                                 
“¿Por qué, para persistir en tu  error perverso, acusas de prevaricación al   obispo de la Sede  Apostólica Zósimo, de santa memoria? Pues no se apartó ni un   ápice de  la doctrina de su predecesor, Inocencio I, al que temes nombrar.    Prefieres citar a Zosimo, porque en un principio actuó con cierta  benevolencia   con Celestio…” [18]
                                 San Cipriano
                                 
                                                                                                                                                             Importante teólogo africano nacido  hacia el año 200 d. C. Elegido obispo de   Cartago en el 248 y  martirizado el 258. De él se conservan una gran variedad de   escritos  (una docena de opúsculos y 81 cartas). Sobre su vida se conserva el 
Vita Cypriani,  (un conjunto de manuscritos atribuidos a su diácono   Poncio) y sobre  su martirio se conservan las Actae proconsulariae Cypriani,   basada en  documentos oficiales. Durante su vida se enfrentó a dos conflictos    importantes. Uno, sobre la actitud a tomar con quienes en tiempos de  persecución   habían accedido a ofrecer sacrificios a ídolos, y el  bautismo de los herejes el   cual no reconocía como válido, a diferencia  del Papa. Es precisamente por eso   que los protestantes le citan, y  alegan que de haberle reconocido con una   autoridad superior a la suya  (como Papa) hubiera cedido y no se hubiera llegado   a una situación  cercana al cisma—lo cual nunca llegó a ocurrir porque ambos   fueron  martirizados durante la persecución de Valeriano—Podría reconocerse, en    esta tardía resistencia, que el santo tenía ideas algo exageradas  sobre la   independencia de los obispos, pero sus escritos respecto a la  primacía del   obispo de Roma como sucesor de Pedro son tan claros que  no se puede negar su   reconocimiento del primado romano.
                                 
“El Señor habla a San Pedro y  le dice: “Yo te digo que tú eres Pedro y   sobre esta piedra edificaré  mi Iglesia, y las puertas del infierno no   prevalecerán contra ella…” Y  aunque a todos los apóstoles confiere igual   potestad después de su  resurrección y les dice: “Así como me envió el Padre,   también os envío  a vosotros. Recibid el Espíritu Santo. Si a alguno perdonareis   los  pecados, le serán perdonados; si alguno se los retuviereis, le serán    retenidos”, sin embargo, para manifestar la unidad estableció una  cátedra, y con   su autoridad dispuso que el origen de esta unidad  empezase por uno. Cierto que   lo mismo eran los demás Apóstoles que  Pedro, adornados con la misma   participación de honor y potestad, pero  el principio dimana de la unidad. A   Pedro se le da el primado, para  que se manifieste que es una la Iglesia de   Cristo…El que no tiene esta  unidad de la Iglesia ¿cree tener fe?. . El que se   opone y resiste a  la Iglesia, ¿Tiene la confianza de encontrarse dentro de la   Iglesia?. .  . El episcopado es uno solo, cuya parte es poseída por cada uno in    solidum. La Iglesia también es una, la cual se extiende con su  prodigiosa   fecundidad en la multitud, a la manera que son muchos los  rayos del sol, y un   solo sol, y muchos los ramos de un árbol, pero uno  solo el tronco fundado en   firme raíz, y cuando varios arroyos  proceden de un mismo manantial, aunque se   haya aumentado su número con  la abundancia de agua, se conserva la unidad de su   origen. Separa un  rayo del cuerpo del sol: la unidad no admite la división de la   luz,  corta un ramo del árbol: este ramo no podrá vegetar, ataja la  comunicación   del arroyo con el manantial y se secará. Así también la  Iglesia, iluminada con   la luz del Señor, extiende sus rayos por todo  el orbe; pero una sola es la luz   que se derrama por todas partes, sin  separarse la unidad del cuerpo; con su   fecundidad y lozanía extiende  sus ramos por toda al tierra, dilata largamente   sus abundantes  corrientes, pero una es la cabeza, uno el origen y una la madre,    abundante en resultados de fecundidad. De su parto nacemos, con su leche  nos   alimentamos y con su espíritu somos animados (trad. Caminero 4,  404-5). [19]
                                 Así, en el pensamiento del santo,  todos son apóstoles pero uno tiene el   primado del cual dimana la  unidad, y que sin comunión con esta unidad no se   pertenece  verdaderamente a la Iglesia. Cabe resaltar que esta no es precisamente    la posición protestante.
                                 En los escritos de San Cipriano se  pueden encontrar evidencias adicionales de   la autoridad del obispo de  Roma sobre la Iglesia. La primera la tenemos cuando   estalla la  persecución de Decio (250). San Cipriano se oculta pero envía una    carta a la Iglesia de Roma explicando las razones que le motivaron a  huir:
                                 
