¡Ay, Dios mío! Parece mentira que estemos hablando de imaginación como solución a nuestros problemas económicos, pero ahí estamos. Después de leer la columna del Dr. Sasso, me quedé pensando: ¿hasta dónde podemos llegar si dejamos volar la mente?
Verán, el buen doctor plantea algo bastante interesante: la necesidad de fomentar la creatividad como motor de desarrollo. No se trata solo de pintar cuadros bonitos, sino de encontrar soluciones innovadoras a los desafíos que enfrentamos día a día. En un mundo donde la competencia global es cada vez más feroz, aferrarnos a fórmulas viejas es como irnos al traste.
Aquí en Costa Rica, hemos vivido épocas doradas gracias a nuestra capacidad de reinventarnos. Piénselo: el café, el turismo, ahora las tecnologías de información... Todos ellos surgieron de la chispa de alguien que se atrevió a imaginar algo diferente. Pero últimamente, parece que nos hemos acomodado, que tenemos miedo de salir de nuestra zona de confort. Y eso, mis amigos, es una vara muy fea.
La OCDE ha estado insistiendo en esto durante años: necesitamos construir liderazgo desde la acción, apostar por la innovación y la educación. No basta con tener buenos propósitos, hay que traducirlos en proyectos concretos, en iniciativas que impulsen el crecimiento económico y social. Y eso requiere un cambio de mentalidad, una actitud más abierta al riesgo, más dispuesta a experimentar.
Pero, díganme, ¿cómo fomentamos esa imaginación, especialmente entre nuestros jóvenes? Las escuelas tradicionales, con sus métodos rígidos y exámenes interminables, a veces ahogan la creatividad. Necesitamos espacios donde los niños puedan explorar, equivocarse, aprender de sus errores, sin temor a ser juzgados. Un lugar para soñar a lo grande, sin que nadie les diga “eso no es posible”.
Y no solo en las escuelas. También en las empresas, en las instituciones públicas, en toda la sociedad debemos promover una cultura de la innovación. Premiar las ideas nuevas, incluso aquellas que parecen descabelladas al principio. Porque a menudo, las mejores soluciones surgen de lugares inesperados. Recordemos a Steve Jobs, que decía que la gente que conecta puntos diferentes es la que crea cosas extraordinarias.
Algunos dirán que es utópico, que la economía es fría y calculadora, que no tiene espacio para la fantasía. Pero yo creo que están equivocados. La historia demuestra que los países que han prosperado son aquellos que han sabido combinar la razón con la intuición, la lógica con la pasión. Quien se cree que solo con números va a resolver todos los problemas se está jalando una torta monumental.
En fin, la reflexión del Dr. Sasso me dejó con ganas de creer en nosotros mismos, de pensar que aún podemos darle la vuelta a la tortilla. Pero me pregunto: ¿Estamos realmente dispuestos a romper con los esquemas tradicionales y abrazar una visión más creativa del futuro de Costa Rica? ¿O seguiremos arrastrando los pies, esperando que alguien más nos salve del brete?
Verán, el buen doctor plantea algo bastante interesante: la necesidad de fomentar la creatividad como motor de desarrollo. No se trata solo de pintar cuadros bonitos, sino de encontrar soluciones innovadoras a los desafíos que enfrentamos día a día. En un mundo donde la competencia global es cada vez más feroz, aferrarnos a fórmulas viejas es como irnos al traste.
Aquí en Costa Rica, hemos vivido épocas doradas gracias a nuestra capacidad de reinventarnos. Piénselo: el café, el turismo, ahora las tecnologías de información... Todos ellos surgieron de la chispa de alguien que se atrevió a imaginar algo diferente. Pero últimamente, parece que nos hemos acomodado, que tenemos miedo de salir de nuestra zona de confort. Y eso, mis amigos, es una vara muy fea.
La OCDE ha estado insistiendo en esto durante años: necesitamos construir liderazgo desde la acción, apostar por la innovación y la educación. No basta con tener buenos propósitos, hay que traducirlos en proyectos concretos, en iniciativas que impulsen el crecimiento económico y social. Y eso requiere un cambio de mentalidad, una actitud más abierta al riesgo, más dispuesta a experimentar.
Pero, díganme, ¿cómo fomentamos esa imaginación, especialmente entre nuestros jóvenes? Las escuelas tradicionales, con sus métodos rígidos y exámenes interminables, a veces ahogan la creatividad. Necesitamos espacios donde los niños puedan explorar, equivocarse, aprender de sus errores, sin temor a ser juzgados. Un lugar para soñar a lo grande, sin que nadie les diga “eso no es posible”.
Y no solo en las escuelas. También en las empresas, en las instituciones públicas, en toda la sociedad debemos promover una cultura de la innovación. Premiar las ideas nuevas, incluso aquellas que parecen descabelladas al principio. Porque a menudo, las mejores soluciones surgen de lugares inesperados. Recordemos a Steve Jobs, que decía que la gente que conecta puntos diferentes es la que crea cosas extraordinarias.
Algunos dirán que es utópico, que la economía es fría y calculadora, que no tiene espacio para la fantasía. Pero yo creo que están equivocados. La historia demuestra que los países que han prosperado son aquellos que han sabido combinar la razón con la intuición, la lógica con la pasión. Quien se cree que solo con números va a resolver todos los problemas se está jalando una torta monumental.
En fin, la reflexión del Dr. Sasso me dejó con ganas de creer en nosotros mismos, de pensar que aún podemos darle la vuelta a la tortilla. Pero me pregunto: ¿Estamos realmente dispuestos a romper con los esquemas tradicionales y abrazar una visión más creativa del futuro de Costa Rica? ¿O seguiremos arrastrando los pies, esperando que alguien más nos salve del brete?
