¡Ay, Dios mío! La cruda realidad nos golpea como un balde de agua fría. Nuevamente, los datos del Instituto sobre Alcoholismo y Farmacodependencia nos dejan boquiabiertos. Parece que la juventud tica se ha metido en un brete serio, y esta vez no hablamos de un simple ‘chambazo’ después de clases.
Las cifras, señores míos, son escalofriantes. Seis de cada diez estudiantes de secundaria ya le han dado gusto al alcohol y a otras sustancias ilegales. Esto no es una broma ni un juego de niños. Estamos hablando de cerebros en pleno desarrollo, susceptibles como limones recién caídos del árbol, expuestos a daños irreversibles. Pura torta, para ponerle pausa a este asunto.
¿Se imaginan la magnitud de esto? Estamos viendo a jóvenes de 14 años, la edad promedio en que empiezan a experimentar con la marihuana según el estudio, poniendo en riesgo su futuro. No es cuestión de estar gritándole al viento, pero esto nos afecta a todos, desde el gobierno hasta la abuelita que vende pan dulce en la esquina. Porque esos mismos jóvenes, con la cabeza nublada por las drogas, son los que mañana tendrán dificultades para encontrar trabajo, para formar familias sanas, para aportar al progreso del país.
El problema no es solamente el consumo en sí mismo. Es el daño que se le hace al cerebro adolescente, que todavía está construyendo conexiones neuronales vitales. Las drogas actúan como un sabotaje interno, afectando la memoria, el juicio, la capacidad de aprender y, créanme, el control de impulsos. Una verdadera chimba de problema, que no podemos dejar pasar factura.
Y aquí viene la pregunta clave: ¿Dónde está la falla? ¿Por qué nuestros jóvenes están recurriendo a estas sustancias? Los protocolos y lineamientos técnicos, aunque existan, no son suficientes. ¿Cómo espera un orientador escolar darle atención personalizada a quinientos estudiantes con la sobrecarga de trabajo que tienen? Es como querer apagar un incendio forestal con un vaso de agua. Urge invertir en más profesionales, en programas de prevención que realmente funcionen, y en capacitar al personal educativo para que puedan identificar y ayudar a estos chicos antes de que sea demasiado tarde. Esto sí que necesita una vara bien alta.
Pero no toda la responsabilidad recae en el sistema educativo o en el gobierno. Los padres también tenemos un papel fundamental. No basta con decirles a nuestros hijos “no toquen eso”. Hay que sentarnos a platicar con ellos, entender sus preocupaciones, escuchar sus angustias. Crear un ambiente familiar donde se sientan seguros para compartir sus problemas, donde sepan que pueden contar con nosotros sin temor a ser juzgados. ¡Eso sí es un escudo protector!
Necesitamos pasar de los discursos vacíos a la acción concreta. Programas de habilidades blandas desde primaria, talleres de autoestima y pensamiento crítico, proyectos comunitarios que involucren a los jóvenes en actividades positivas. La coordinación entre el Ministerio de Educación Pública (MEP), el Instituto Costarricense sobre Alcoholismo y Farmacodependencia (IAFA), y el Instituto Costarricense de Drogas, debe traducirse en apoyo real en cada escuela del país, y no quedarse solo en papeles amontonados. Este es el momento de levantarnos y hacer algo, porque si no, la cosa está que trina.
Ahora me pregunto, compañeros del foro: ¿Qué medidas crees tú que serían más efectivas para abordar este problema de manera integral, involucrando a la familia, la escuela y la comunidad? ¿Cuál sería tu 'vara' para solucionar este brete?
Las cifras, señores míos, son escalofriantes. Seis de cada diez estudiantes de secundaria ya le han dado gusto al alcohol y a otras sustancias ilegales. Esto no es una broma ni un juego de niños. Estamos hablando de cerebros en pleno desarrollo, susceptibles como limones recién caídos del árbol, expuestos a daños irreversibles. Pura torta, para ponerle pausa a este asunto.
¿Se imaginan la magnitud de esto? Estamos viendo a jóvenes de 14 años, la edad promedio en que empiezan a experimentar con la marihuana según el estudio, poniendo en riesgo su futuro. No es cuestión de estar gritándole al viento, pero esto nos afecta a todos, desde el gobierno hasta la abuelita que vende pan dulce en la esquina. Porque esos mismos jóvenes, con la cabeza nublada por las drogas, son los que mañana tendrán dificultades para encontrar trabajo, para formar familias sanas, para aportar al progreso del país.
El problema no es solamente el consumo en sí mismo. Es el daño que se le hace al cerebro adolescente, que todavía está construyendo conexiones neuronales vitales. Las drogas actúan como un sabotaje interno, afectando la memoria, el juicio, la capacidad de aprender y, créanme, el control de impulsos. Una verdadera chimba de problema, que no podemos dejar pasar factura.
Y aquí viene la pregunta clave: ¿Dónde está la falla? ¿Por qué nuestros jóvenes están recurriendo a estas sustancias? Los protocolos y lineamientos técnicos, aunque existan, no son suficientes. ¿Cómo espera un orientador escolar darle atención personalizada a quinientos estudiantes con la sobrecarga de trabajo que tienen? Es como querer apagar un incendio forestal con un vaso de agua. Urge invertir en más profesionales, en programas de prevención que realmente funcionen, y en capacitar al personal educativo para que puedan identificar y ayudar a estos chicos antes de que sea demasiado tarde. Esto sí que necesita una vara bien alta.
Pero no toda la responsabilidad recae en el sistema educativo o en el gobierno. Los padres también tenemos un papel fundamental. No basta con decirles a nuestros hijos “no toquen eso”. Hay que sentarnos a platicar con ellos, entender sus preocupaciones, escuchar sus angustias. Crear un ambiente familiar donde se sientan seguros para compartir sus problemas, donde sepan que pueden contar con nosotros sin temor a ser juzgados. ¡Eso sí es un escudo protector!
Necesitamos pasar de los discursos vacíos a la acción concreta. Programas de habilidades blandas desde primaria, talleres de autoestima y pensamiento crítico, proyectos comunitarios que involucren a los jóvenes en actividades positivas. La coordinación entre el Ministerio de Educación Pública (MEP), el Instituto Costarricense sobre Alcoholismo y Farmacodependencia (IAFA), y el Instituto Costarricense de Drogas, debe traducirse en apoyo real en cada escuela del país, y no quedarse solo en papeles amontonados. Este es el momento de levantarnos y hacer algo, porque si no, la cosa está que trina.
Ahora me pregunto, compañeros del foro: ¿Qué medidas crees tú que serían más efectivas para abordar este problema de manera integral, involucrando a la familia, la escuela y la comunidad? ¿Cuál sería tu 'vara' para solucionar este brete?