“He creído necesario escribiros  esta carta para daros cuenta de mi   conducta, de mi conformidad de la  disciplina y de mi celo…Pero aunque ausente en   el cuerpo, he estado  presente en espíritu…” [20].
                                 Es evidente que en ese momento  reconocía en la Iglesia de Roma una autoridad   a quien dar cuentas, de  lo contrario, una carta a Roma justificando su conducta   hubiera sido  innecesaria.
                                 Otra evidencia la encontramos en su  Epístola CIX. En ella se ve como unos   herejes en conflicto con San  Cipriano recurren a la Iglesia de Roma por medio de   cartas para que el  Papa actuara en su favor. A pesar de que San Cipriano no ve   con  buenos ojos esta actitud, porque según su criterio ellos deben defender  su   posición ante su propio obispo, demuestra nuevamente que, inclusive  de parte de   los cismáticos, había conocimiento de que la autoridad de  la Iglesia de Roma era   superior a la del resto, y de allí su  apelación a ella. Es notable también como   en la epístola San Cipriano  se refiere a la Iglesia de Roma como a la 
“cátedra de Pedro” y la Iglesia principal de la que brotó la unidad del   sacerdocio: 
“ad ecclesiam principalem unde unitas sacerdotalis exorta   est”.
                                 
“Ellos no tuvieron bastante con  apartarse del Evangelio, con arrancar a   los herejes la esperanza del  perdón y la penitencia, con apartar de todo   sentimiento y fruto de  penitencia a los enredados en robos, o manchados con   adulterios, o  contaminados con el funesto contagio de los sacrificios, de suerte   que  éstos ya no ruegan a Dios ni confiesan sus pecados en la Iglesia; no se    contentaron con constituir fuera de la Iglesia y contra la Iglesia un    conventículo de facción corrompida, al que pudieran acogerse la  caterva de los   que tienen mala conciencia y no quieren ni rogar a Dios  ni hacer penitencia.   Después de todo esto, todavía, habiéndose dado  un falso obispo, creación de los   herejes, han tenido la audacia de  hacerse a la vela y de llevar cartas de parte   de los cismáticos y  profanos a la cátedra de Pedro, a la Iglesia principal de la   que brotó  la unidad del sacerdocio; y nisiquiera pensaron que aquellos son los    mismos romanos cuya fe alabó el Apóstol cuando les predicó, a los que no  debería   tener acceso la perfidia. ¿Por qué fueron allá a anunciar que  había sido creado   un pseudo-obispo contra los obispos? Porque, o se  sienten satisfechos de lo que   hicieron y con ello perseveran en su  crimen, o se arrepienten y se retractan y   ya saben adónde han de  volver. Porque fue establecido por todos nosotros que es   cosa a la vez  razonable y justa que la causa de cada uno se trate allí donde se    cometió el crimen y que cada uno de los pastores tenga adscrita una  porción de   la grey, que cada uno ha de regir y gobernar dando cuenta  de sus actos al Señor.   Por tanto, los que son nuestros súbditos, no  han de andar de acá para allá, ni   han de lacerar la coherente  concordia de los obispos con su audacia astuta y   engañosa, sino que  han de defender su causa allí donde pueda haber acusadores y   testigos  de su crimen. A no ser que se crea que la autoridad de los obispos    establecidos en Africa es demasiado pequeña para esos pocos desesperados  y   pervertidos”. [21]
                                 En la epístola CXVII ocurre algo  similar, Cipriano denuncia que Basilides,   luego de haber confesado ser  culpable fue a la lejana Roma a apelar a la   autoridad de Esteban—a la  sazón Obispo de Roma—y engañarle para que le restituya   en el  obispado. Nuevamente, de tener todos los obispos la misma autoridad, no    tendría sentido este más que frecuente tipo de apelaciones al obispo  de Roma, y   tampoco sería posible que este pudiera restaurar a algún  obispo a su ministerio.   Sin embargo esto no es nada nuevo, desde el  primer siglo hay evidencia temprana   de cómo el obispo de Roma  disciplinaba y dictaba sentencias en comunidades en   conflicto . Por  ejemplo, en el caso de la disensión en Corinto ya mencionada en   el  artículo anterior.
                                 
