Diay maes, vamos a hablar de frente. La vara con la inseguridad en el país ya no es un tema de percepción ni de un par de sustos aislados; es el pan de cada día y el que diga lo contrario vive en una burbuja. Entre balaceras que parecen sacadas de una película y el miedo de salir a la calle después de ciertas horas, la gente está hasta la coronilla. Y como en río revuelto, ganancia de pescadores, los políticos ya empezaron a sacar sus mejores cartas para ver quién se pone la capa de superhéroe. El último en mandarse con todo fue el diputado del Frente Amplio, Ariel Robles, quien tiró sobre la mesa una propuesta que, para bien o para mal, hace que todo el mundo vuelva a ver: declarar emergencia nacional por inseguridad apenas ponga un pie en Zapote.
A primera vista, la idea suena potente, casi como un grito de guerra. Robles dice que sería su primer decreto, una señal de que no anda con rodeos. Según él, esto permitiría mover todos los chunches del Estado de una vez: plata, coordinación entre la Fuerza Pública, el OIJ, y quien se tenga que sumar al brete. La meta es clara: ahogar al crimen organizado y al narco, que tienen a comunidades enteras agarradas del cuello. Es, en teoría, apretar el botón de pánico para que todo el aparato gubernamental deje de lado la burocracia y se ponga a trabajar en lo que de verdad le quita el sueño a la gente. No es jugando de chapulín; es una propuesta que busca un golpe de timón inmediato.
Ahora, aquí es donde la cosa se pone interesante y hay que sacarle punta al lápiz. Que esta propuesta venga de un mae del Frente Amplio es, como mínimo, un giro de guion inesperado. Históricamente, a la izquierda tica se le asocia más con un discurso de prevención, derechos humanos y crítica a la mano dura. Que ahora uno de sus principales prospectos presidenciales hable de una medida tan drástica y de emergencia, probablemente le paró el pelo a más de uno dentro y fuera de su partido. La pregunta del millón es: ¿estamos viendo una evolución pragmática del FA, que entiende que el despiche actual requiere medidas de shock, o es puro cálculo electoral para robarle banderas a la derecha y pescar votos del centro asustado?
Lo que sí hay que reconocerle a Robles es que no se quedó solo en el titular. En la misma entrevista, el diputado matizó su discurso para que no sonara a que quiere convertir el país en un cuartel. Habló de mejorar la infraestructura de las cárceles (que, seamos honestos, son universidades del crimen) y de meterle plata a la prevención para que los güilas en riesgo no vean como única salida unirse a una banda. Además, le bajó el volumen al tema de una reforma constitucional total, diciendo que prefiere "cambios puntuales". Esto es clave, porque da a entender que su plan no es volar todo y empezar de cero, sino usar las herramientas que ya existen de una forma más agresiva y coordinada. No es solo repartir palo, sino también arreglar las goteras del sistema.
Al final del día, la propuesta de Ariel Robles nos deja con un montón de preguntas. Por un lado, se agradece que un candidato ponga sobre la mesa una receta concreta y no solo el típico “vamos a luchar contra la delincuencia”. Se posiciona como un candidato firme, que entiende la urgencia del problema. Pero por otro, una declaratoria de emergencia nacional es una vara muy seria que puede prestarse para abusos o para que el remedio termine siendo peor que la enfermedad. Es una línea muy delgada entre una acción decidida y una medida populista desesperada. La discusión apenas empieza y, con las elecciones a la vuelta de la esquina, de fijo vamos a escuchar mucho más de esto. Mae, más allá del color político, ¿le suena la idea de una emergencia nacional para arreglar este despiche? ¿O es un manotazo de ahogado que podría salirnos más caro el caldo que los huevos?
A primera vista, la idea suena potente, casi como un grito de guerra. Robles dice que sería su primer decreto, una señal de que no anda con rodeos. Según él, esto permitiría mover todos los chunches del Estado de una vez: plata, coordinación entre la Fuerza Pública, el OIJ, y quien se tenga que sumar al brete. La meta es clara: ahogar al crimen organizado y al narco, que tienen a comunidades enteras agarradas del cuello. Es, en teoría, apretar el botón de pánico para que todo el aparato gubernamental deje de lado la burocracia y se ponga a trabajar en lo que de verdad le quita el sueño a la gente. No es jugando de chapulín; es una propuesta que busca un golpe de timón inmediato.
Ahora, aquí es donde la cosa se pone interesante y hay que sacarle punta al lápiz. Que esta propuesta venga de un mae del Frente Amplio es, como mínimo, un giro de guion inesperado. Históricamente, a la izquierda tica se le asocia más con un discurso de prevención, derechos humanos y crítica a la mano dura. Que ahora uno de sus principales prospectos presidenciales hable de una medida tan drástica y de emergencia, probablemente le paró el pelo a más de uno dentro y fuera de su partido. La pregunta del millón es: ¿estamos viendo una evolución pragmática del FA, que entiende que el despiche actual requiere medidas de shock, o es puro cálculo electoral para robarle banderas a la derecha y pescar votos del centro asustado?
Lo que sí hay que reconocerle a Robles es que no se quedó solo en el titular. En la misma entrevista, el diputado matizó su discurso para que no sonara a que quiere convertir el país en un cuartel. Habló de mejorar la infraestructura de las cárceles (que, seamos honestos, son universidades del crimen) y de meterle plata a la prevención para que los güilas en riesgo no vean como única salida unirse a una banda. Además, le bajó el volumen al tema de una reforma constitucional total, diciendo que prefiere "cambios puntuales". Esto es clave, porque da a entender que su plan no es volar todo y empezar de cero, sino usar las herramientas que ya existen de una forma más agresiva y coordinada. No es solo repartir palo, sino también arreglar las goteras del sistema.
Al final del día, la propuesta de Ariel Robles nos deja con un montón de preguntas. Por un lado, se agradece que un candidato ponga sobre la mesa una receta concreta y no solo el típico “vamos a luchar contra la delincuencia”. Se posiciona como un candidato firme, que entiende la urgencia del problema. Pero por otro, una declaratoria de emergencia nacional es una vara muy seria que puede prestarse para abusos o para que el remedio termine siendo peor que la enfermedad. Es una línea muy delgada entre una acción decidida y una medida populista desesperada. La discusión apenas empieza y, con las elecciones a la vuelta de la esquina, de fijo vamos a escuchar mucho más de esto. Mae, más allá del color político, ¿le suena la idea de una emergencia nacional para arreglar este despiche? ¿O es un manotazo de ahogado que podría salirnos más caro el caldo que los huevos?