¡Ay, Dios mío! La educación pública en Costa Rica, esa que tanto nos venden como ejemplo mundial, parece que anda más patosa que cajón de sardinas. Un nuevo reporte del Colegio de Profesionales en Orientación (CPO) sacudió el gallito, revelando que casi el noventa y cuatro por ciento de las escuelas primarias del país están prácticamente huérfanas: sin un orientador que les eche una mano a los nenes.
Imagínate la bronca. Miles de puros, chiquillos en edad crucial de desarrollo, pasando por los peores momentos, enfrentándose a acosadores, problemas familiares, frustraciones académicas… y sin nadie que les diga “tranqui, mae, vamos a ver cómo solucionamos esto”. Este vacío está dejando cicatrices profundas y, según los expertos, sembrando las semillas de futuros problemas sociales. Es un brete que estamos armando, diay.
La vicepresidenta del CPO, Karen Sánchez, lo dejó bien clarito: no se trata simplemente de que falten puestos de trabajo, sino de que estamos abandonando a la primera infancia. Estos años escolares, entre los seis y los doce, son cuando se forja el carácter, la autoestima y las habilidades para relacionarse. Cuando no hay un orientador, esos procesos se quedan varados, como canoa sin remo en medio del río.
Y, claro, ¿qué pasa cuando un nene no aprende a manejar sus emociones ni a resolver conflictos a los ocho o nueve años? Pues, créeme, se convierte en un adulto más propenso a meterse en líos, ya sea siendo víctima o perpetrador de la violencia. Ese niño que no sabe defenderse verbalmente, puede buscarlo a puño cerrado cuando se haga grande. ¡Qué carga!
Pero la cosa no se arregla en secundaria, porque aunque haya más orientadores en los colegios, están hasta arriba de trabajo. Atienden a tantos estudiantes que apenas alcanzan a apagar los fuegos – crisis urgentes, peleas, papeleos – y no tienen tiempo para hacer la labor preventiva que realmente necesitamos. Es como estar siempre corriendo detrás del tren, en lugar de ponerle freno.
Esto también afecta directamente a los maestros, esos héroes anónimos que se rompen el lomo enseñando. Se ven obligados a asumir funciones que no les corresponden, intentando mediar en conflictos y brindar apoyo emocional cuando deberían estar enfocados en impartir clases. Son unos cracks, pero hasta ellos tienen un límite. Y la sobrecarga, pura, pura, termina afectando la calidad de la educación que reciben nuestros hijos. ¡Qué torta!
El CPO ya puso el grito en el cielo y le dio un ultimátum al MEP. Dicen que ampliar la cobertura de orientadores no es un favor, es una necesidad urgente. Aseguran que contar con un acompañamiento profesional en la escuela no solo mejora el rendimiento académico, sino que también actúa como un filtro importante para prevenir problemas sociales y proteger a las futuras generaciones. Es como tener un guardaparques que vigila que nadie se salga del camino.
Así que, dime tú: ¿crees que el gobierno va a tomar cartas en el asunto y destrabar este problema que está hundiendo a nuestros niños? ¿O seguiremos viendo cómo nuestras escuelas se convierten en terrenos fértiles para el bullying y la violencia? ¿Deberíamos exigir más recursos para la orientación escolar o conformarnos con esperar a que la situación mejore por arte mágico?
Imagínate la bronca. Miles de puros, chiquillos en edad crucial de desarrollo, pasando por los peores momentos, enfrentándose a acosadores, problemas familiares, frustraciones académicas… y sin nadie que les diga “tranqui, mae, vamos a ver cómo solucionamos esto”. Este vacío está dejando cicatrices profundas y, según los expertos, sembrando las semillas de futuros problemas sociales. Es un brete que estamos armando, diay.
La vicepresidenta del CPO, Karen Sánchez, lo dejó bien clarito: no se trata simplemente de que falten puestos de trabajo, sino de que estamos abandonando a la primera infancia. Estos años escolares, entre los seis y los doce, son cuando se forja el carácter, la autoestima y las habilidades para relacionarse. Cuando no hay un orientador, esos procesos se quedan varados, como canoa sin remo en medio del río.
Y, claro, ¿qué pasa cuando un nene no aprende a manejar sus emociones ni a resolver conflictos a los ocho o nueve años? Pues, créeme, se convierte en un adulto más propenso a meterse en líos, ya sea siendo víctima o perpetrador de la violencia. Ese niño que no sabe defenderse verbalmente, puede buscarlo a puño cerrado cuando se haga grande. ¡Qué carga!
Pero la cosa no se arregla en secundaria, porque aunque haya más orientadores en los colegios, están hasta arriba de trabajo. Atienden a tantos estudiantes que apenas alcanzan a apagar los fuegos – crisis urgentes, peleas, papeleos – y no tienen tiempo para hacer la labor preventiva que realmente necesitamos. Es como estar siempre corriendo detrás del tren, en lugar de ponerle freno.
Esto también afecta directamente a los maestros, esos héroes anónimos que se rompen el lomo enseñando. Se ven obligados a asumir funciones que no les corresponden, intentando mediar en conflictos y brindar apoyo emocional cuando deberían estar enfocados en impartir clases. Son unos cracks, pero hasta ellos tienen un límite. Y la sobrecarga, pura, pura, termina afectando la calidad de la educación que reciben nuestros hijos. ¡Qué torta!
El CPO ya puso el grito en el cielo y le dio un ultimátum al MEP. Dicen que ampliar la cobertura de orientadores no es un favor, es una necesidad urgente. Aseguran que contar con un acompañamiento profesional en la escuela no solo mejora el rendimiento académico, sino que también actúa como un filtro importante para prevenir problemas sociales y proteger a las futuras generaciones. Es como tener un guardaparques que vigila que nadie se salga del camino.
Así que, dime tú: ¿crees que el gobierno va a tomar cartas en el asunto y destrabar este problema que está hundiendo a nuestros niños? ¿O seguiremos viendo cómo nuestras escuelas se convierten en terrenos fértiles para el bullying y la violencia? ¿Deberíamos exigir más recursos para la orientación escolar o conformarnos con esperar a que la situación mejore por arte mágico?