Maes, ¿cómo va todo? Hoy les traigo una de esas noticias que a uno le alegran el día, de esas que demuestran que en este país sobran las mentes brillantes. Seguro más de uno aquí, sobre todo los que son de la zona de Cartago, han oído hablar o hasta sufrido por culpa de un hongo desgraciado llamado Botrytis cinerea. Para los que no, les hago el resumen: es una plaga, un verdadero dolor de jupa para los agricultores que se la juegan con las fresas y los arándanos. Ese chunche llega y pudre las flores y las frutas, y diay, el brete de meses se puede ir al traste en un dos por tres. ¡Qué sal para los productores!
Pero aquí es donde la vara se pone tuanis. Un grupo de científicos del Tecnológico de Costa Rica (TEC), allá en el Centro de Investigación en Biotecnología, no se quedaron de brazos cruzados. Se pusieron la 10 y desarrollaron una solución que es, sinceramente, de otro nivel. Crearon un "Protector foliar postcosecha", que en tico suena como un escudo mágico para las bayas. Es un recubrimiento que le pone un alto al bendito hongo. Y lo mejor de todo, maes, es que esta solución permite que los agricultores le bajen dos rayitas al uso de químicos. ¡Qué chiva! Eso significa que las fresitas con crema o el batido de arándanos que nos comemos van a ser más sanos, más limpios y con sello de calidad tica.
Y ojo, que no fue que se sacaron el invento de la manga. El proyecto fue un brete bien pensado. Primero, se fueron a hablar con los agricultores, a entender el despiche que les causaba el hongo y cómo lo combatían. Luego, con esa info, se pusieron a ajustar la fórmula del producto, a ver qué dosis funcionaba mejor y cómo aplicarla para que fuera más efectiva. O sea, no fue solo un experimento de laboratorio, fue una solución diseñada para la realidad del campo costarricense. Finalmente, la etapa más importante: compartieron la tecnología. Dieron charlas, asesorías, visitas técnicas y hasta regalaron muestras del producto para que los agricultores lo probaran de una vez en sus cultivos.
El impacto de esta vara es gigante. Por un lado, le da un respiro a los agricultores de la zona norte de Cartago, que ahora tienen una herramienta ecológica para que su cosecha no se pierda. Eso es más platita para sus familias y menos estrés. Por otro lado, para nosotros, los que vamos a la feria o al súper, significa comida de mejor calidad, menos contaminada y más confiable. Es un gane por todo lado. Proyectos así, financiados con fondos de la Ley del Cemento, demuestran que cuando la plata se invierte bien en investigación y extensión, los resultados son tangibles y benefician a toda la sociedad. La comida que llega a nuestra mesa es más segura, y eso es algo que se agradece un montón.
Quiero cerrar dándole un aplauso a los cerebros detrás de este proyecto: Randall Chacón, Luis Barboza, Luis Alvarado y Giovanni Garro, de la Escuela de Biología del TEC. Esa gente, ¡qué carga! Son la prueba de que en Costa Rica hay talento de sobra para crear soluciones prácticas y sostenibles para nuestros propios problemas. Esto no es solo una noticia sobre un hongo; es sobre cómo la ciencia local puede mejorar directamente la vida de la gente. Diay, ¿qué opinan ustedes? ¿No les parece a cachete ver que la ciencia tica se pone las pilas para resolver broncas reales de nuestra gente y nuestra tierra? ¿En qué otra área les cuadraría ver un proyecto así?
Pero aquí es donde la vara se pone tuanis. Un grupo de científicos del Tecnológico de Costa Rica (TEC), allá en el Centro de Investigación en Biotecnología, no se quedaron de brazos cruzados. Se pusieron la 10 y desarrollaron una solución que es, sinceramente, de otro nivel. Crearon un "Protector foliar postcosecha", que en tico suena como un escudo mágico para las bayas. Es un recubrimiento que le pone un alto al bendito hongo. Y lo mejor de todo, maes, es que esta solución permite que los agricultores le bajen dos rayitas al uso de químicos. ¡Qué chiva! Eso significa que las fresitas con crema o el batido de arándanos que nos comemos van a ser más sanos, más limpios y con sello de calidad tica.
Y ojo, que no fue que se sacaron el invento de la manga. El proyecto fue un brete bien pensado. Primero, se fueron a hablar con los agricultores, a entender el despiche que les causaba el hongo y cómo lo combatían. Luego, con esa info, se pusieron a ajustar la fórmula del producto, a ver qué dosis funcionaba mejor y cómo aplicarla para que fuera más efectiva. O sea, no fue solo un experimento de laboratorio, fue una solución diseñada para la realidad del campo costarricense. Finalmente, la etapa más importante: compartieron la tecnología. Dieron charlas, asesorías, visitas técnicas y hasta regalaron muestras del producto para que los agricultores lo probaran de una vez en sus cultivos.
El impacto de esta vara es gigante. Por un lado, le da un respiro a los agricultores de la zona norte de Cartago, que ahora tienen una herramienta ecológica para que su cosecha no se pierda. Eso es más platita para sus familias y menos estrés. Por otro lado, para nosotros, los que vamos a la feria o al súper, significa comida de mejor calidad, menos contaminada y más confiable. Es un gane por todo lado. Proyectos así, financiados con fondos de la Ley del Cemento, demuestran que cuando la plata se invierte bien en investigación y extensión, los resultados son tangibles y benefician a toda la sociedad. La comida que llega a nuestra mesa es más segura, y eso es algo que se agradece un montón.
Quiero cerrar dándole un aplauso a los cerebros detrás de este proyecto: Randall Chacón, Luis Barboza, Luis Alvarado y Giovanni Garro, de la Escuela de Biología del TEC. Esa gente, ¡qué carga! Son la prueba de que en Costa Rica hay talento de sobra para crear soluciones prácticas y sostenibles para nuestros propios problemas. Esto no es solo una noticia sobre un hongo; es sobre cómo la ciencia local puede mejorar directamente la vida de la gente. Diay, ¿qué opinan ustedes? ¿No les parece a cachete ver que la ciencia tica se pone las pilas para resolver broncas reales de nuestra gente y nuestra tierra? ¿En qué otra área les cuadraría ver un proyecto así?