¡Ay, Dios mío, qué historia nos cayó encima! Un muchillo, apenas empezando la vida, se encontró en un brete que ni en novela turca. Resulta que andaba moviendo unos colones que dan escalofríos – casi dos millones y media – y unas cajas que, como vamos a ver, escondían cosas que no son precisamente para jugar con muñequitas. Esto pasó en carretera, en un operativo sorpresa de la Fuerza Pública que dejó a todos boquiabiertos.
La onda es que la policía estaba picoteando información sobre un bus que, se rumoreaba, llevaba material delicado camino a Limón. Así que pusieron sus hombres estratégicos para interceptar la máquina antes de que entrara a la provincia. Esta reacción rápida evitó que el paquete llegara a su destino final, lo cual, analizando bien la cosa, podría haber complicado bastante las cosas por allá abajo.
Pero la vaina empezó a complicarse aún más cuando encontraron al menor. El pibe iba con toda esa lana, ¡una vara tremenda!, y también con una pistolita y tres cargadores. Enseguida se encendieron todas las alarmas porque ya no era solo un tema de plata, sino que había armas metidas en la ecuación. Imagínate el susto que se agarraron los agentes.
Y ahí entró el héroe anónimo de la mañana: el can K9. Ese chunche olfateó algo raro en el compartimento de equipaje y señaló dos cajas plásticas que pesaban como piedras. Después de algunos trámites con la Fiscalía –porque estos temas tienen que seguir el libro– abrieron las cajas y… ¡boom!, lo que encontraron les heló la sangre a los oficiales.
Dentro de esas cajas, acomodaditos, iban diez fusiles AR-15, listos para hacer ruido. Estos fusiles no son precisamente los que usan los campesinos para quitar malezas; son armás de alto calibre, esas que le gustan a los tipos que se dedican a hacerles daño a otros. Las autoridades creen que estas armas estaban destinadas a bandas que operan en la zona Caribe, donde la violencia ha ido escalando peligrosamente.
Esto no solo significa que se impidió la entrada de armamento peligroso al país, sino que también le dieron un buen golpe a las redes de traficantes que usan el transporte público para pasar sus cositas ilegales. Ya saben, esos que piensan que pueden andar haciendo travesuras a lo largo y ancho de Costa Rica. ¡Pues no cuenten con eso!
Ahora, el menor está a disposición de la Fiscalía, enfrentando las consecuencias de haberse metido en este embrollo. Se investiga a fondo para saber quién le proporcionó las armas, a quién le iban a llegar y cuál era el plan maestro detrás de todo este asunto. Estamos hablando de una investigación profunda que va a requerir mucho trabajo detectivesco. Además, este caso, como si no hubiera suficiente, abre otro debate: ¿cómo diablos llegan los menores a involucrarse en estas situaciones tan chungas?
Por supuesto, la Fuerza Pública promete redoblar la vigilancia en carreteras, especialmente en aquellas que llevan a zonas propensas a la delincuencia. Pero me pregunto, mi gente: ¿Cómo podemos proteger mejor a nuestros niños y jóvenes para que no caigan en garras de organizaciones criminales? ¿Es suficiente con aumentar los controles o necesitamos medidas sociales más profundas?
La onda es que la policía estaba picoteando información sobre un bus que, se rumoreaba, llevaba material delicado camino a Limón. Así que pusieron sus hombres estratégicos para interceptar la máquina antes de que entrara a la provincia. Esta reacción rápida evitó que el paquete llegara a su destino final, lo cual, analizando bien la cosa, podría haber complicado bastante las cosas por allá abajo.
Pero la vaina empezó a complicarse aún más cuando encontraron al menor. El pibe iba con toda esa lana, ¡una vara tremenda!, y también con una pistolita y tres cargadores. Enseguida se encendieron todas las alarmas porque ya no era solo un tema de plata, sino que había armas metidas en la ecuación. Imagínate el susto que se agarraron los agentes.
Y ahí entró el héroe anónimo de la mañana: el can K9. Ese chunche olfateó algo raro en el compartimento de equipaje y señaló dos cajas plásticas que pesaban como piedras. Después de algunos trámites con la Fiscalía –porque estos temas tienen que seguir el libro– abrieron las cajas y… ¡boom!, lo que encontraron les heló la sangre a los oficiales.
Dentro de esas cajas, acomodaditos, iban diez fusiles AR-15, listos para hacer ruido. Estos fusiles no son precisamente los que usan los campesinos para quitar malezas; son armás de alto calibre, esas que le gustan a los tipos que se dedican a hacerles daño a otros. Las autoridades creen que estas armas estaban destinadas a bandas que operan en la zona Caribe, donde la violencia ha ido escalando peligrosamente.
Esto no solo significa que se impidió la entrada de armamento peligroso al país, sino que también le dieron un buen golpe a las redes de traficantes que usan el transporte público para pasar sus cositas ilegales. Ya saben, esos que piensan que pueden andar haciendo travesuras a lo largo y ancho de Costa Rica. ¡Pues no cuenten con eso!
Ahora, el menor está a disposición de la Fiscalía, enfrentando las consecuencias de haberse metido en este embrollo. Se investiga a fondo para saber quién le proporcionó las armas, a quién le iban a llegar y cuál era el plan maestro detrás de todo este asunto. Estamos hablando de una investigación profunda que va a requerir mucho trabajo detectivesco. Además, este caso, como si no hubiera suficiente, abre otro debate: ¿cómo diablos llegan los menores a involucrarse en estas situaciones tan chungas?
Por supuesto, la Fuerza Pública promete redoblar la vigilancia en carreteras, especialmente en aquellas que llevan a zonas propensas a la delincuencia. Pero me pregunto, mi gente: ¿Cómo podemos proteger mejor a nuestros niños y jóvenes para que no caigan en garras de organizaciones criminales? ¿Es suficiente con aumentar los controles o necesitamos medidas sociales más profundas?
