Maes, no sé si ya vieron las noticias o sintieron el olor a humo los que viven por el este, pero ¡qué despiche más bravo se armó esta tarde en Ipís de Goicoechea! De esas varas que uno ve en las películas y no se imagina que van a pasar a la par de la casa. Las imágenes son una locura, una columna de humo negro que se veía desde medio San José y un caos de sirenas que no paraba. La vara, según parece, empezó en una llantera, y diay, ustedes saben lo que eso significa: combustible para un incendio del tamaño de una catedral. Honestamente, es de esas noticias que le amargan a uno el cafecito de la tarde.
Vamos a los datos duros, porque en medio del desorden es donde más se necesita claridad. Según el reporte oficial de Bomberos, el fuego se descontroló rapidísimo. Imagínense el coctel: una llantera pegada a una chatarrera. O sea, llantas, latas, aceites y quién sabe cuántos chunches más que arden como si no hubiera un mañana. Al final, el fuego se comió 440 metros cuadrados, pero el área involucrada fue de casi 900. Lo más triste de todo es lo que se fue en la tanda: una cuartería completa con diez cuartos, una casa de habitación y tres apartamentos. ¡Diez cuartos, maes! Eso es un montón de gente, de familias que en cuestión de minutos vieron cómo todo su brete y sus cosas se iban al traste.
Pero bueno, en medio de la torta, siempre hay que quitarse el sombrero con los Bomberos. ¡Qué nivel de respuesta! Mandaron 9 unidades y 50 bomberos a meterse de cabeza en ese infierno. Para ellos, este es el brete de todos los días, pero uno desde afuera no deja de impresionarse. Llegar a controlar un despiche de ese calibre, con tanto material inflamable y con casas tan pegadas unas de otras, es una labor titánica. Lograron evitar que la vara se expandiera todavía más, que ya con el saldo que dejó es suficiente para considerarlo una verdadera catástrofe para el barrio.
Y aquí es donde la vara se pone más densa y uno empieza a pensar más allá del humo. Este fue el incendio número 661 en lo que va del año. ¡661! El número es tan grande que hasta cuesta procesarlo. A uno le queda la duda, ¿verdad? ¿Fue pura mala leche, un descuido que se salió de control, o es que en serio no aprendemos? Tener una llantera y una chatarrera operando mejenga con mejenga al lado de una cuartería suena, a la distancia, como una receta para el desastre. Alguien, en algún momento, se tuvo que haber jalado una torta monumental con los permisos de esa vara o con la supervisión de las medidas de seguridad.
Al final, lo que queda es el paisaje después de la batalla: escombros, olor a quemado y un montón de gente salada que lo perdió absolutamente todo en un parpadeo. Es una impotencia terrible la que se debe sentir. Mientras los bomberos terminan de enfriar los chunches y las autoridades empiezan a investigar qué fue lo que pasó, la gente afectada tiene que ver cómo empieza de cero. Diay, maes, más allá de la tristeza por las familias, ¿ustedes qué piensan? ¿Creen que esto es pura mala suerte o que en Tiquicia somos demasiado relajados con las regulaciones de seguridad, especialmente en barrios donde todo está tan pegado? Se lee.
Vamos a los datos duros, porque en medio del desorden es donde más se necesita claridad. Según el reporte oficial de Bomberos, el fuego se descontroló rapidísimo. Imagínense el coctel: una llantera pegada a una chatarrera. O sea, llantas, latas, aceites y quién sabe cuántos chunches más que arden como si no hubiera un mañana. Al final, el fuego se comió 440 metros cuadrados, pero el área involucrada fue de casi 900. Lo más triste de todo es lo que se fue en la tanda: una cuartería completa con diez cuartos, una casa de habitación y tres apartamentos. ¡Diez cuartos, maes! Eso es un montón de gente, de familias que en cuestión de minutos vieron cómo todo su brete y sus cosas se iban al traste.
Pero bueno, en medio de la torta, siempre hay que quitarse el sombrero con los Bomberos. ¡Qué nivel de respuesta! Mandaron 9 unidades y 50 bomberos a meterse de cabeza en ese infierno. Para ellos, este es el brete de todos los días, pero uno desde afuera no deja de impresionarse. Llegar a controlar un despiche de ese calibre, con tanto material inflamable y con casas tan pegadas unas de otras, es una labor titánica. Lograron evitar que la vara se expandiera todavía más, que ya con el saldo que dejó es suficiente para considerarlo una verdadera catástrofe para el barrio.
Y aquí es donde la vara se pone más densa y uno empieza a pensar más allá del humo. Este fue el incendio número 661 en lo que va del año. ¡661! El número es tan grande que hasta cuesta procesarlo. A uno le queda la duda, ¿verdad? ¿Fue pura mala leche, un descuido que se salió de control, o es que en serio no aprendemos? Tener una llantera y una chatarrera operando mejenga con mejenga al lado de una cuartería suena, a la distancia, como una receta para el desastre. Alguien, en algún momento, se tuvo que haber jalado una torta monumental con los permisos de esa vara o con la supervisión de las medidas de seguridad.
Al final, lo que queda es el paisaje después de la batalla: escombros, olor a quemado y un montón de gente salada que lo perdió absolutamente todo en un parpadeo. Es una impotencia terrible la que se debe sentir. Mientras los bomberos terminan de enfriar los chunches y las autoridades empiezan a investigar qué fue lo que pasó, la gente afectada tiene que ver cómo empieza de cero. Diay, maes, más allá de la tristeza por las familias, ¿ustedes qué piensan? ¿Creen que esto es pura mala suerte o que en Tiquicia somos demasiado relajados con las regulaciones de seguridad, especialmente en barrios donde todo está tan pegado? Se lee.
