¡Ay, patata! Así amanecimos hoy en San José. Una noticia que dejó a muchos con el corazón encogido: Soda Castro Plaza Víquez, ese rincón lleno de recuerdos y sabor a ensalada de frutas con gelatina roja, anunció su cierre definitivo. Un golpe duro para el sur de la capital, diay, quién iba a decir.
Soda Castro, para los que no saben, no es solo una soda más. Tiene raíz, tiene historia. Su origen se remonta a 1950, gracias al empeño de don Abel y doña Sara Castro, quienes sembraron la semilla de este negocio familiar. La sucursal de la Plaza Cleto González Víquez, aunque abrió sus puertas en 1997, fue la encargada de mantener viva la llama de esa tradición, ofreciendo a generaciones de josefinos un pedacito de nuestro pasado culinario.
El anuncio llegó vía Facebook, con un mensaje breve y respetuoso, pero contundente: “Agradecemos profundamente a Dios, a nuestros clientes, proveedores, personal y amigos… Fue un privilegio haber formado parte de la vida de muchas personas”. Ni una explicación, ni un "lo sentimos". De plano, cortaron la transmisión, dejando a los clientes con más preguntas que respuestas. ¿Qué pasó, maes? ¿Fue problema de rentas? ¿De permisos? ¿Del brete?
Y es que pensar en Soda Castro es pensar en esas tardes de colegio con los panas, en los almuerzos dominicales con la familia, en esos helados de mango que te refrescaban después de un día caluroso. Era mucho más que comida; era un sitio de encuentro, un refugio de sabores auténticos. Ese olorcito a café recién hecho, a tortillas con queso sabroso, a pan con chicharrón... ¡Qué cosas!
Pero la realidad es que Soda Castro no es la excepción, sino parte de una tendencia preocupante: el ocaso de las sodas tradicionales en San José. Con el avance de las cadenas internacionales de comida rápida, la gentrificación de barrios enteros y los cambios en los gustos de la gente, estos comercios emblemáticos se ven obligados a luchar por su supervivencia. Ver cómo cierran lugares así es como ver morir un poquito de nuestra identidad cultural, ¿me entienden?
Muchos recuerdan, además, los clásicos arreglados, las paletas de fresa y limón, y los granizados que, especialmente en verano, eran la salvación. Todo preparado con cariño y dedicación, con recetas que pasaron de generación en generación. No era comida elaborada, pero era comida hecha con amor, y eso se sentía en cada bocado. En serio, ¿quién no tiene un recuerdo lindo de Soda Castro?
El cierre de Soda Castro Plaza Víquez nos invita a reflexionar sobre el futuro de nuestras tradiciones culinarias y la importancia de apoyar a los pequeños negocios que forman parte del tejido social de Costa Rica. Ya no es suficiente con lamentarnos; tenemos que buscar formas creativas de preservar este patrimonio inmaterial que nos define como ticos. Hay que darle palo, maes, porque si no, qué pena…
Con Soda Castro cerrando sus puertas, nos queda una pregunta que nos hace doler el alma: ¿qué otras sodas históricas desaparecerán pronto si no hacemos algo al respecto? ¿Estamos dispuestos a renunciar a estas joyas de nuestra cultura por unos cafés internacionales y hamburguesas americanizadas?
Soda Castro, para los que no saben, no es solo una soda más. Tiene raíz, tiene historia. Su origen se remonta a 1950, gracias al empeño de don Abel y doña Sara Castro, quienes sembraron la semilla de este negocio familiar. La sucursal de la Plaza Cleto González Víquez, aunque abrió sus puertas en 1997, fue la encargada de mantener viva la llama de esa tradición, ofreciendo a generaciones de josefinos un pedacito de nuestro pasado culinario.
El anuncio llegó vía Facebook, con un mensaje breve y respetuoso, pero contundente: “Agradecemos profundamente a Dios, a nuestros clientes, proveedores, personal y amigos… Fue un privilegio haber formado parte de la vida de muchas personas”. Ni una explicación, ni un "lo sentimos". De plano, cortaron la transmisión, dejando a los clientes con más preguntas que respuestas. ¿Qué pasó, maes? ¿Fue problema de rentas? ¿De permisos? ¿Del brete?
Y es que pensar en Soda Castro es pensar en esas tardes de colegio con los panas, en los almuerzos dominicales con la familia, en esos helados de mango que te refrescaban después de un día caluroso. Era mucho más que comida; era un sitio de encuentro, un refugio de sabores auténticos. Ese olorcito a café recién hecho, a tortillas con queso sabroso, a pan con chicharrón... ¡Qué cosas!
Pero la realidad es que Soda Castro no es la excepción, sino parte de una tendencia preocupante: el ocaso de las sodas tradicionales en San José. Con el avance de las cadenas internacionales de comida rápida, la gentrificación de barrios enteros y los cambios en los gustos de la gente, estos comercios emblemáticos se ven obligados a luchar por su supervivencia. Ver cómo cierran lugares así es como ver morir un poquito de nuestra identidad cultural, ¿me entienden?
Muchos recuerdan, además, los clásicos arreglados, las paletas de fresa y limón, y los granizados que, especialmente en verano, eran la salvación. Todo preparado con cariño y dedicación, con recetas que pasaron de generación en generación. No era comida elaborada, pero era comida hecha con amor, y eso se sentía en cada bocado. En serio, ¿quién no tiene un recuerdo lindo de Soda Castro?
El cierre de Soda Castro Plaza Víquez nos invita a reflexionar sobre el futuro de nuestras tradiciones culinarias y la importancia de apoyar a los pequeños negocios que forman parte del tejido social de Costa Rica. Ya no es suficiente con lamentarnos; tenemos que buscar formas creativas de preservar este patrimonio inmaterial que nos define como ticos. Hay que darle palo, maes, porque si no, qué pena…
Con Soda Castro cerrando sus puertas, nos queda una pregunta que nos hace doler el alma: ¿qué otras sodas históricas desaparecerán pronto si no hacemos algo al respecto? ¿Estamos dispuestos a renunciar a estas joyas de nuestra cultura por unos cafés internacionales y hamburguesas americanizadas?