Maes, a veces uno lee noticias que parecen sacadas de una serie de Netflix, y la de hoy es, sin duda, para maratonear con palomitas. Imagínense la escena: un supermercado en el Caribe, casi ₡50 millones de rojitos en una caja fuerte y un plan que involucra sopletes de acetileno. Pero el giro de la trama, el que de verdad nos deja con la boca abierta, es que los presuntos cerebros detrás de este golpe no eran unos desconocidos, sino gente de la casa. ¡Qué despiche más monumental! Estamos hablando de que la mismísima Supervisora Regional de Walmart para Limón y el administrador del Palí donde ocurrió todo están ahora en la mira del OIJ. Esto es el equivalente corporativo a que el gato que pusiste a cuidar la carnicería te organice un asado con todos los compas del barrio.
Vamos por partes, porque la vara tiene su ciencia. Según el reporte del OIJ, la mañana del 19 de abril en Hone Creek, Cahuita, no fue una mañana cualquiera. Tres tipos armados llegaron cuando el personal apenas iba a empezar el brete. El guion de siempre: amenazas, amarres con gasas plásticas y el terror del momento. Pero aquí viene lo interesante: no llegaron a llevarse el menudo de la caja registradora. No, estos maes se mandaron con equipo pesado, específicamente acetileno, para derretir y abrir la caja fuerte principal. Un toque súper profesional, casi de película de acción. De ahí sacaron la bicoca de ₡49.900.000. Casi cincuenta palos que se esfumaron antes de que la mayoría de nosotros nos tomáramos el primer café del día.
Ahora, aquí es donde la trama se pone realmente buena. Cualquiera pensaría que el OIJ andaría buscando a una banda de afuera, a expertos en cajas fuertes. Y sí, lo hicieron, pero la investigación los llevó a un lugar inesperado: la propia jerarquía de Walmart. La detenida, una mujer de apellido Granados, no era cualquier empleada. Era la Supervisora Regional para Limón. O sea, la persona que en teoría debería estar velando por la seguridad, los protocolos y el buen funcionamiento de las tiendas en toda la provincia. Según el director del OIJ, Randall Zúñiga, a la señora la pescaron días atrás acompañada, nada más y nada menos, que del presunto cabecilla de la organización, un sujeto de apellido Sánchez. ¡Qué torta se jaló! Es como si el director de la orquesta fuera el que está vendiendo los instrumentos por la puerta de atrás.
Y si creían que ahí terminaba la cosa, agárrense, porque hay más. Como si no fuera suficiente tener a una supervisora regional implicada, el OIJ también le echó el guante al administrador del Palí de Hone Creek, el mismísimo lugar de los hechos. La justificación oficial es que el mae, en apariencia, "falló en los protocolos de ingreso de personal". Diay, aquí la pregunta del millón es si el hombre fue increíblemente descuidado o si ese "fallo" fue más bien una ayudita deliberada. ¿"Se le fue" la seguridad de las manos o directamente les abrió la puerta? Es demasiada coincidencia para pensar que fue pura sal. Cuando dos piezas clave de la estructura interna están detenidas, el cuento de un simple robo externo se va al traste por completo.
Al final, este caso va mucho más allá del robo de un chunche o de un montón de plata. Es una historia sobre la confianza rota y la vulnerabilidad de sistemas que dependen de la honestidad de su gente. Te pone a pensar cuántos portillos de seguridad no se abren con un soplete, sino con una llamada o un mensaje de alguien de adentro. La lección es dura: a veces el mayor riesgo no viene de afuera, sino del que tiene las llaves del lugar. Y ahora les pregunto a ustedes, maes: ¿Les sorprende este nivel de aparente complicidad interna en una corporación tan grande? ¿Creen que esto es un caso aislado de un par de manzanas podridas, o es un síntoma de algo más grande que no vemos en el día a día de estos bretes?
Vamos por partes, porque la vara tiene su ciencia. Según el reporte del OIJ, la mañana del 19 de abril en Hone Creek, Cahuita, no fue una mañana cualquiera. Tres tipos armados llegaron cuando el personal apenas iba a empezar el brete. El guion de siempre: amenazas, amarres con gasas plásticas y el terror del momento. Pero aquí viene lo interesante: no llegaron a llevarse el menudo de la caja registradora. No, estos maes se mandaron con equipo pesado, específicamente acetileno, para derretir y abrir la caja fuerte principal. Un toque súper profesional, casi de película de acción. De ahí sacaron la bicoca de ₡49.900.000. Casi cincuenta palos que se esfumaron antes de que la mayoría de nosotros nos tomáramos el primer café del día.
Ahora, aquí es donde la trama se pone realmente buena. Cualquiera pensaría que el OIJ andaría buscando a una banda de afuera, a expertos en cajas fuertes. Y sí, lo hicieron, pero la investigación los llevó a un lugar inesperado: la propia jerarquía de Walmart. La detenida, una mujer de apellido Granados, no era cualquier empleada. Era la Supervisora Regional para Limón. O sea, la persona que en teoría debería estar velando por la seguridad, los protocolos y el buen funcionamiento de las tiendas en toda la provincia. Según el director del OIJ, Randall Zúñiga, a la señora la pescaron días atrás acompañada, nada más y nada menos, que del presunto cabecilla de la organización, un sujeto de apellido Sánchez. ¡Qué torta se jaló! Es como si el director de la orquesta fuera el que está vendiendo los instrumentos por la puerta de atrás.
Y si creían que ahí terminaba la cosa, agárrense, porque hay más. Como si no fuera suficiente tener a una supervisora regional implicada, el OIJ también le echó el guante al administrador del Palí de Hone Creek, el mismísimo lugar de los hechos. La justificación oficial es que el mae, en apariencia, "falló en los protocolos de ingreso de personal". Diay, aquí la pregunta del millón es si el hombre fue increíblemente descuidado o si ese "fallo" fue más bien una ayudita deliberada. ¿"Se le fue" la seguridad de las manos o directamente les abrió la puerta? Es demasiada coincidencia para pensar que fue pura sal. Cuando dos piezas clave de la estructura interna están detenidas, el cuento de un simple robo externo se va al traste por completo.
Al final, este caso va mucho más allá del robo de un chunche o de un montón de plata. Es una historia sobre la confianza rota y la vulnerabilidad de sistemas que dependen de la honestidad de su gente. Te pone a pensar cuántos portillos de seguridad no se abren con un soplete, sino con una llamada o un mensaje de alguien de adentro. La lección es dura: a veces el mayor riesgo no viene de afuera, sino del que tiene las llaves del lugar. Y ahora les pregunto a ustedes, maes: ¿Les sorprende este nivel de aparente complicidad interna en una corporación tan grande? ¿Creen que esto es un caso aislado de un par de manzanas podridas, o es un síntoma de algo más grande que no vemos en el día a día de estos bretes?