Bueno, maes, acabo de leer el cable de AFP y la noticia es de esas que tienen un sabor agridulce, tirando más a agrio. En España finalmente dieron por terminada la emergencia nacional por la ola de incendios forestales. A primera vista uno diría “¡qué bien!”, pero si uno rasca un poquito la superficie, se da cuenta de que esto es como celebrar que dejó de llover después de que la inundación ya se llevó media casa. La vara es que el daño ya está hecho, y vieran qué torta se jalaron. El anuncio oficial suena a alivio, pero la procesión va por dentro, y el paisaje que queda es de pura ceniza y desolación.
Para que nos hagamos una idea del despiche, no estamos hablando de un charralito que se prendió. Las cifras oficiales son para sentarse a llorar: más de 350,000 hectáreas quemadas. Mae, para ponerlo en perspectiva tica, eso es más grande que TODA la provincia de Heredia. Imagínense. Es un área tan masiva que cuesta hasta visualizarla. A eso súmenle la parte más dura: cuatro personas fallecidas. Familias destrozadas, ecosistemas que tardarán décadas, si no siglos, en recuperarse, y una cicatriz imborrable en el país. El propio gobierno español lo calificó como "una de las mayores catástrofes medioambientales" de su historia reciente. O sea, un desastre con todas las letras.
Y aquí es donde la cosa se pone más seria, porque esto no fue simplemente estar salado o tener mala suerte. La directora de Protección Civil, Virginia Barcones, lo dejó entrever: aunque los bomberos hicieron un brete titánico, el combustible que avivó todo fue una ola de calor histórica, la más intensa desde que tienen registros. ¿Les suena familiar? Diay, es el fantasma que nos persigue a todos: el cambio climático. Ya no es una teoría en un libro de texto ni un discurso de Greta Thunberg. Es la realidad pegándonos en la cara, con veranos que parecen sacados del infierno y que convierten los bosques en pólvora lista para estallar.
Ver esto desde Costa Rica da una mezcla de lástima y, para ser sinceros, un poco de miedo. Nosotros nos llenamos la boca diciendo que somos un país verde, el paraíso ecológico, y nos sentimos muy orgullosos de nuestros parques nacionales. Pero cada año, en la época seca, vemos las mismas noticias: incendios en Guanacaste, en los cerros de Escazú, en cualquier finca que se descuidó. Nuestros bomberos forestales son unos héroes, pero luchan con recursos limitados contra un enemigo que cada año se vuelve más poderoso gracias a un clima cada vez más extremo. La pregunta es si de verdad estamos preparados para una torta de este calibre.
En resumen, España empieza el larguísimo y carísimo camino de la reconstrucción. La "emergencia" en el papel se acabó, pero el desastre real apenas comienza para miles de personas y para la naturaleza. Y a nosotros nos queda la lección, o al menos debería. Ver este desastre en un país del primer mundo, con todos sus recursos, debería ser una llamada de atención monumental. No podemos seguir pensando que esa vara no nos va a tocar. La pregunta que me queda rebotando en la cabeza y que les tiro a ustedes es: ¿Estamos viendo las barbas del vecino arder y poniendo las nuestras en remojo, o seguimos en la pura vida hasta que nos toque a nosotros jalarle el aire al chunche? ¿Qué opinan, maes?
Para que nos hagamos una idea del despiche, no estamos hablando de un charralito que se prendió. Las cifras oficiales son para sentarse a llorar: más de 350,000 hectáreas quemadas. Mae, para ponerlo en perspectiva tica, eso es más grande que TODA la provincia de Heredia. Imagínense. Es un área tan masiva que cuesta hasta visualizarla. A eso súmenle la parte más dura: cuatro personas fallecidas. Familias destrozadas, ecosistemas que tardarán décadas, si no siglos, en recuperarse, y una cicatriz imborrable en el país. El propio gobierno español lo calificó como "una de las mayores catástrofes medioambientales" de su historia reciente. O sea, un desastre con todas las letras.
Y aquí es donde la cosa se pone más seria, porque esto no fue simplemente estar salado o tener mala suerte. La directora de Protección Civil, Virginia Barcones, lo dejó entrever: aunque los bomberos hicieron un brete titánico, el combustible que avivó todo fue una ola de calor histórica, la más intensa desde que tienen registros. ¿Les suena familiar? Diay, es el fantasma que nos persigue a todos: el cambio climático. Ya no es una teoría en un libro de texto ni un discurso de Greta Thunberg. Es la realidad pegándonos en la cara, con veranos que parecen sacados del infierno y que convierten los bosques en pólvora lista para estallar.
Ver esto desde Costa Rica da una mezcla de lástima y, para ser sinceros, un poco de miedo. Nosotros nos llenamos la boca diciendo que somos un país verde, el paraíso ecológico, y nos sentimos muy orgullosos de nuestros parques nacionales. Pero cada año, en la época seca, vemos las mismas noticias: incendios en Guanacaste, en los cerros de Escazú, en cualquier finca que se descuidó. Nuestros bomberos forestales son unos héroes, pero luchan con recursos limitados contra un enemigo que cada año se vuelve más poderoso gracias a un clima cada vez más extremo. La pregunta es si de verdad estamos preparados para una torta de este calibre.
En resumen, España empieza el larguísimo y carísimo camino de la reconstrucción. La "emergencia" en el papel se acabó, pero el desastre real apenas comienza para miles de personas y para la naturaleza. Y a nosotros nos queda la lección, o al menos debería. Ver este desastre en un país del primer mundo, con todos sus recursos, debería ser una llamada de atención monumental. No podemos seguir pensando que esa vara no nos va a tocar. La pregunta que me queda rebotando en la cabeza y que les tiro a ustedes es: ¿Estamos viendo las barbas del vecino arder y poniendo las nuestras en remojo, o seguimos en la pura vida hasta que nos toque a nosotros jalarle el aire al chunche? ¿Qué opinan, maes?