¡Ay, Dios mío! La cosa está feísima, changos. Las estadísticas nos golpean directo al estómago: los homicidios en Costa Rica siguen escalando, y ahora hay algo que realmente nos pincha el corazón. No hablamos solamente de los casos violentos que ya nos tenían preocupados, sino que ahora los niños menores de 12 años y los adultos mayores de 50 están sufriendo las consecuencias de esta ola de violencia. Parece que la delincuencia no tiene límites, diay.
Según los datos más recientes del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), actualizados hasta finales de noviembre de 2025, hemos visto un incremento alarmante. En 2025, lamentablemente, registramos 10 víctimas menores de 12 años, una cifra que contrasta dolorosamente con los apenas 4 casos que teníamos en 2024. Esto sí que es una vara bien pesada para cargar, compas. Además, los homicidios en el grupo de edad comprendida entre los 50 y los 64 años también han aumentado significativamente, pasando de 50 a 66 víctimas en el mismo período.
Si pensábamos que esto era un problema lejano, los números hablan claro. El reporte completo indica que en general, sumamos 794 víctimas de homicidio doloso para 2025, superando los 792 registrados en todo el 2024. Eso significa que los crímenes están ocurriendo a un ritmo más acelerado, y eso nos da que pensar, chunches. Es como si estuviéramos viendo el vaso medio vacío, porque aunque los homicidios en personas mayores de 65 años bajaron un poquito, de 25 a 18, la tendencia general sigue siendo negativa y nos preocupa a todos.
Y ojo, que no estamos hablando de accidentes desafortunados, sino de actos intencionales. Según el OIJ, la gran mayoría de estos homicidios están ligados a disputas entre bandas criminales, ajustes de cuentas y, tristemente, el narcotráfico. Ese brete nos está carcomiendo, y parece que cada día pone más en riesgo la tranquilidad de nuestras familias. El panorama no pinta bonito, y la situación requiere atención urgente.
Karen Jiménez, presidenta del Colegio de Profesionales en Criminología, ha señalado que este aumento sostenido de homicidios es el resultado de una combinación compleja de factores. Desde problemas estructurales y sociales hasta la influencia directa del crimen organizado. Es un cóctel explosivo, que hace que nos preguntemos qué vamos a hacer para proteger a nuestros seres queridos. Esto no puede seguir así, señores, ¡qué torta!
Pero lo que más me duele, y seguramente a ustedes también, es el perfil de las víctimas y de los responsables. Cada vez vemos más jóvenes involucrados, algunos ni siquiera terminaron la escuela, provenientes de comunidades vulnerables que les ofrecen una salida rápida, pero con consecuencias devastadoras. Se convierten en peones, en mulas, en carne de cañón para estas organizaciones criminales. Muchos terminan siendo víctimas ellos mismos, atrapados en un ciclo de violencia del que cuesta mucho salir. Es una realidad dura, y nos obliga a reflexionar sobre cómo podemos ofrecer alternativas a esos jóvenes.
¿Y qué hacemos nosotros? Pues hay que exigirle al gobierno medidas concretas, efectivas y duraderas. Más inversión en educación, programas sociales que apoyen a las familias vulnerables, fortalecimiento de las fuerzas policiales y judiciales. Pero también necesitamos un cambio cultural, una actitud más crítica ante la violencia, una mayor conciencia sobre los peligros del narcotráfico y la importancia de construir una sociedad más justa y equitativa. Porque si seguimos igual, la cosa se va a ir al traste, ay, diay.
Ahora, les pregunto a ustedes, mi gente: ¿Qué otras acciones creen que podríamos tomar como ciudadanos para combatir esta creciente ola de violencia y proteger a los más vulnerables de nuestra sociedad? ¿Estamos haciendo lo suficiente, o necesitamos cambiar radicalmente nuestro enfoque?
Según los datos más recientes del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), actualizados hasta finales de noviembre de 2025, hemos visto un incremento alarmante. En 2025, lamentablemente, registramos 10 víctimas menores de 12 años, una cifra que contrasta dolorosamente con los apenas 4 casos que teníamos en 2024. Esto sí que es una vara bien pesada para cargar, compas. Además, los homicidios en el grupo de edad comprendida entre los 50 y los 64 años también han aumentado significativamente, pasando de 50 a 66 víctimas en el mismo período.
Si pensábamos que esto era un problema lejano, los números hablan claro. El reporte completo indica que en general, sumamos 794 víctimas de homicidio doloso para 2025, superando los 792 registrados en todo el 2024. Eso significa que los crímenes están ocurriendo a un ritmo más acelerado, y eso nos da que pensar, chunches. Es como si estuviéramos viendo el vaso medio vacío, porque aunque los homicidios en personas mayores de 65 años bajaron un poquito, de 25 a 18, la tendencia general sigue siendo negativa y nos preocupa a todos.
Y ojo, que no estamos hablando de accidentes desafortunados, sino de actos intencionales. Según el OIJ, la gran mayoría de estos homicidios están ligados a disputas entre bandas criminales, ajustes de cuentas y, tristemente, el narcotráfico. Ese brete nos está carcomiendo, y parece que cada día pone más en riesgo la tranquilidad de nuestras familias. El panorama no pinta bonito, y la situación requiere atención urgente.
Karen Jiménez, presidenta del Colegio de Profesionales en Criminología, ha señalado que este aumento sostenido de homicidios es el resultado de una combinación compleja de factores. Desde problemas estructurales y sociales hasta la influencia directa del crimen organizado. Es un cóctel explosivo, que hace que nos preguntemos qué vamos a hacer para proteger a nuestros seres queridos. Esto no puede seguir así, señores, ¡qué torta!
Pero lo que más me duele, y seguramente a ustedes también, es el perfil de las víctimas y de los responsables. Cada vez vemos más jóvenes involucrados, algunos ni siquiera terminaron la escuela, provenientes de comunidades vulnerables que les ofrecen una salida rápida, pero con consecuencias devastadoras. Se convierten en peones, en mulas, en carne de cañón para estas organizaciones criminales. Muchos terminan siendo víctimas ellos mismos, atrapados en un ciclo de violencia del que cuesta mucho salir. Es una realidad dura, y nos obliga a reflexionar sobre cómo podemos ofrecer alternativas a esos jóvenes.
¿Y qué hacemos nosotros? Pues hay que exigirle al gobierno medidas concretas, efectivas y duraderas. Más inversión en educación, programas sociales que apoyen a las familias vulnerables, fortalecimiento de las fuerzas policiales y judiciales. Pero también necesitamos un cambio cultural, una actitud más crítica ante la violencia, una mayor conciencia sobre los peligros del narcotráfico y la importancia de construir una sociedad más justa y equitativa. Porque si seguimos igual, la cosa se va a ir al traste, ay, diay.
Ahora, les pregunto a ustedes, mi gente: ¿Qué otras acciones creen que podríamos tomar como ciudadanos para combatir esta creciente ola de violencia y proteger a los más vulnerables de nuestra sociedad? ¿Estamos haciendo lo suficiente, o necesitamos cambiar radicalmente nuestro enfoque?
