¡Ay, Dios mío! Parece que estamos destinados a repetir los errores, ¿eh? Un nuevo estudio, sacado de la biblioteca de la ONU, nos está echando en cara que seguimos con la cabeza en la arena frente a la desigualdad económica. Resulta que, según los expertos, cuanto más diferencia hay entre ricos y pobres, más fácil nos será caer en otra calamidad sanitaria global. ¡Qué sal!
El informe, producto de dos años de investigación liderada por pesos pesados como Joseph Stiglitz –el señor de las estrellas en economía– y Monica Geingos, ex primera dama de Namibia, pinta un panorama poco alentador. No es precisamente una lectura relajante para tomarse un café con panela, mángano. Básicamente, nos dicen que la brecha cada vez mayor entre los que tienen y los que no, no solo afecta nuestras billeteras, sino que también nos hace más susceptibles a sufrir consecuencias devastadoras en materia de salud pública.
¿Se acuerdan del Covid-19? Pues parece que no aprendimos mucho de esa torta. El estudio apunta directamente a que la pandemia expuso, y amplificó, las profundas desigualdades existentes. Mientras algunos estaban comprándose piscinas y yates, otros luchaban por conseguir una mascarilla y comida en la mesa. Una verdadera vergüenza nacional, diay. Lo peor es que este ciclo de “pandemia-desigualdad” es recurrente; ya lo vimos con el SIDA, el Ébola y hasta la gripe aviar. Nos va dando vueltas como trompo, ¿me entienden?
Pero no es solo la pandemia en sí lo que preocupa. Según Stiglitz y compañía, las respuestas políticas erróneas empeoran aún más la situación. Por ejemplo, endeudarnos hasta las cejas para “sacar adelante” la economía, imponiendo medidas de austeridad que recorten inversión en salud, educación y programas de protección social. ¡Eso es como echar gasolina al fuego! Nos deja más débiles, más vulnerables y menos preparados para afrontar cualquier eventualidad futura.
Y hablando de números, la cifra es escalofriante: el Covid-19 empujó a unos 165 millones de personas a la pobreza, mientras que las personas más ricas del mundo vieron cómo su fortuna crecía en más de un cuarto. ¡Una diferencia abismal! Eso demuestra claramente que el sistema actual está roto, desbalanceado y favoreciendo a unos pocos a costa del sufrimiento de muchos. Me da unas ganas de agarrarme la cabeza… pero luego me acuerdo que eso no soluciona nada, chunche.
Ahora bien, ¿qué propone el estudio para salir de esta papa caliente? Principalmente, invertir en mecanismos de protección social en cada país. Es decir, crear redes de seguridad que protejan a los más vulnerables en momentos de crisis. También piden reestructurar la deuda de los países en desarrollo, permitiéndoles destinar esos recursos a fortalecer sus sistemas de salud y educación. Además, insisten en un acceso más justo a los tratamientos y tecnologías médicas, e incluso sugieren eliminar temporalmente los derechos de propiedad intelectual durante una pandemia. Suena bien en teoría, ¿no creen?
Por supuesto, nadie espera que estos cambios ocurran de la noche a la mañana. Se necesita voluntad política, compromiso internacional y, sobre todo, un cambio radical en la forma en que entendemos la economía. Dejar de lado el egoísmo y priorizar el bienestar colectivo es fundamental si queremos construir un mundo más justo y resiliente. Porque, seamos sinceros, si seguimos ignorando la desigualdad, estamos cavando nuestra propia tumba. ¡Y vaya que tenemos bastante que cavar ya!
Con todo esto, me pregunto: ¿Creen que nuestros líderes políticos realmente escucharán estas advertencias y tomarán medidas concretas para abordar la desigualdad económica, o seguiremos siendo cómplices de un futuro plagado de crisis sanitarias y sociales? ¿Es posible romper este círculo vicioso de pandemia y desigualdad, o estamos condenados a repetir la historia una y otra vez?
El informe, producto de dos años de investigación liderada por pesos pesados como Joseph Stiglitz –el señor de las estrellas en economía– y Monica Geingos, ex primera dama de Namibia, pinta un panorama poco alentador. No es precisamente una lectura relajante para tomarse un café con panela, mángano. Básicamente, nos dicen que la brecha cada vez mayor entre los que tienen y los que no, no solo afecta nuestras billeteras, sino que también nos hace más susceptibles a sufrir consecuencias devastadoras en materia de salud pública.
¿Se acuerdan del Covid-19? Pues parece que no aprendimos mucho de esa torta. El estudio apunta directamente a que la pandemia expuso, y amplificó, las profundas desigualdades existentes. Mientras algunos estaban comprándose piscinas y yates, otros luchaban por conseguir una mascarilla y comida en la mesa. Una verdadera vergüenza nacional, diay. Lo peor es que este ciclo de “pandemia-desigualdad” es recurrente; ya lo vimos con el SIDA, el Ébola y hasta la gripe aviar. Nos va dando vueltas como trompo, ¿me entienden?
Pero no es solo la pandemia en sí lo que preocupa. Según Stiglitz y compañía, las respuestas políticas erróneas empeoran aún más la situación. Por ejemplo, endeudarnos hasta las cejas para “sacar adelante” la economía, imponiendo medidas de austeridad que recorten inversión en salud, educación y programas de protección social. ¡Eso es como echar gasolina al fuego! Nos deja más débiles, más vulnerables y menos preparados para afrontar cualquier eventualidad futura.
Y hablando de números, la cifra es escalofriante: el Covid-19 empujó a unos 165 millones de personas a la pobreza, mientras que las personas más ricas del mundo vieron cómo su fortuna crecía en más de un cuarto. ¡Una diferencia abismal! Eso demuestra claramente que el sistema actual está roto, desbalanceado y favoreciendo a unos pocos a costa del sufrimiento de muchos. Me da unas ganas de agarrarme la cabeza… pero luego me acuerdo que eso no soluciona nada, chunche.
Ahora bien, ¿qué propone el estudio para salir de esta papa caliente? Principalmente, invertir en mecanismos de protección social en cada país. Es decir, crear redes de seguridad que protejan a los más vulnerables en momentos de crisis. También piden reestructurar la deuda de los países en desarrollo, permitiéndoles destinar esos recursos a fortalecer sus sistemas de salud y educación. Además, insisten en un acceso más justo a los tratamientos y tecnologías médicas, e incluso sugieren eliminar temporalmente los derechos de propiedad intelectual durante una pandemia. Suena bien en teoría, ¿no creen?
Por supuesto, nadie espera que estos cambios ocurran de la noche a la mañana. Se necesita voluntad política, compromiso internacional y, sobre todo, un cambio radical en la forma en que entendemos la economía. Dejar de lado el egoísmo y priorizar el bienestar colectivo es fundamental si queremos construir un mundo más justo y resiliente. Porque, seamos sinceros, si seguimos ignorando la desigualdad, estamos cavando nuestra propia tumba. ¡Y vaya que tenemos bastante que cavar ya!
Con todo esto, me pregunto: ¿Creen que nuestros líderes políticos realmente escucharán estas advertencias y tomarán medidas concretas para abordar la desigualdad económica, o seguiremos siendo cómplices de un futuro plagado de crisis sanitarias y sociales? ¿Es posible romper este círculo vicioso de pandemia y desigualdad, o estamos condenados a repetir la historia una y otra vez?