“Con toda diligencia hay que  guardar la tradición divina y las prácticas   apostólicas, y hay que  atenerse a lo que se hace entre nosotros que es lo que se   hace casi en  todas las provincias del mundo, a saber, que para hacer una    ordenación bien hecha, los obispos más próximos de la misma provincia se  reúnan   con el pueblo al frente del cual ha de estar el obispo  ordenando, y éste se   elija en presencia del pueblo, ya que éste conoce  muy bien la vida de cada uno y   ha podido observar por la convivencia  el proceder de sus actos. Así vemos que se   hizo también entre vosotros  en la ordenación de nuestro colega Sabino: se le   confirió el  episcopado y se le impusieron las manos para que sustituyera a    Basilides por el sufragio de toda la comunidad de hermanos y el de los  obispos   que estuvieron presentes y el de los que os enviaron su voto  por carta. No puede   invalidar esta ordenación jurídicamente bien hecha  el que Basilides, después que   sus crímenes quedaron patentes y que él  mismo confesó su culpa, fuera a Roma y   engañase a nuestro colega  Esteban —que reside lejos y no tenía conocimiento de   los hechos ni de  la verdad—, a fin de conseguir que fuera injustamente repuesto   en el  episcopado del que con justicia había sido desposeído. Esto sólo  significa   que los crímenes de Basilides no sólo no han sido borrados,  sino que se han   aumentado, puesto que a sus faltas anteriores se ha  añadido el crimen de engaño   e impostura. No hay que culpar tanto a  aquel que por descuido se dejó sorprender   cuanto hay que anatematizar a  éste que lo sorprendió con sus fraudes. Pero si   Basilides pudo  sorprender a los hombres, no puede sorprender a Dios, pues está    escrito que 'de Dios nadie se burla' (Gálatas 6, 7)” [22]
                                 Conclusión
                                 Podemos concluir resaltando este  noble consejo de Cipriano. Nadie puede   burlarse de Dios, nadie puede  engañarlo, aunque a veces sea posible engañar y   confundir a los fieles  por un tiempo limitado. Es necesario considerar   seriamente qué clase  de servicio puede estar haciéndole a Dios—y a la verdad que   Dios mismo  es—aquella persona que cita selectivamente de fuentes honestas con la    intención de afirmar doctrinas que esas mismas fuentes nunca  sostuvieron ¿Desde   cuándo la deshonestidad intelectual es parte del  Evangelio? ¿Es posible echar   mano de la mentira para defender a  Cristo? Jamás ningún cristiano ha tenido que   recurrir al engaño para  afirmar el Evangelio.
                                 Quienes citan de fuentes falsas—como  en el caso del discurso que falsamente   se atribuye al Obispo  Strossmayer—o se aprovechan de la ignorancia del público   para poner en  boca de los padres de la Iglesia unas ideas que ellos jamás    afirmaron, cometen una grave falta, levantando falso testimonio y  ayudando a la   perdición de las almas y a la difamación de la eterna y  verdadera doctrina.
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El Primado de Pedro en la Historia, parte I
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                                 Referencias
 [1] San Agustín, Sermones 295; PL 38, 1348-1352
                                 [2] Catecismo de la Iglesia Católica, 552
                                 [3] Catecismo de la Iglesia Católica, 553
                                 [4] San Agustín, Epístolas 53, 2
                                 [5] San Agustín, Contra epistolae Mani 4, 5
                                 [6] De Baptismo; 4, 17. 24
                                 [7] E. Cp Parm; 2, 11, 25
                                 [8] Epistolae 43, 7
                                 [9] In Psalmi CVIII, t. XXXVII, col 1431
                                 [10] Contra Iulianum pelagianum, I, IV, 13 t. XLIV, col 648
                                 [11] Contra duas epistolae Pelagiae, I, 1 t. XLIV, col 549-551
                                 [12] La sucesión apostólica y la  infalibilidad Papal,    
http://www.cristianismo-primitivo.org/estudios/papado e infabilidad.htm
                                 [13] Discurso Por el Obispo Strossmayer en el Vaticano del Año 1870,   
http://www.javieraguacero.org/verdad1.htm
                                 [14] Sobre el famoso discurso del obispo Strossmayer en el Concilio   Vaticano I, 
http://www.apologetica.org/strossmayer.htm
                                 [15] Sermones, 131, 10, 10; Ep 1507.
                                 [16] El Papado, Alejandro Matos
                                 [17] Enciclopedia Católica, Pelagianismo
                                 [18] San Agustín, Contra Iulianum pelagianum; VI, XII, 37, Obras   completas San Agustín Tomo XXXV, pag. 876
                                 [19] San Cipriano, De la Unidad de la Iglesia, 4, 5
                                 [20] Epistolae, 20
                                 [21] San Cipriano, Epistolas; 59, 14; Sobre la legitimidad de la   apelación a Roma
                                 [22] San Cipriano, Epistolas 67, 5
                                 [23] http: //www. corazones. org/santos/gregorio_magno. htm
                                 [24] Lorraine Boettner, Roman Catholicism, 127
El Primado de Pedro en la historia, Parte III 
                                 Por José Miguel Arráiz
 Análisis de la evidencia histórica en favor de la primacía petrina
                                                                                                                            Continuamos analizando ejemplos de distorsiones presentadas por lo que   hemos dado en llamar la 
historia alternativa,  elaborada en parte por   sectores protestantes con referencia al tema  del primado de Pedro. Nos   enfocaremos en dos casos muy citados por  apologetas protestantes: San Agustín y   San Cipriano.
                                 
