Maes, en serio. Hay días en que uno lee una noticia y tiene que revisar dos veces si no es del sitio de El Tortero. Pero no. La realidad, una vez más, supera cualquier parodia. La última joya de la administración pública costarricense: el Hospital México, uno de los más importantes del país, se quedó sin papel higiénico. Sí, leyó bien. El chiste se cuenta solo, pero lo que hay detrás es para sentarse a llorar. Esto ya no es ni tragicómico, es un despiche con todas las letras, y la raíz del problema apunta, una vez más, al ya infame y multimillonario sistema ERP-SAP de la Caja.
Vamos a desmenuzar la vara, porque tiene su ciencia. Resulta que la Unión de Empleados de la Caja (Undeca) pegó el grito al cielo al denunciar que la empresa Prolim, que surte de chunches de limpieza a un montón de hospitales, le cortó el chorro al México. ¿La razón? La más vieja del mundo: la Caja no paga. Acumularon un facturón tan grande que el gerente de Prolim básicamente dijo, en las palabras más finas que encontró, que el flujo de caja de su empresa ya no aguantaba más y que no podían seguir asumiendo los costos del abastecimiento. O sea, en buen tico: “Mae, no podemos seguir fiando”. Y así, un hospital nacional se queda sin un insumo tan básico como el papel de baño y las toallas.
Pero diay, aquí es donde la cosa se pone más densa. Este no es un simple atraso en un pago. Es la consecuencia directa de haberse jalado una torta monumental con la implementación del mentado sistema ERP-SAP. Se supone que esta herramienta tecnológica venía a modernizar y a hacer más eficientes los procesos administrativos de la Caja. ¿El resultado? Un colapso absoluto. El propio sindicato lo dice clarito: la herramienta que debía ser la solución se ha convertido en un fin en sí misma, un monstruo burocrático digital que traga millones de colones y horas de brete sin dar un solo resultado positivo. Es como comprarse un Ferrari para ir a la pulpería y que se le quede botado a media cuadra, pero costando cientos de millones de dólares.
Y aquí es donde la falta de papel higiénico deja de ser un chiste y se convierte en el canario en la mina de carbón. Porque si un sistema de gestión de última generación no puede ni procesar a tiempo el pago para algo tan simple, ¿qué podemos esperar del resto? Las denuncias lo confirman: por culpa de este despiche informático se han cancelado cirugías, hay escasez de medicamentos, se le debe plata a un montón de proveedores y, al final de la cadena, miles de pacientes ven su atención directamente afectada. El papel es solo el síntoma más visible y, si se quiere, absurdo, de una enfermedad administrativa que parece terminal.
La ironía es brutal. Se gastan millones en una plataforma que prometía ser la panacea y terminamos en una situación que parece sacada de un país en plena crisis humanitaria. No es un hecho aislado, es el patrón de un fracaso anunciado que expone una incapacidad de gestión alarmante. La tecnología debería potenciar las capacidades, no anularlas. Y mientras los responsables se señalan unos a otros, en un cuarto de baño del Hospital México, un paciente probablemente está descubriendo de la peor manera el verdadero costo de la incompetencia. Mi pregunta para el foro es esta, maes: ¿Hasta dónde vamos a llegar? ¿Cuál tiene que ser el punto de quiebre para que se tomen responsabilidades serias por este despilfarro que nos está costando no solo plata, sino la salud? ¿O es que ya nos acostumbramos a que todo se vaya al traste?
Vamos a desmenuzar la vara, porque tiene su ciencia. Resulta que la Unión de Empleados de la Caja (Undeca) pegó el grito al cielo al denunciar que la empresa Prolim, que surte de chunches de limpieza a un montón de hospitales, le cortó el chorro al México. ¿La razón? La más vieja del mundo: la Caja no paga. Acumularon un facturón tan grande que el gerente de Prolim básicamente dijo, en las palabras más finas que encontró, que el flujo de caja de su empresa ya no aguantaba más y que no podían seguir asumiendo los costos del abastecimiento. O sea, en buen tico: “Mae, no podemos seguir fiando”. Y así, un hospital nacional se queda sin un insumo tan básico como el papel de baño y las toallas.
Pero diay, aquí es donde la cosa se pone más densa. Este no es un simple atraso en un pago. Es la consecuencia directa de haberse jalado una torta monumental con la implementación del mentado sistema ERP-SAP. Se supone que esta herramienta tecnológica venía a modernizar y a hacer más eficientes los procesos administrativos de la Caja. ¿El resultado? Un colapso absoluto. El propio sindicato lo dice clarito: la herramienta que debía ser la solución se ha convertido en un fin en sí misma, un monstruo burocrático digital que traga millones de colones y horas de brete sin dar un solo resultado positivo. Es como comprarse un Ferrari para ir a la pulpería y que se le quede botado a media cuadra, pero costando cientos de millones de dólares.
Y aquí es donde la falta de papel higiénico deja de ser un chiste y se convierte en el canario en la mina de carbón. Porque si un sistema de gestión de última generación no puede ni procesar a tiempo el pago para algo tan simple, ¿qué podemos esperar del resto? Las denuncias lo confirman: por culpa de este despiche informático se han cancelado cirugías, hay escasez de medicamentos, se le debe plata a un montón de proveedores y, al final de la cadena, miles de pacientes ven su atención directamente afectada. El papel es solo el síntoma más visible y, si se quiere, absurdo, de una enfermedad administrativa que parece terminal.
La ironía es brutal. Se gastan millones en una plataforma que prometía ser la panacea y terminamos en una situación que parece sacada de un país en plena crisis humanitaria. No es un hecho aislado, es el patrón de un fracaso anunciado que expone una incapacidad de gestión alarmante. La tecnología debería potenciar las capacidades, no anularlas. Y mientras los responsables se señalan unos a otros, en un cuarto de baño del Hospital México, un paciente probablemente está descubriendo de la peor manera el verdadero costo de la incompetencia. Mi pregunta para el foro es esta, maes: ¿Hasta dónde vamos a llegar? ¿Cuál tiene que ser el punto de quiebre para que se tomen responsabilidades serias por este despilfarro que nos está costando no solo plata, sino la salud? ¿O es que ya nos acostumbramos a que todo se vaya al traste?