¡Ay, Dios mío! La bronca con Idepsa sigue sacando humo. Ya ni me sorprendemos, pero la peña está hecha polvo, ¿me entienden? Resulta que la cosa va escalando y más familias están echando cuentas y descubriendo que se comieron un buen trozo de su plata con promesas de casitas prefabricadas que nunca vieron la luz. Esto ya parece novela, ¿verdad?
Todo comenzó hace unos meses, cuando salieron a la luz varias querellas contra la empresa y su dueña, la arquitecta Ferro Gámez. Pero como dicen por ahí, 'lo que callamos los muros', y ahora se están destapando más historias de gente que cayó en la telaraña de Idepsa, creyendo que iban a tener su rinconcito propio. Parece que la ambición ciega a veces, y estos señores se olvidaron de que no hay churro gratis en este mundo.
Y así como les digo, la semana pasada salió la primera tanda de historias, y desde entonces, el teléfono no deja de sonar en la redacción. Gente desesperada, contando cómo invirtieron sus ahorros, a veces hasta herencias, pensando que iban a tener un techo digno. Cosas que te dejan helao el corazón, compas. Imagínate poner toda la fe en un proyecto y verte con las manos vacías... ¡qué desazón!
Una de esas historias es la de Yessenya Chávez, que le tocó una herencia de pura gana a su madre, un dinerito que quería darle una vida más tranquila a su marido. Pues resulta que ese "chunche" se lo tragó Idepsa, junto con la ilusión de ver a su esposo vivir en una casita propia. El pobre hombre enfermó y murió sin poder cumplir ese sueño, dejando a la señora Chávez con el alma rota y la cartera vacía. ¡Eso duele, mae! De verdad, qué sal…
Pero no es el único caso. Alexander Navarro, otro damnificado, se endeudó hasta las cejas para comprar un lote en Cartago y apostó por Idepsa por el precio atractivo que le ofrecieron. Un proyecto llave en mano, decían. Tres meses, aseguraban. Pues bien, transcurrieron dos años y medio, y lo único que consiguió fue un montón de deudas y unos huecos a medias en el terreno. Ahora anda buscando cómo taparle los agujeros al brete, encima con intereses. ¡Qué torta!
Adriana Escobar también tiene su historia de desencanto. Quería construir una casa y cuatro miniestudios en Santa Ana, y se dejó tentar por una promoción del Día de la Madre. Pagó 15 millones de colones, y lo que obtuvo fue una montaña de promesas rotas y un terreno lleno de esperanzas marchitas. Intentó luchar legalmente, pero la justicia, a veces, camina muy despacio, ¿quién sabe? Ahora está denunciando el caso ante el Colegio de Ingenieros y Arquitectos, esperando que alguien escuche su reclamo.
Lo curioso de todo este embrollo es que la empresa Idepsa dice estar en insolvencia y buscando un crédito cuantioso para salir del aprieto. ¡Pero bueno, claro! Con la cantimplora llena de denuncias y clientes descontentos, ¿qué esperaban? Parece que no les quedó otra opción que echarle gasolina al fuego, o buscarse un mago que les saquen del lodazal en el que se metieron. La verdad, da pena ajena, pero también rabia ver cómo la gente se aprovecha de la necesidad ajena.
Ahora bien, compas, después de escuchar estas historias, me pregunto: ¿Cómo podemos proteger mejor a nuestros familiares y amigos de caer en trampas como estas? ¿Debería el gobierno endurecer las regulaciones para las constructoras o crear un fondo de protección para las víctimas de estafas? ¡Den su opinión en el foro, porque este tema necesita mucha conversación!
Todo comenzó hace unos meses, cuando salieron a la luz varias querellas contra la empresa y su dueña, la arquitecta Ferro Gámez. Pero como dicen por ahí, 'lo que callamos los muros', y ahora se están destapando más historias de gente que cayó en la telaraña de Idepsa, creyendo que iban a tener su rinconcito propio. Parece que la ambición ciega a veces, y estos señores se olvidaron de que no hay churro gratis en este mundo.
Y así como les digo, la semana pasada salió la primera tanda de historias, y desde entonces, el teléfono no deja de sonar en la redacción. Gente desesperada, contando cómo invirtieron sus ahorros, a veces hasta herencias, pensando que iban a tener un techo digno. Cosas que te dejan helao el corazón, compas. Imagínate poner toda la fe en un proyecto y verte con las manos vacías... ¡qué desazón!
Una de esas historias es la de Yessenya Chávez, que le tocó una herencia de pura gana a su madre, un dinerito que quería darle una vida más tranquila a su marido. Pues resulta que ese "chunche" se lo tragó Idepsa, junto con la ilusión de ver a su esposo vivir en una casita propia. El pobre hombre enfermó y murió sin poder cumplir ese sueño, dejando a la señora Chávez con el alma rota y la cartera vacía. ¡Eso duele, mae! De verdad, qué sal…
Pero no es el único caso. Alexander Navarro, otro damnificado, se endeudó hasta las cejas para comprar un lote en Cartago y apostó por Idepsa por el precio atractivo que le ofrecieron. Un proyecto llave en mano, decían. Tres meses, aseguraban. Pues bien, transcurrieron dos años y medio, y lo único que consiguió fue un montón de deudas y unos huecos a medias en el terreno. Ahora anda buscando cómo taparle los agujeros al brete, encima con intereses. ¡Qué torta!
Adriana Escobar también tiene su historia de desencanto. Quería construir una casa y cuatro miniestudios en Santa Ana, y se dejó tentar por una promoción del Día de la Madre. Pagó 15 millones de colones, y lo que obtuvo fue una montaña de promesas rotas y un terreno lleno de esperanzas marchitas. Intentó luchar legalmente, pero la justicia, a veces, camina muy despacio, ¿quién sabe? Ahora está denunciando el caso ante el Colegio de Ingenieros y Arquitectos, esperando que alguien escuche su reclamo.
Lo curioso de todo este embrollo es que la empresa Idepsa dice estar en insolvencia y buscando un crédito cuantioso para salir del aprieto. ¡Pero bueno, claro! Con la cantimplora llena de denuncias y clientes descontentos, ¿qué esperaban? Parece que no les quedó otra opción que echarle gasolina al fuego, o buscarse un mago que les saquen del lodazal en el que se metieron. La verdad, da pena ajena, pero también rabia ver cómo la gente se aprovecha de la necesidad ajena.
Ahora bien, compas, después de escuchar estas historias, me pregunto: ¿Cómo podemos proteger mejor a nuestros familiares y amigos de caer en trampas como estas? ¿Debería el gobierno endurecer las regulaciones para las constructoras o crear un fondo de protección para las víctimas de estafas? ¡Den su opinión en el foro, porque este tema necesita mucha conversación!