San Hilario de Poitiers
                                 
                                 Introducción
                                 En  una primera entrega estudiábamos  la evidencia histórica  del primado en los primeros siglos de la  cristiandad, en una segunda  analizamos lo escrito de estos temas de San  Agustín de Hipona  y San Cipriano de Cártago. En esta será San Hilario  de  Poitiers el centro de nuestra atención.
                                 San   Hilario nació Poitiers, Francia, a principios del siglo IV,  fue  bautizado en el 345 y elegido obispo de Poitiers el año  350. 
                                 
Objeciones  protestantes
                                 Al   igual que San Agustín, es citado por protestantes debido a que   interpretan su interpretación de Mateo 16,18, donde habla de  la  confesión de fe de Pedro como la piedra sobre la que se  edifica la  Iglesia, como un rechazo al primado de Pedro y de la  posición católica.
                                 Un  resumen de estas objeciones la  hace el artículo El papado,  escrito por Alejandro Matos, el cual es lo  mismo que ya había  escrito Samuel Vila en “A las fuentes del  cristianismo”. 
                                 
Artículo  el Papado, por Alejandro Matos
                                   San  Hilario de Poitiers, en el Segundo libro sobre la Trinidad, dice:
                                   "La  roca, piedra, es la bendita y sola roca de la fe confesada por la  boca de Pedro"
                                   y  en el sexto libro de la Trinidad, dice:
                                   "Es  esta la roca, la confesión de la fe sobre la que está  edificada la Iglesia".
                                 Analizando  los textos
                                 Voy  a colocar el texto en un  contexto más amplio, para que se  puede entender más profundamente el  pensamiento del santo, lo  cual es indispensable para no sacar  conclusiones erradas de su  pensamiento.
                                 
