Maes, no sé si ya se toparon con la vara del nuevo Informe Estado de la Educación, pero les adelanto que es para sentarse a llorar. La portada misma ya te canta la pieza: un rompecabezas de papelitos pegados con masking tape. Esa, literal, es la foto de nuestro sistema educativo. Un chunche hecho pedazos que intentamos mantener unido a la pura fuerza de voluntad. Y los datos adentro confirman el despiche total: el 90% de nuestros estudiantes, ¡nueve de cada diez!, están en niveles mínimos o por debajo de lo que deberían. O sea, estamos fabricando ignorancia en masa y con sello de calidad del MEP.
Y para ponerle la cereza a esta torta, están las pruebas PISA. ¿Se acuerdan cuando nos inflábamos el pecho diciendo que éramos la Suiza centroamericana? Diay, parece que en educación somos más bien el furgón de cola. Quedamos en el puesto 60 de 81 países. Pero lo que de verdad asusta no es el número, es lo que significa. Jennyfer Mena, una de las investigadoras, lo dijo sin anestesia: "El país está graduando estudiantes de secundaria que apenas muestran niveles de comprensión lectora y razonamiento matemático propios de tercer o cuarto grado de escuela". Mae, lean eso otra vez. Estamos entregando títulos de bachiller a gente que a duras penas puede con la materia de un güila de 10 años. ¡Qué sal!
Claro, uno se pregunta: ¿cómo carajos llegamos a este punto? La respuesta es tan obvia que duele: la plata. El informe lo deja clarísimo. Tenemos el retroceso más grande en inversión pública en educación desde 1980. ¡Desde los ochentas! Mientras el mundo invierte más en el cerebro de su gente, nosotros le metemos la tijera. Entre 2018 y 2023, la inversión total bajó un 6%. Para primaria, el recorte fue del 14%. Como dijo uno de los investigadores, Dagoberto Murillo, la vara simplemente “no ha tenido la prioridad requerida en la agenda política nacional”. En otras palabras, a nuestros políticos les ha importado un pito que las futuras generaciones no sepan ni leer un recibo de la luz.
Y lo más salado de todo es que el problema empieza desde abajo, desde la escuela. No es que los maes llegan a sétimo y de pronto se vuelven brutos. No. La bronca se viene cocinando desde que están aprendiendo a leer. El informe señala que los mismos docentes de primaria tienen un conocimiento insuficiente del proceso lector. Es como querer construir un edificio con un mae que no sabe mezclar cemento. El resultado es una generación entera con bases de galleta soda, que se arrastra por el colegio y, si tiene suerte, llega a la U a hacer bulto, porque las herramientas para triunfar se las negaron desde el kínder.
Al final, los investigadores dicen que para empezar a arreglar este desastre necesitaríamos invertir como un 8,5% del PIB. Un platal. Solo para tapar los huecos más urgentes, como arreglar las más de 800 escuelas con órdenes sanitarias y contratar al personal necesario, se iría casi un 3% del PIB de una vez. La tarea es titánica, y honestamente, el panorama se ve oscuro. La portada del informe es un llamado a "reconstruir", pero la pregunta es si de verdad hay voluntad para hacer ese brete. Así que se las tiro al foro: más allá de quejarnos y apuntar dedos, ¿por dónde carajos empezamos a pegar los pedazos de este chunche? ¿Es un tema de exigir más plata, de cambiar de raíz los programas de estudio, o es que como sociedad ya nos acostumbramos a la mediocridad?
Y para ponerle la cereza a esta torta, están las pruebas PISA. ¿Se acuerdan cuando nos inflábamos el pecho diciendo que éramos la Suiza centroamericana? Diay, parece que en educación somos más bien el furgón de cola. Quedamos en el puesto 60 de 81 países. Pero lo que de verdad asusta no es el número, es lo que significa. Jennyfer Mena, una de las investigadoras, lo dijo sin anestesia: "El país está graduando estudiantes de secundaria que apenas muestran niveles de comprensión lectora y razonamiento matemático propios de tercer o cuarto grado de escuela". Mae, lean eso otra vez. Estamos entregando títulos de bachiller a gente que a duras penas puede con la materia de un güila de 10 años. ¡Qué sal!
Claro, uno se pregunta: ¿cómo carajos llegamos a este punto? La respuesta es tan obvia que duele: la plata. El informe lo deja clarísimo. Tenemos el retroceso más grande en inversión pública en educación desde 1980. ¡Desde los ochentas! Mientras el mundo invierte más en el cerebro de su gente, nosotros le metemos la tijera. Entre 2018 y 2023, la inversión total bajó un 6%. Para primaria, el recorte fue del 14%. Como dijo uno de los investigadores, Dagoberto Murillo, la vara simplemente “no ha tenido la prioridad requerida en la agenda política nacional”. En otras palabras, a nuestros políticos les ha importado un pito que las futuras generaciones no sepan ni leer un recibo de la luz.
Y lo más salado de todo es que el problema empieza desde abajo, desde la escuela. No es que los maes llegan a sétimo y de pronto se vuelven brutos. No. La bronca se viene cocinando desde que están aprendiendo a leer. El informe señala que los mismos docentes de primaria tienen un conocimiento insuficiente del proceso lector. Es como querer construir un edificio con un mae que no sabe mezclar cemento. El resultado es una generación entera con bases de galleta soda, que se arrastra por el colegio y, si tiene suerte, llega a la U a hacer bulto, porque las herramientas para triunfar se las negaron desde el kínder.
Al final, los investigadores dicen que para empezar a arreglar este desastre necesitaríamos invertir como un 8,5% del PIB. Un platal. Solo para tapar los huecos más urgentes, como arreglar las más de 800 escuelas con órdenes sanitarias y contratar al personal necesario, se iría casi un 3% del PIB de una vez. La tarea es titánica, y honestamente, el panorama se ve oscuro. La portada del informe es un llamado a "reconstruir", pero la pregunta es si de verdad hay voluntad para hacer ese brete. Así que se las tiro al foro: más allá de quejarnos y apuntar dedos, ¿por dónde carajos empezamos a pegar los pedazos de este chunche? ¿Es un tema de exigir más plata, de cambiar de raíz los programas de estudio, o es que como sociedad ya nos acostumbramos a la mediocridad?