¡Ay, Dios mío! Resulta que el gobierno, pa' hacer las cosas a su manera, cambió el nombre y el enfoque de un proyecto que ya tenía a la gente enganchada. Ahora tenemos el Parque Natural Lorne Ross Ashley, pero muchos todavía recuerdan la promesa del “Parque del Agua” que propuso la diputada Cisneros. Una movida que ha levantado pasitos, digámoslo así.
Todo empezó con Lorne Ross Ashley, un buenazo que donó sus tierras – unas 50 hectáreas, imagínate – al Estado allá por 1976. Sus ancestros las habían comprado hacía años con la intención de meterle mano agrícola e industrial, pero él decidió que fuera pa’ bien común. Por años, esas tierras fueron conocidas como el Centro de Conservación de Santa Ana, un lugar que la comunidad siempre tuvo en mente para un proyecto especial.
Y ahí entra la propuesta de Pilar Cisneros: un “Parque del Agua”, inspirado en proyectos parecidos que hay en Perú. Fuentes artificiales, juegos de luces, un lugar para refrescarse y disfrutar. La idea sonaba chivísima, y hasta recibieron apoyo inicial del Ministerio de Ambiente. Pero, como suele pasar por acá, las cosas no siempre salen como uno quiere. Parece que hubo roces entre el Sinac y la comunidad, diferentes visiones sobre cómo debía usarse ese terrenito.
El problema, como muchos venimos viendo últimamente, es la falta de comunicación y coordinación entre las instituciones. El Sinac, encargado de proteger el ambiente, tenía otros planes pa’ esas tierras, enfocándose más en la conservación y el ecoturismo. Mientras tanto, la diputada Cisneros insistía con su parque acuático, con fuentes y toda la onda. ¡Un brete pa’ todos!
Lo curioso es que, aunque el Sinac había expresado previamente su desacuerdo con el concepto del parque acuático, el Minae parecía darle luz verde. Esto generó confusión y frustración en la comunidad, que veía cómo su sueño de un espacio recreativo único se iba esfumando. A la final, parece que prevalecieron los criterios técnicos del Sinac y decidieron avanzar con la figura de parque natural urbano, sumándolo al sistema de áreas protegidas del país, el segundo sitio con esa clasificación después del viejo Zoológico Simón Bolívar.
Ahora, el terreno, rebautizado como Parque Natural Lorne Ross Ashley, tendrá que cumplir con un plan general de manejo que definirá qué se puede y qué no se puede hacer ahí. El Sinac tiene 24 meses para armar ese plan, lo que nos deja pensando si realmente se tomarán en cuenta las ideas de la comunidad y si habrá espacio para algún tipo de atractivo turístico innovador. ¿Será que el espíritu del parque del agua revivirá de alguna forma dentro de este nuevo esquema?
Esta historia nos demuestra, una vez más, que los proyectos públicos a menudo son víctimas de intereses contrapuestos y cambios de opinión a última hora. Es fácil prometer maravillas en campaña, pero la realidad es que implementar estas ideas requiere planificación cuidadosa, diálogo abierto y, sobre todo, escuchar a la gente que vive en la zona. Porque al final, estos parques y espacios públicos son para nosotros, los ticos, para disfrutarlos y cuidarlos.
Con todo esto, me pregunto: ¿Creemnos que el cambio de nombre y enfoque realmente servirá para preservar las tierras de Lorne Ross Ashley, o simplemente estamos frente a otro caso de promesa incumplida? ¿Debería haberse buscado un punto intermedio que combinara la visión de la diputada Cisneros con los lineamientos del Sinac para crear un espacio verdaderamente único y beneficioso para la comunidad?
Todo empezó con Lorne Ross Ashley, un buenazo que donó sus tierras – unas 50 hectáreas, imagínate – al Estado allá por 1976. Sus ancestros las habían comprado hacía años con la intención de meterle mano agrícola e industrial, pero él decidió que fuera pa’ bien común. Por años, esas tierras fueron conocidas como el Centro de Conservación de Santa Ana, un lugar que la comunidad siempre tuvo en mente para un proyecto especial.
Y ahí entra la propuesta de Pilar Cisneros: un “Parque del Agua”, inspirado en proyectos parecidos que hay en Perú. Fuentes artificiales, juegos de luces, un lugar para refrescarse y disfrutar. La idea sonaba chivísima, y hasta recibieron apoyo inicial del Ministerio de Ambiente. Pero, como suele pasar por acá, las cosas no siempre salen como uno quiere. Parece que hubo roces entre el Sinac y la comunidad, diferentes visiones sobre cómo debía usarse ese terrenito.
El problema, como muchos venimos viendo últimamente, es la falta de comunicación y coordinación entre las instituciones. El Sinac, encargado de proteger el ambiente, tenía otros planes pa’ esas tierras, enfocándose más en la conservación y el ecoturismo. Mientras tanto, la diputada Cisneros insistía con su parque acuático, con fuentes y toda la onda. ¡Un brete pa’ todos!
Lo curioso es que, aunque el Sinac había expresado previamente su desacuerdo con el concepto del parque acuático, el Minae parecía darle luz verde. Esto generó confusión y frustración en la comunidad, que veía cómo su sueño de un espacio recreativo único se iba esfumando. A la final, parece que prevalecieron los criterios técnicos del Sinac y decidieron avanzar con la figura de parque natural urbano, sumándolo al sistema de áreas protegidas del país, el segundo sitio con esa clasificación después del viejo Zoológico Simón Bolívar.
Ahora, el terreno, rebautizado como Parque Natural Lorne Ross Ashley, tendrá que cumplir con un plan general de manejo que definirá qué se puede y qué no se puede hacer ahí. El Sinac tiene 24 meses para armar ese plan, lo que nos deja pensando si realmente se tomarán en cuenta las ideas de la comunidad y si habrá espacio para algún tipo de atractivo turístico innovador. ¿Será que el espíritu del parque del agua revivirá de alguna forma dentro de este nuevo esquema?
Esta historia nos demuestra, una vez más, que los proyectos públicos a menudo son víctimas de intereses contrapuestos y cambios de opinión a última hora. Es fácil prometer maravillas en campaña, pero la realidad es que implementar estas ideas requiere planificación cuidadosa, diálogo abierto y, sobre todo, escuchar a la gente que vive en la zona. Porque al final, estos parques y espacios públicos son para nosotros, los ticos, para disfrutarlos y cuidarlos.
Con todo esto, me pregunto: ¿Creemnos que el cambio de nombre y enfoque realmente servirá para preservar las tierras de Lorne Ross Ashley, o simplemente estamos frente a otro caso de promesa incumplida? ¿Debería haberse buscado un punto intermedio que combinara la visión de la diputada Cisneros con los lineamientos del Sinac para crear un espacio verdaderamente único y beneficioso para la comunidad?