San  Hilario de Poitiers, La Trinidad, VI,20, BAC 481, pág 280-282
                                   36...¿Qué  es lo que ahora el Padre revela a Pedro,  que recibe el honor de ser una confesión que lo hace  bienaventurado?   ¿Acaso desconocía los hombres del Padre e Hijo? Cierto  que los había  oído frecuentemente. Pedro dice lo que  una voz humana todavía no había  expresado: Tú  eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Pues aunque él,   permaneciendo  en el cuerpo, había manifestado que era el Hijo  de Dios,  con todo, la fe del apóstol ha reconocido ahora por  primera vez su  naturaleza divina. Y a Pedro no se le ha alabado sólo  por la confesión  del honor debido a Cristo, sino por el  conocimiento del misterio;  porque no confesó sólo que  era el Cristo, sino el Cristo Hijo de Dios.  Para confesar un título  de honor hubiera bastado con decir” Tú eres el  Cristo”.  Pero hubiera sido vano que se le hubiera confesado como Cristo  sino  se le confesaba como Hijo de Dios. Al decir; Tú eres el Hijo  de  Dios, pues las palabras Este es son una indicación del que  revela la  respuesta Tú eres, se encierra el reconocimiento que  confiesa la fe.
                                   Sobre  esta piedra de la confesión de fe se basa la edificación  de la Iglesia.  Pero el modo de pensar de la carne y de la sangre no revela el   significado de esta confesión. Este es el misterio de la  revelación  divina, no sólo llamar a Cristo hijo de  Dios, sino creer que lo es. ¿O  acaso se le reveló a  Pedro  el nombre más que la naturaleza?. Si fue el  nombre, ya  lo había oído con frecuencia cuando el Señor  confesaba que  era el Hijo de Dios. ¿En qué está  entonces la gloria de la revelación?  En la confesión de  la naturaleza, no del nombre, porque este último se  había  confesado ya muchas veces.
                                   37. Esta fe es el  fundamento de la Iglesia. Por esta fe son débiles  contra la Iglesia las  puertas del infierno. Esta fe tiene las llaves  del reino de los cielos.   Lo que esta fe ate o desate en la tierra quedará atado y  desatado en  el cielo. Esta fe es don de la revelación del  Padre....” (1)
                                 Se  puede notar que quienes  han  utilizado este texto de San Hilario para negar al primado cometen  el  error de asumir que por interpretar que la fe es el fundamento de  la  Iglesia, eso implica un rechazo a Pedro como piedra de la Iglesia  o un  rechazo al ministerio del primado que le fue encomendado.
                                 Ante  todo, es importante entender el  contexto de la obra. San Hilario no  está hablando aquí específicamente  del primado  de Pedro, sino que está defendiendo la doctrina trinitaria   contra los herejes arrianos. Así, no está negando el  primado de  Pedro,
 sino estableciendo que Pedro fue elegido para este ministerio en  virtud de su confesión de fe. 
                                 Esto  puede comprobarse en lo que dice líneas después:
                                 
“el  que en el silencio de todos los apóstoles, al  reconocer, por revelación  del Padre, al Hijo de Dios, mereció  una gloria excelsa, que supera toda la debilidad humana, con  la confesión de su fe bienaventurada!.” (2)
                                   “...Por  esto tiene las llaves del reino  de los cielos, por  eso sus juicios terrenales son celestiales.   Aprendió, por una revelación, un misterio oculto desde  la eternidad,  expresó la fe, anunció la naturaleza  divina de Cristo, lo confesó como  Hijo de Dios. El  que niegue esto confesando que es una  criatura, tiene que negar  primero el apostolado de Pedro, su fe, su  bienaventuranza, su  sacerdocio, su testimonio;  y después de todo esto sepa que se ha alejado de Cristo, porque Pedro mereció todas estas cosas por confesarlo como  Hijo.” (3)
                                 La  fuerza del argumento de de San  Hilario contra los arrianos es  hacerles entender que negar a Cristo en  su divinidad, implicaba negar  aquello por lo cual Pedro mereció  escuchar esas gloriosas  palabras y por la cual fue elegido para su  ministerio.
                                 Pero  quienes citan estos textos nunca citan otros (incluso en la misma  obra) donde 
San   Hilario se refiere a que Pedro fue establecido como la   piedra-fundación de la Iglesia, y que demuestran que para él,  y a  diferencia de la perspectiva protestante, no solo ambas   interpretaciones no son excluyentes, sino complementarias:
                                 
San  Hilario de Poitiers La Trinidad, VI,20
                                   “y  el bienaventurado Simón,  que después de su confesión sostiene el edificio de la  Iglesia y ha recibido las llaves del reino de los cielos” (4)
                                 El  texto en ingles traducido por Philip  Schaff (protestante) en The Early Church Fathers en NPNF2-09 dice:
  “and  blessed Simon, who after his confession of the mystery  was set  to be the foundation-stone of the Church, and received the  keys of the  kingdom of  heaven, lo cual traducido es aún más claro y explícito: 
“el   bienaventuradon Simón, quien luego de la confesión del  misterio fue  establecido para ser la piedra-fundación de la  Iglesia y  recibió las llaves del reino de los cielos”
                                 Otros  texto donde mantiene la misma idea:
                                 
