¡Ay, Dios mío! Este 2025 se nos vino encima con toda, ¿verdad? Y ni hablar de los muchachos de fin de colegio que ahora sí se les viene el susto de tener que escoger qué brete quieren meterse. Parece mentira que hace poquito estaban jugando futbol en la calle y ahora andan con ojitos de búho buscando en Google salidas laborales. La cosa es que la pandemia dejó huella, fíjate tú.
Estamos hablando de casi 50 mil estudiantes de quinto y sexto año, nacidos entre el 2008 y el 2009, la primerísima generación que vivió gran parte de la adolescencia encerrada. Imagínate la movida: vieron sus actividades extracurriculares canceladas, perdieron tiempo crucial con sus amigos y, ahora, se enfrentan a la universidad con un panorama laboral que cambia más rápido que el clima en Cerro de Poás.
Según los expertos en educación y salud mental, estos jóvenes están tomando decisiones vocacionales bajo una presión descomunal. No solo la familiar –el papá quiere abogado, la mamá enfermera–, sino también la social. Las redes sociales no ayudan precisamente, porque te bombean imágenes de gente viviendo la vida perfecta con profesiones que, a veces, ni existen todavía. ¡Es un desmadre!
Elisa Meza, orientadora vocacional de Universidades.cr, nos explica que el problema central es que estos chicos sienten que tienen que decidir 'sin entenderse antes'. Como dice ella, no se trata solo de escoger una carrera, sino de saber quiénes son y qué les mueve. ¡Qué manera de decirlo! Pero la verdad es que toca reflexionar bien eso, porque una vez que te metes en un carro difícil, ahí sí se complica.
Lo más gracioso (o preocupante, depende cómo le mires) es que la mayoría sigue apuntando a las carreras tradicionales: medicina, administración, psicología, ingeniería… Ya sabes, esas que todos quieren hacer. Pero ojo, que esos campos ya están reventados, ¿me entiendes? Hay más graduados que trabajos disponibles, y la competencia es feroz. ¡Qué torta!
Fernando Mena, director académico de Psicología en la U Latina, no se anda con rodeos: 'La orientación vocacional hoy no puede separarse de la salud mental'. Y tiene razón. Ver jóvenes con ataques de ansiedad o episodios de pánico por la simple idea de escoger una carrera es algo que está pasando cada vez más seguido. Tenemos que bajarle al dramatismo y recordarles que esto no define su vida entera.
El estudio de Universidades.cr revela otro detalle interesante: muchos estudiantes eligen carreras basándose en lo que otros dicen o en lo que ven en redes sociales, en lugar de analizar sus propias habilidades e intereses. Un chunche que va tomando fuerza, la verdad. Por ejemplo, hay perfiles prácticos que podrían brillar en ingenierías o tecnologías aplicadas, pero terminan optando por la segura administración. ¡Qué pena!
En fin, la elección de carrera es un proceso complejo que requiere introspección, paciencia y apoyo. ¿Pero entonces, qué hacemos? ¿Cómo ayudamos a esta generación a encontrar su camino sin agobiarlos con expectativas irreales? ¿Deberíamos replantearnos el papel de la orientación vocacional en nuestras escuelas y promover una cultura que valore la exploración y el aprendizaje continuo, incluso si eso implica cambiar de carrera varias veces?
Estamos hablando de casi 50 mil estudiantes de quinto y sexto año, nacidos entre el 2008 y el 2009, la primerísima generación que vivió gran parte de la adolescencia encerrada. Imagínate la movida: vieron sus actividades extracurriculares canceladas, perdieron tiempo crucial con sus amigos y, ahora, se enfrentan a la universidad con un panorama laboral que cambia más rápido que el clima en Cerro de Poás.
Según los expertos en educación y salud mental, estos jóvenes están tomando decisiones vocacionales bajo una presión descomunal. No solo la familiar –el papá quiere abogado, la mamá enfermera–, sino también la social. Las redes sociales no ayudan precisamente, porque te bombean imágenes de gente viviendo la vida perfecta con profesiones que, a veces, ni existen todavía. ¡Es un desmadre!
Elisa Meza, orientadora vocacional de Universidades.cr, nos explica que el problema central es que estos chicos sienten que tienen que decidir 'sin entenderse antes'. Como dice ella, no se trata solo de escoger una carrera, sino de saber quiénes son y qué les mueve. ¡Qué manera de decirlo! Pero la verdad es que toca reflexionar bien eso, porque una vez que te metes en un carro difícil, ahí sí se complica.
Lo más gracioso (o preocupante, depende cómo le mires) es que la mayoría sigue apuntando a las carreras tradicionales: medicina, administración, psicología, ingeniería… Ya sabes, esas que todos quieren hacer. Pero ojo, que esos campos ya están reventados, ¿me entiendes? Hay más graduados que trabajos disponibles, y la competencia es feroz. ¡Qué torta!
Fernando Mena, director académico de Psicología en la U Latina, no se anda con rodeos: 'La orientación vocacional hoy no puede separarse de la salud mental'. Y tiene razón. Ver jóvenes con ataques de ansiedad o episodios de pánico por la simple idea de escoger una carrera es algo que está pasando cada vez más seguido. Tenemos que bajarle al dramatismo y recordarles que esto no define su vida entera.
El estudio de Universidades.cr revela otro detalle interesante: muchos estudiantes eligen carreras basándose en lo que otros dicen o en lo que ven en redes sociales, en lugar de analizar sus propias habilidades e intereses. Un chunche que va tomando fuerza, la verdad. Por ejemplo, hay perfiles prácticos que podrían brillar en ingenierías o tecnologías aplicadas, pero terminan optando por la segura administración. ¡Qué pena!
En fin, la elección de carrera es un proceso complejo que requiere introspección, paciencia y apoyo. ¿Pero entonces, qué hacemos? ¿Cómo ayudamos a esta generación a encontrar su camino sin agobiarlos con expectativas irreales? ¿Deberíamos replantearnos el papel de la orientación vocacional en nuestras escuelas y promover una cultura que valore la exploración y el aprendizaje continuo, incluso si eso implica cambiar de carrera varias veces?