Maes, ¡qué sal! Justo cuando uno está planeando el fin de semana, soñando con arena, sol y tal vez unas clasecitas de surf en Herradura, sale la noticia que le pone el freno de mano a cualquiera: hay un cocodrilo patrullando la costa. Y no es un chisme de WhatsApp, la propia Municipalidad de Garabito lo confirmó. Diay, así como que se le quitan a uno las ganas de meterse al agua, ¿verdad? La vara es que este avistamiento, cerca de la zona de Hakkún, no es de un turista perdido; resulta que el compa con escamas ya es conocido en el barrio, un residente permanente que de vez en cuando se da una vuelta por el mar para buscar almuerzo.
La Muni, haciendo su brete, ya sacó el comunicado oficial y las redes sociales están que arden. El mensaje es claro: precaución, educación y respeto. Y aquí es donde la cosa se pone interesante. No están hablando de sacar al animal ni de montar un operativo tipo Jurassic Park. Todo lo contrario. Nos recuerdan que nosotros somos los que estamos de visita en su casa. El cocodrilo no está invadiendo la playa; la playa es una extensión de su ecosistema, que son las desembocaduras de los ríos. Es una dosis de realidad para un país que vende naturaleza virgen pero que a veces se asusta cuando esa naturaleza se muestra un poquito... bueno, demasiado virgen.
Ahora, hablemos de las recomendaciones, que son básicamente un manual de 'cómo no jalarse una torta' nivel experto. La Muni pide, con toda la lógica del mundo, no acercarse. Suena obvio, pero nunca falta el valiente que quiere la selfie del millón. Advierten que a veces el animal parece un tronco flotando. Maes, moraleja: si ven algo que parece un tronco con dientes, no es un tronco. Tampoco hay que molestarlo si está quieto en la arena, porque probablemente acaba de comer y está en plena siesta digestiva. Interrumpirle la digestión a un reptil de ese calibre suena como una pésima idea. Lo más curioso es que, según dicen, los surfistas ya lo han visto antes y el cocodrilo anda en la suya, cero agresivo. Pero claro, eso no es un pase libre para ir a buscarle conversación.
El fondo de toda esta vara es mucho más profundo que un simple susto. Nos pone de frente con una pregunta que como ticos a veces evitamos: ¿cómo convivimos de verdad con la fauna que tanto nos enorgullece? Es muy tuanis ver un perezoso en un árbol o un tucán volando, pero la cosa cambia cuando el animal tiene el potencial de vernos como comida. Este cocodrilo de Garabito es un recordatorio de que la línea entre el paraíso turístico y el hábitat salvaje es cada vez más delgada, y a menudo, borrosa. La solución de la Muni, de momento, es sugerir otras actividades como correr o andar en bici si uno se siente inseguro. Es una salida práctica, pero deja la pregunta en el aire.
Al final, este no es un problema que se solucione reubicando a un animal, porque hay más y siempre los habrá. Es un tema de educación y de entender que nuestro desarrollo tiene consecuencias. Construimos hoteles, casas y comercios cada vez más cerca de los ríos y manglares, y luego nos sorprendemos cuando sus habitantes originales se asoman. Este cocodrilo no es el problema, es el síntoma. Es el recordatorio de que el 'Pura Vida' también incluye aprender a darle espacio a los que estuvieron aquí mucho antes que nuestros planes de fin de semana. La pregunta queda abierta para todos los que amamos nuestras playas.
Entonces, foro, ¿qué piensan ustedes? Más allá del susto y de si se meten al agua o no, ¿cómo ven esta situación? ¿Es simplemente un 'qué sal, me cambio de playa' o creen que esto nos obliga a repensar, de una vez por todas, cómo estamos conviviendo con la fauna en las zonas costeras? ¿Somos buenos vecinos de los verdaderos dueños de la playa?
La Muni, haciendo su brete, ya sacó el comunicado oficial y las redes sociales están que arden. El mensaje es claro: precaución, educación y respeto. Y aquí es donde la cosa se pone interesante. No están hablando de sacar al animal ni de montar un operativo tipo Jurassic Park. Todo lo contrario. Nos recuerdan que nosotros somos los que estamos de visita en su casa. El cocodrilo no está invadiendo la playa; la playa es una extensión de su ecosistema, que son las desembocaduras de los ríos. Es una dosis de realidad para un país que vende naturaleza virgen pero que a veces se asusta cuando esa naturaleza se muestra un poquito... bueno, demasiado virgen.
Ahora, hablemos de las recomendaciones, que son básicamente un manual de 'cómo no jalarse una torta' nivel experto. La Muni pide, con toda la lógica del mundo, no acercarse. Suena obvio, pero nunca falta el valiente que quiere la selfie del millón. Advierten que a veces el animal parece un tronco flotando. Maes, moraleja: si ven algo que parece un tronco con dientes, no es un tronco. Tampoco hay que molestarlo si está quieto en la arena, porque probablemente acaba de comer y está en plena siesta digestiva. Interrumpirle la digestión a un reptil de ese calibre suena como una pésima idea. Lo más curioso es que, según dicen, los surfistas ya lo han visto antes y el cocodrilo anda en la suya, cero agresivo. Pero claro, eso no es un pase libre para ir a buscarle conversación.
El fondo de toda esta vara es mucho más profundo que un simple susto. Nos pone de frente con una pregunta que como ticos a veces evitamos: ¿cómo convivimos de verdad con la fauna que tanto nos enorgullece? Es muy tuanis ver un perezoso en un árbol o un tucán volando, pero la cosa cambia cuando el animal tiene el potencial de vernos como comida. Este cocodrilo de Garabito es un recordatorio de que la línea entre el paraíso turístico y el hábitat salvaje es cada vez más delgada, y a menudo, borrosa. La solución de la Muni, de momento, es sugerir otras actividades como correr o andar en bici si uno se siente inseguro. Es una salida práctica, pero deja la pregunta en el aire.
Al final, este no es un problema que se solucione reubicando a un animal, porque hay más y siempre los habrá. Es un tema de educación y de entender que nuestro desarrollo tiene consecuencias. Construimos hoteles, casas y comercios cada vez más cerca de los ríos y manglares, y luego nos sorprendemos cuando sus habitantes originales se asoman. Este cocodrilo no es el problema, es el síntoma. Es el recordatorio de que el 'Pura Vida' también incluye aprender a darle espacio a los que estuvieron aquí mucho antes que nuestros planes de fin de semana. La pregunta queda abierta para todos los que amamos nuestras playas.
Entonces, foro, ¿qué piensan ustedes? Más allá del susto y de si se meten al agua o no, ¿cómo ven esta situación? ¿Es simplemente un 'qué sal, me cambio de playa' o creen que esto nos obliga a repensar, de una vez por todas, cómo estamos conviviendo con la fauna en las zonas costeras? ¿Somos buenos vecinos de los verdaderos dueños de la playa?