¡Ay, mi gente! Alejandra Azcárate llegó a Costa Rica y no precisamente para pasear por Manuel Antonio. La morrita, con su labia afilada como machete, nos dio un chapuzón helado en la realidad durante más de dos horas y media en el Cine Magaly. Se trata de una mujer que no anda con rodeos ni con medias tintas, y eso, mis queridos, se siente diferente en estos tiempos donde la diplomacia se ha convertido en la norma.
La artista colombiana, quien lleva su espectáculo por diferentes rincones de Latinoamérica y Europa, eligió nuestra pequeña nación como una parada más en su gira mundial. Después de pasar por tierras lejanas, regresó a Costa Rica, donde ya había dejado huella el año anterior, para reafirmar su estilo directo y sin tapujos. Esta vez, sin embargo, pareció que tenía aún más pólvora en el cañón, dispuesta a detonar verdades incómodas que resonaron con la audiencia.
El punto de partida de su monólogo fue, inevitablemente, el turbio caso de la narcoavioneta que la envolvió a ella y a su entonces esposo, Miguel Jaramillo, allá por el 2021. Recordarán el embrollo: una avioneta registrada a nombre de Jaramillo, interceptada con casi medio millón de dólares en droga. Aunque él era el titular, la maraña legal y los nexos con terceros complicaron el panorama y mancharon la imagen pública de Azcárate. La artista no se escondió detrás de excusas ni justificaciones; al contrario, utilizó su dolor y humillación como munición para confrontar a la audiencia.
Con una honestidad brutal, Azcárate relató cómo se sintió “en los sótanos del infierno” tras el escándalo, bombardeada por juicios y prejuicios, principalmente provenientes de hombres, según sus declaraciones. Reveló haber demandado a algunos comediantes que se aprovecharon de la situación para hacer bromas crueles, buscando así defender su honor y restablecer su reputación. Más que una venganza, parecía una necesidad visceral de recuperar su voz y su identidad después de haber sido silenciada por el clamor popular.
Pero el monólogo no se limitó al caso de la narcoavioneta. Azcárate abordó temas universales como el amor, las relaciones, la fidelidad, la hipocresía social y la búsqueda de la autenticidad. Sus reflexiones, sazonadas con humor ácido y observaciones perspicaces, conectaron profundamente con el público. Frases como “El marido se convierte en familia y uno se come a la familia” o “Las mujeres no recordamos, sino grabamos absolutamente todo y no damos consejos… lanzamos profecías”, provocaron carcajadas y aplausos atronadores, demostrando que la sinceridad puede ser tremendamente divertida.
Destacó, además, la importancia de tener conversaciones incómodas dentro de las relaciones para mantener la salud y transparencia. Señaló que todos somos chismosos del mal ajeno y que la envidia hacia el éxito de los demás es un reflejo de nuestras propias inseguridades. Su discurso, lejos de ser moralizante, invitaba a la auto-reflexión y a la aceptación de nuestras imperfecciones, tanto individuales como sociales. Una verdadera patada en el trasero colectivo, diay.
Para garantizar la intimidad del momento, Azcárate estableció una regla clara desde el principio: prohibido sacar celulares ni grabar el espectáculo. Aquellos que desafiaran su petición serían exhibidos públicamente, y así lo hizo en un par de ocasiones, mostrando que no tolera la superficialidad ni la falta de respeto. Quería crear un espacio seguro para la vulnerabilidad y la conexión genuina, libre de distracciones digitales y juicios externos.
Al final del espectáculo, mientras los aplausos retumbaban en el Cine Magaly, quedó claro que Alejandra Azcárate no solo ofreció un monólogo, sino una experiencia transformadora. Nos obligó a mirarnos al espejo, a cuestionar nuestras creencias y a enfrentar nuestras propias contradicciones. Ahora bien, después de escuchar sus verdades incómodas, ¿creen que la sociedad costarricense está lista para romper con la hipocresía y abrazar la autenticidad, o seguiremos prefiriendo la comodidad de las mentiras piadosas?
La artista colombiana, quien lleva su espectáculo por diferentes rincones de Latinoamérica y Europa, eligió nuestra pequeña nación como una parada más en su gira mundial. Después de pasar por tierras lejanas, regresó a Costa Rica, donde ya había dejado huella el año anterior, para reafirmar su estilo directo y sin tapujos. Esta vez, sin embargo, pareció que tenía aún más pólvora en el cañón, dispuesta a detonar verdades incómodas que resonaron con la audiencia.
El punto de partida de su monólogo fue, inevitablemente, el turbio caso de la narcoavioneta que la envolvió a ella y a su entonces esposo, Miguel Jaramillo, allá por el 2021. Recordarán el embrollo: una avioneta registrada a nombre de Jaramillo, interceptada con casi medio millón de dólares en droga. Aunque él era el titular, la maraña legal y los nexos con terceros complicaron el panorama y mancharon la imagen pública de Azcárate. La artista no se escondió detrás de excusas ni justificaciones; al contrario, utilizó su dolor y humillación como munición para confrontar a la audiencia.
Con una honestidad brutal, Azcárate relató cómo se sintió “en los sótanos del infierno” tras el escándalo, bombardeada por juicios y prejuicios, principalmente provenientes de hombres, según sus declaraciones. Reveló haber demandado a algunos comediantes que se aprovecharon de la situación para hacer bromas crueles, buscando así defender su honor y restablecer su reputación. Más que una venganza, parecía una necesidad visceral de recuperar su voz y su identidad después de haber sido silenciada por el clamor popular.
Pero el monólogo no se limitó al caso de la narcoavioneta. Azcárate abordó temas universales como el amor, las relaciones, la fidelidad, la hipocresía social y la búsqueda de la autenticidad. Sus reflexiones, sazonadas con humor ácido y observaciones perspicaces, conectaron profundamente con el público. Frases como “El marido se convierte en familia y uno se come a la familia” o “Las mujeres no recordamos, sino grabamos absolutamente todo y no damos consejos… lanzamos profecías”, provocaron carcajadas y aplausos atronadores, demostrando que la sinceridad puede ser tremendamente divertida.
Destacó, además, la importancia de tener conversaciones incómodas dentro de las relaciones para mantener la salud y transparencia. Señaló que todos somos chismosos del mal ajeno y que la envidia hacia el éxito de los demás es un reflejo de nuestras propias inseguridades. Su discurso, lejos de ser moralizante, invitaba a la auto-reflexión y a la aceptación de nuestras imperfecciones, tanto individuales como sociales. Una verdadera patada en el trasero colectivo, diay.
Para garantizar la intimidad del momento, Azcárate estableció una regla clara desde el principio: prohibido sacar celulares ni grabar el espectáculo. Aquellos que desafiaran su petición serían exhibidos públicamente, y así lo hizo en un par de ocasiones, mostrando que no tolera la superficialidad ni la falta de respeto. Quería crear un espacio seguro para la vulnerabilidad y la conexión genuina, libre de distracciones digitales y juicios externos.
Al final del espectáculo, mientras los aplausos retumbaban en el Cine Magaly, quedó claro que Alejandra Azcárate no solo ofreció un monólogo, sino una experiencia transformadora. Nos obligó a mirarnos al espejo, a cuestionar nuestras creencias y a enfrentar nuestras propias contradicciones. Ahora bien, después de escuchar sus verdades incómodas, ¿creen que la sociedad costarricense está lista para romper con la hipocresía y abrazar la autenticidad, o seguiremos prefiriendo la comodidad de las mentiras piadosas?