A ver, maes, dejemos por un toque el despiche de la política y el precio del aguacate para hablar de algo que sí da gusto. Resulta que mientras uno aquí estaba viendo qué se inventaba para el almuerzo, la delegación de Costa Rica se fue para Managua al Campeonato Centroamericano Mayor de Atletismo y, para no perder la costumbre, la sacó del estadio. No es por nada, pero es que nuestros atletas se fueron a Nicaragua y básicamente pusieron la bandera tricolor en cada esquina del podio. ¡Qué nivel, en serio! Es de esas noticias que le alegran a uno la semana.
Y es que no mandamos a cualquiera. La lista de nombres era para asustar: Gerald Drummond, Andrea Vargas, Daniela Rojas... pura crema y nata. Son los pesos pesados de siempre, esa gente que uno ya sabe que va a ir a dejar el alma en la pista. El brete que se mandan estos atletas es de otro planeta; pasan meses y años entrenando en silencio, muchas veces con las uñas, para llegar a estos eventos y demostrar de qué están hechos. Y vaya que lo demostraron, porque la cosecha de medallas fue una cosa de locos.
La reina de la jornada, sin duda, fue Andrea Vargas. ¿Qué más se puede decir de esa mujer que no se haya dicho ya? La puriscaleña llegó, corrió y se trajo el oro en los 100 metros con vallas como si fuera a la pulpe por un fresco. Paró el cronómetro en 13.28 segundos, dejando a Panamá y El Salvador viendo para el ciprés. Verla competir es una garantía de espectáculo y de garra. ¡Qué carga Andrea, de verdad! Es el tipo de atleta que inspira a toda una generación y nos recuerda que el talento en este país sobra.
Pero la fiesta de oros no paró ahí. El limonense Derick Leandro, de Siquirres, voló en los 400 metros planos y se coronó campeón, demostrando que en el Caribe tenemos velocidad para regalar. Por su parte, Gerald Drummond, que es otro carga con un carisma increíble, impuso su calidad olímpica en los 400 metros con vallas con un tiempazo de 49.11 s. Su carrera estuvo, como dicen, a cachete. Y para cerrar el círculo de los 400 con vallas, la herediana Daniela Rojas hizo lo propio en la rama femenina, dominando la prueba y subiéndose a lo más alto del podio. Una barrida total.
Y aquí es donde la vara se pone todavía más tuanis: no solo las figuras consolidadas brillaron. La fondista Antonella Lanuza se convirtió en bicampeona centroamericana en los 1500 metros, una prueba durísima que exige una resistencia brutal. Y el velocista Alejandro Rickett se colgó una plata muy peleada en los 100 metros planos. Esto demuestra que no dependemos de dos o tres nombres; hay una camada de atletas empujando fuerte, con hambre de triunfo y con un talento que ilusiona. No es casualidad, es el resultado de un proceso que, aunque lento, va dando frutos.
Al final, lo que queda claro es que mientras en otros deportes a veces nos llenamos la boca de excusas, esta gente va en silencio y trae resultados. Estas medallas no son un golpe de suerte; son puro brete, disciplina y sacrificio. Nos inflan el pecho de orgullo y nos hacen pensar en el potencial enorme que tenemos. Diay, maes, la pregunta es obligada: ¿Creen que el atletismo por fin está recibiendo el chineo y el apoyo que se merece, o esto sigue siendo el resultado del puro esfuerzo personal de los atletas contra viento y marea? ¿Qué más hace falta para que esto sea la norma y no la excepción?
Y es que no mandamos a cualquiera. La lista de nombres era para asustar: Gerald Drummond, Andrea Vargas, Daniela Rojas... pura crema y nata. Son los pesos pesados de siempre, esa gente que uno ya sabe que va a ir a dejar el alma en la pista. El brete que se mandan estos atletas es de otro planeta; pasan meses y años entrenando en silencio, muchas veces con las uñas, para llegar a estos eventos y demostrar de qué están hechos. Y vaya que lo demostraron, porque la cosecha de medallas fue una cosa de locos.
La reina de la jornada, sin duda, fue Andrea Vargas. ¿Qué más se puede decir de esa mujer que no se haya dicho ya? La puriscaleña llegó, corrió y se trajo el oro en los 100 metros con vallas como si fuera a la pulpe por un fresco. Paró el cronómetro en 13.28 segundos, dejando a Panamá y El Salvador viendo para el ciprés. Verla competir es una garantía de espectáculo y de garra. ¡Qué carga Andrea, de verdad! Es el tipo de atleta que inspira a toda una generación y nos recuerda que el talento en este país sobra.
Pero la fiesta de oros no paró ahí. El limonense Derick Leandro, de Siquirres, voló en los 400 metros planos y se coronó campeón, demostrando que en el Caribe tenemos velocidad para regalar. Por su parte, Gerald Drummond, que es otro carga con un carisma increíble, impuso su calidad olímpica en los 400 metros con vallas con un tiempazo de 49.11 s. Su carrera estuvo, como dicen, a cachete. Y para cerrar el círculo de los 400 con vallas, la herediana Daniela Rojas hizo lo propio en la rama femenina, dominando la prueba y subiéndose a lo más alto del podio. Una barrida total.
Y aquí es donde la vara se pone todavía más tuanis: no solo las figuras consolidadas brillaron. La fondista Antonella Lanuza se convirtió en bicampeona centroamericana en los 1500 metros, una prueba durísima que exige una resistencia brutal. Y el velocista Alejandro Rickett se colgó una plata muy peleada en los 100 metros planos. Esto demuestra que no dependemos de dos o tres nombres; hay una camada de atletas empujando fuerte, con hambre de triunfo y con un talento que ilusiona. No es casualidad, es el resultado de un proceso que, aunque lento, va dando frutos.
Al final, lo que queda claro es que mientras en otros deportes a veces nos llenamos la boca de excusas, esta gente va en silencio y trae resultados. Estas medallas no son un golpe de suerte; son puro brete, disciplina y sacrificio. Nos inflan el pecho de orgullo y nos hacen pensar en el potencial enorme que tenemos. Diay, maes, la pregunta es obligada: ¿Creen que el atletismo por fin está recibiendo el chineo y el apoyo que se merece, o esto sigue siendo el resultado del puro esfuerzo personal de los atletas contra viento y marea? ¿Qué más hace falta para que esto sea la norma y no la excepción?
