¡Ay, Dios mío! La cosa está feísima en Filipinas, mi gente. Imagínate vivir en una isla que poquito a poco se va tragando el mar. No es cuento ni película de terror, es la realidad de miles de familias allá, y la cosa pinta cada vez peor. Las imágenes que llegan son de pelar los ojos, pura desesperación y adaptaciones improvisadas para sobrevivir a la marea.
Resulta que esas islas, especialmente en la costa de Bulacán, están desapareciendo a un ritmo alarmante. El nivel del mar sube tres veces más rápido que el promedio mundial, ¡y eso duele! Además, tienen otro problemón: la tierra se les hunde, pa’ colmo. Un estudio serio dice que se hunden casi once centímetros al año, ¡una locura! Esto, sumado al calorcito global, les está jugando una muy mala jugada, mae.
María Tamayo, una señora de 65 años que vende cositas en la isla de Pugad, es ejemplo vivo de esta problemática. Se levanta tempranito todos los días para sacar el agua de su casa con un recogedor. Tres horas diarias, ¡qué brete! Dice que ahora le duelen los pies, imagínate el sacrificio. Pero la cosa no se acaba ahí, porque las escuelas tienen que cambiar los horarios para que los nenes no se enfermen con las inundaciones. ¿Se dan cuenta de la carga que es eso?
Las casas están arriba de pilotes, como si fueran balsas, y los negocios usan mesas altas para proteger la mercancía. Eso sí, pa’ qué sirve tener la tienda bonita si el agua te la traga igual. El mae Jaime Gregorio, dirigente local, dice que ya es imposible que las cosas vuelvan a ser como antes. Han elevado las carreteras cada tres años, pero nomás no alcanza, y los políticos cambian y los proyectos se quedan a medias. ¡Un rollo!
Y no piensen que esto es solo en Pugad. Hay otras islas en peligro, toda la costa de Bulacán está sufriendo. El gobierno ha puesto algunas medidas, como prohibir extraer agua subterránea en algunas áreas, pero dicen que todavía falta muchacho. Prometen un estudio sobre cómo actuar en 2028… ¡en 2028!, mientras tanto, la gente sigue aguantándose como puede. Qué sal, sinceramente.
Lo más triste de todo es escuchar a la propia gente, como Tamayo. Ella ama su isla, donde sus padres la criaron, pero piensa en irse porque la marea alta se lo está complicando todo. Dice que ya gastaron unos $3,500 en levantar su casa, pero ¿cuánto más van a aguantar? Y luego está la bronca con los países ricos, que contaminan y no hacen nada. Dicen que un fondo de la ONU existe, pero parece que está pa' fotos y discursos, no pa' resolver problemas reales. “Ellos son ricos, así que no podemos hacer nada”, lamenta Tamayo, y no sé yo si ella no tiene razón.
Dicen los científicos que, aunque se pueden solucionar algunos problemas, como regular la extracción de agua, lo importante es que los países industrializados reduzcan sus emisiones. Pero bueno, ya saben cómo es la cosa. Mientras tanto, ellos viven la vida tranquila y nosotros seguimos pagando la factura. Un geólogo llamado Mahar Lagmay dice que hay que tomar cartas en el asunto rápido o la cosa se pone peor. Y creo que el mae tiene razón, diay.
Esta historia de Filipinas nos debería abrir los ojos a todos los ticos. El cambio climático no es un problema lejano, nos afecta a todos, aunque pensemos que aquí estamos protegidos. Entonces, dime tú, ¿crees que Costa Rica está haciendo lo suficiente para prepararnos ante los desafíos del cambio climático, o nos vamos a quedar cortos como esos pobres isleños filipinos? ¡Déjame tus comentarios y debatamos sobre esto!
Resulta que esas islas, especialmente en la costa de Bulacán, están desapareciendo a un ritmo alarmante. El nivel del mar sube tres veces más rápido que el promedio mundial, ¡y eso duele! Además, tienen otro problemón: la tierra se les hunde, pa’ colmo. Un estudio serio dice que se hunden casi once centímetros al año, ¡una locura! Esto, sumado al calorcito global, les está jugando una muy mala jugada, mae.
María Tamayo, una señora de 65 años que vende cositas en la isla de Pugad, es ejemplo vivo de esta problemática. Se levanta tempranito todos los días para sacar el agua de su casa con un recogedor. Tres horas diarias, ¡qué brete! Dice que ahora le duelen los pies, imagínate el sacrificio. Pero la cosa no se acaba ahí, porque las escuelas tienen que cambiar los horarios para que los nenes no se enfermen con las inundaciones. ¿Se dan cuenta de la carga que es eso?
Las casas están arriba de pilotes, como si fueran balsas, y los negocios usan mesas altas para proteger la mercancía. Eso sí, pa’ qué sirve tener la tienda bonita si el agua te la traga igual. El mae Jaime Gregorio, dirigente local, dice que ya es imposible que las cosas vuelvan a ser como antes. Han elevado las carreteras cada tres años, pero nomás no alcanza, y los políticos cambian y los proyectos se quedan a medias. ¡Un rollo!
Y no piensen que esto es solo en Pugad. Hay otras islas en peligro, toda la costa de Bulacán está sufriendo. El gobierno ha puesto algunas medidas, como prohibir extraer agua subterránea en algunas áreas, pero dicen que todavía falta muchacho. Prometen un estudio sobre cómo actuar en 2028… ¡en 2028!, mientras tanto, la gente sigue aguantándose como puede. Qué sal, sinceramente.
Lo más triste de todo es escuchar a la propia gente, como Tamayo. Ella ama su isla, donde sus padres la criaron, pero piensa en irse porque la marea alta se lo está complicando todo. Dice que ya gastaron unos $3,500 en levantar su casa, pero ¿cuánto más van a aguantar? Y luego está la bronca con los países ricos, que contaminan y no hacen nada. Dicen que un fondo de la ONU existe, pero parece que está pa' fotos y discursos, no pa' resolver problemas reales. “Ellos son ricos, así que no podemos hacer nada”, lamenta Tamayo, y no sé yo si ella no tiene razón.
Dicen los científicos que, aunque se pueden solucionar algunos problemas, como regular la extracción de agua, lo importante es que los países industrializados reduzcan sus emisiones. Pero bueno, ya saben cómo es la cosa. Mientras tanto, ellos viven la vida tranquila y nosotros seguimos pagando la factura. Un geólogo llamado Mahar Lagmay dice que hay que tomar cartas en el asunto rápido o la cosa se pone peor. Y creo que el mae tiene razón, diay.
Esta historia de Filipinas nos debería abrir los ojos a todos los ticos. El cambio climático no es un problema lejano, nos afecta a todos, aunque pensemos que aquí estamos protegidos. Entonces, dime tú, ¿crees que Costa Rica está haciendo lo suficiente para prepararnos ante los desafíos del cambio climático, o nos vamos a quedar cortos como esos pobres isleños filipinos? ¡Déjame tus comentarios y debatamos sobre esto!