San  Hilario de Poitiers, Comentario sobre Mateo 7,6 en  Berington and  Kirk, Faith of Catholic, 2:15
                                   “Pedro  creyó primero, y es el príncipe del apostolado” (5)
                                   San  Hilario de Poitiers, Tract. In Ps. 141,8 in Berington and Kirk, Faith  of Catholics, 2:15
                                   “El  miedo exitó a los  apóstoles por su bajeza de la pasión  (de modo que incluso la roca firme  sobre la cual la Iglesia iba a ser  construida tembló)” (6)
                                   Tract.  In Ps.  131,8, in Berington and Kirk, Faith of Catholics, 2:14-15
                                   Él [Jesús] tomó a  Pedro, a quien poco antes había  dado las llaves del reino de los  cielos, sobre quien estaba a punto  de construir la Iglesia,  contra la cual las puertas del infierno  no podía en modo alguno  prevalecer, quien aquello que atara o  desatara en la tierra quedaría  desatado en los cielos. Este  mismo Pedro, el primer confesor de  el Hijo de Dios, la fundación  de la Iglesia, el portador de las llaves  del reino celestial, y en su  juicio sobre la tierra, un juicio sobre  del cielo” (7)
                                 Si  todo esto no fuera  suficientemente claro, el siguiente texto el mismo  San Hilario explica  con claridad como la confesión de Pedro  obtuvo la recompensa de haber  sido designado portador de las llaves y  fundación de la Iglesia, lo  cual quedó expresado con su  cambio de nombre.
                                 
San  Hilario de Poitiers, Commentary in Matthews, 7,6 in Berington and  Kirk, Faith of Catholic, 2:15
                                 Y  en la cierta confesión  de Pedro obtuvo una digna  recompensa...Oh, por tu designación de un  nuevo nombre, feliz  fundación de la Iglesia, y una roca digna de la  creación  de lo que era la dispersión de leyes infernales,  y las puertas del infierno, y todos los bares de la muerte! Oh   el Beato poseedor de entonces puerta del cielo, a cuya disposición  se  entregan las llaves de la entrada en la eternidad; cuya juicio en  la  tierra es una autoridad de un juicio previo en el cielo,  a fin de que las cosas que son atadas o desatadas en la tierra,  también lo son en el cielo...” (8)
 También  reconoce al obispo de Roma como sucesor de Pedro y su  jurisdicción  sobre todas las provincias. Al Papa San Julio I escribe:
                                 
San  Hilario de Poitiers, Fragment 2 ex opere Historico (ex Epistle  Sardic. Concil. Ad Juliaum) n.9, p. 629
                                   “Y  usted, el más apreciado y  amado hermano, aunque ausente de  nosotros en cuerpo, presente en el  mismo pensamiento y voluntad... Para  ello se considera que lo  mejor y consecuente, si a la cabeza, que es  la silla del apostol San  Pedro, los sacerdotes del Señor  informan (o, consultan) desde cada una  de las provincias” (9) 
                                 Conclusión 
                                 Citar  a San Hilario como un ejemplo  de un padre de la Iglesia que rechazaba  al primado Romano, o es  producto de un desconocimiento de los textos de San Hilario, o no puede   menos que ser calificado como deshonesto. En su libro “Cruzando El   Umbral De La Esperanza”  el papa Juan Pablo II hace referencia al  la  piedra de Mateo 16,18 como Pedro y como Cristo. Lo mismo hace el   catecismo de la Iglesia Católica en los numerales 424, 552,  553 y 881.  Esperemos que en unas cuantas centurias no se les cite como una negativa  expresa del primado romano. 
                                 
Referencias
                                 (1)  Tomado de La Trinidad, San Hilario de Poitiers, VI,20, BAC 481, pág  280-282
                                 (2)  Ibid.
                                 (3)  Ibid.
                                 (4)  Tomado  de La Trinidad, San Hilario de Poitiers VI,20, BAC 481, pág  259
                                 (5)  Traducido  de Upon This Rock, Stephen K. Ray, pág 202
                                 (6)  Ibid, pág 203
                                 (7)  Ibid, pág 203. También puede ser encontrado en Jesús,  Peters & Keys, por Butler, Dahlgren y Hess, pág. 231.
                                 (8)  Ibid.
                                 (9)  Ibid. pág 204                              
 
	
		
	
	
		
		
			4) La Iglesia Católica Romana (porque hay otras iglesias católicas...) es fruto del Concilio de Nicea, y su padre es el emperador oriental Constantino Magnus (o El Grande).
		
		
	 
Mentira el termino catolica ya se usaba desde el año 200.
	
		
	
	
		
		
			5)Y por favor, no seamos tan absurdamente fanáticos de desconocer una realidad solo porque no lo dice la Biblia... ¿Acaso la Biblia habla de cajeros automáticos? Y sin embargo, existen...
		
		
	 
Segun lo que leo el fanatico es usted y para colmo afirma cosas que no son ciertas, seguro porque quien sabe donde las escucha y no confirma las fuentes.
Ya se vienen los insultos como la vez pasada... en 3, 2, 1...