Oyé, oyé, mi gente del Foro. Entre el chocolate de Halloween y las galletas Navideñas, estamos metidos de cabeza en una ola de azúcar. Ya saben, uno se relaja y se manda un dulcito, pensando 'bah, qué daño puede hacer'. Pues resulta que lo que le pasa a tus dientes después de darle un mordisco a esa golosina no es precisamente una fiesta, ¡ni mucho menos!
La verdad es que desde hace rato sabemos que engordarle azúcar a nuestros dientes no es buena onda, porque nos da caries, vamos. Pero lo que poca gente sabe es que nomás le das el primer mordisco a algo azucarado y ya empieza el drama dentro de tu boca. Se arma un pandemonio microbial que te dejaría boquiabierto si lo vieras al microscopio.
Resulta que hay un equipo de científicos que se dedican a estudiar cómo esas bacterias que viven en nuestra boca –esas mismas que nos dan las caries– se ponen a festejear cuando les echamos azúcar encima. Y lo que descubrieron es que nomás llega el azúcar, empiezan a trabajar como hormigas y a producir ácidos a toda máquina. ¡Es como si les dieras permiso para armar tremendo batiburrillo!
Imagínate esto: apenas uno o dos minutitos después de haberte zampado un pedazo de pastel o de haberte tomado un refresquito azucarado, la acidez en tu boca se dispara. Tan rápido que esos ácidos empiezan a atacar el esmalte, esa capa dura que protege tus dientes. Piensa que el esmalte está hecho de minerales, y los ácidos los disuelven como si fueran caramelos... ¡tremendo!
Pero calma, que no todo está perdido. Aquí entra al quite la saliva, nuestro superhéroe personal. Esa babosa mágica lava los azúcares que quedan flotando y, además, neutraliza esos ácidos rebeldes. También hay otras bacterias buenas que hacen competencia a las malas por el territorio y los recursos. Son como los ninjas buenos de tu boca, ¡siempre listos para defenderla!
El problema es que si sigues alimentando a esas bacterias malas con dulces y bebidas azucaradas constantemente, terminas creando una situación insostenible. Es como si les hubieras abierto un buffet libre ilimitado y ellas se pusieran a reproducirse sin control. Ni la saliva ni las bacterias buenas logran poner freno a semejante ejército de invasores.
¿Y qué es lo que hacen estas bacterias con tanto poder? Pues construyen una especie de fortaleza pegajosa alrededor de tus dientes, llamada biopelícula o placa bacteriana. Esta placa es súper difícil de quitar sin cepillar bien o visitar al dentista, y funciona como un escudo protector para las bacterias, impidiendo que la saliva haga su trabajo. Además, las bacterias que causan las caries son unas astutas y sobreviven incluso en ambientes ácidos, mientras que sus enemigas no tienen tanta suerte.
Entonces, ¿qué hacemos ahora, chunches? Reducir el consumo de azúcar es clave, tratar de comer dulces y bebidas azucaradas durante las comidas para aprovechar la saliva, evitar picar chucherías entre comida y comida, y cepillarnos los dientes con ganas, especialmente después de comer. Ahora, dime, ¿crees que deberíamos exigir etiquetas más claras sobre la cantidad de azúcar en los productos procesados, o prefieres seguir luchando contra las caries a ciegas?
La verdad es que desde hace rato sabemos que engordarle azúcar a nuestros dientes no es buena onda, porque nos da caries, vamos. Pero lo que poca gente sabe es que nomás le das el primer mordisco a algo azucarado y ya empieza el drama dentro de tu boca. Se arma un pandemonio microbial que te dejaría boquiabierto si lo vieras al microscopio.
Resulta que hay un equipo de científicos que se dedican a estudiar cómo esas bacterias que viven en nuestra boca –esas mismas que nos dan las caries– se ponen a festejear cuando les echamos azúcar encima. Y lo que descubrieron es que nomás llega el azúcar, empiezan a trabajar como hormigas y a producir ácidos a toda máquina. ¡Es como si les dieras permiso para armar tremendo batiburrillo!
Imagínate esto: apenas uno o dos minutitos después de haberte zampado un pedazo de pastel o de haberte tomado un refresquito azucarado, la acidez en tu boca se dispara. Tan rápido que esos ácidos empiezan a atacar el esmalte, esa capa dura que protege tus dientes. Piensa que el esmalte está hecho de minerales, y los ácidos los disuelven como si fueran caramelos... ¡tremendo!
Pero calma, que no todo está perdido. Aquí entra al quite la saliva, nuestro superhéroe personal. Esa babosa mágica lava los azúcares que quedan flotando y, además, neutraliza esos ácidos rebeldes. También hay otras bacterias buenas que hacen competencia a las malas por el territorio y los recursos. Son como los ninjas buenos de tu boca, ¡siempre listos para defenderla!
El problema es que si sigues alimentando a esas bacterias malas con dulces y bebidas azucaradas constantemente, terminas creando una situación insostenible. Es como si les hubieras abierto un buffet libre ilimitado y ellas se pusieran a reproducirse sin control. Ni la saliva ni las bacterias buenas logran poner freno a semejante ejército de invasores.
¿Y qué es lo que hacen estas bacterias con tanto poder? Pues construyen una especie de fortaleza pegajosa alrededor de tus dientes, llamada biopelícula o placa bacteriana. Esta placa es súper difícil de quitar sin cepillar bien o visitar al dentista, y funciona como un escudo protector para las bacterias, impidiendo que la saliva haga su trabajo. Además, las bacterias que causan las caries son unas astutas y sobreviven incluso en ambientes ácidos, mientras que sus enemigas no tienen tanta suerte.
Entonces, ¿qué hacemos ahora, chunches? Reducir el consumo de azúcar es clave, tratar de comer dulces y bebidas azucaradas durante las comidas para aprovechar la saliva, evitar picar chucherías entre comida y comida, y cepillarnos los dientes con ganas, especialmente después de comer. Ahora, dime, ¿crees que deberíamos exigir etiquetas más claras sobre la cantidad de azúcar en los productos procesados, o prefieres seguir luchando contra las caries a ciegas?
