¡Qué despiche, maes! De verdad que a veces uno no sabe si reír o llorar con el circo que se montan en la Asamblea Legislativa. Cuando uno cree que ya lo ha visto todo, que el nivel del debate no puede caer más bajo, nuestros honorables diputados nos recuerdan que el sótano siempre puede tener un sótano más profundo. La sesión de este miércoles fue el capítulo más reciente de la novela que ya todos conocemos: “Me Peleo por Todo, Menos por Legislar”, protagonizada una vez más por Dinorah Barquero, de Liberación, y Daniel Vargas, del oficialismo. Y como en toda buena producción, hubo drama, acusaciones, insultos de antología y, por supuesto, un giro inesperado en la trama que involucró unos bocadillos.
La vara es que todo este zafarrancho, que terminó en gritos y acusaciones de machismo, arrancó de la forma más tica y absurda posible: por la comida. Resulta que la fracción de gobierno se mandó a pedir unas boquitas en pleno Plenario. Mientras le entraban sabroso a los chunches, según la versión del diputado Vargas, doña Dinorah sacó el celular y, muy disimuladamente, empezó a grabarlos. Diay, mae, a partir de ahí la cosa se fue al traste. La discusión empezó fuera de micrófonos, con ese murmullo tenso que se siente antes de que se arme el pleito en una fiesta familiar. Parecía que la cosa iba a morir ahí, en un simple intercambio de indirectas, pero no contaban con que la diputada Kattia Cambronero iba a pedir la palabra para, básicamente, echar a todo el mundo al agua.
Ahí fue cuando la olla de presión explotó. Ya con los micrófonos abiertos para que todo el país escuchara, Barquero no se guardó nada y le disparó con todo a Vargas. Y aquí es donde la discusión legislativa se convirtió en una escena de patio de escuela. “Usted, usted es un chuchinga, ese que habla a escondidas, que habla por detrás, ese que busca pleito con las mujeres”, le soltó la liberacionista. ¡Un chuchinga! Una palabra que resume perfectamente esa actitud de pleitisto solapado. Obviamente, el oficialista no se iba a quedar de brazos cruzados. Reconoció haberle dicho que ella era “una vergüenza”, le recordó que fue ella quien empezó a grabar y, para echarle más leña al fuego, trajo a colación el recuerdito de cuando Barquero llamó “rotweiller” a otra diputada de su bancada.
Y cuando uno creía que la novela no podía tener más extras, aparecieron las diputadas Kattia Cambronero y Johana Obando para meterle más sabor al caldo. Ambas calificaron el actuar de Vargas como “machista”, ampliando el pleito de un simple encontronazo personal a un debate sobre el trato que reciben las mujeres en el Congreso. Esto le dio una capa de complejidad al asunto, porque ya no era solo un “dime que te diré”, sino una acusación seria que pone en perspectiva la dinámica de poder y el respeto dentro del mismo Plenario. Se pasó de un pleito por bocadillos a un cuestionamiento sobre violencia política de género en cuestión de minutos. ¡Qué nivel de escalada!
Al final del día, lo que queda es un sinsabor terrible. Mientras el país tiene broncas serias que resolver, desde el costo de la vida hasta la inseguridad, una parte importante del tiempo que pagamos con nuestros impuestos se va en este tipo de espectáculos. Se jalaron una torta monumental. Este no es el brete para el que los elegimos. No se trata de defender a un bando o a otro, sino de cuestionar la calidad de la representación que estamos recibiendo. La facilidad con la que un debate serio se descarrila por pequeñeces y ataques personales es, francamente, preocupante. La pregunta del millón es: ¿hasta cuándo vamos a normalizar que nuestros políticos conviertan el lugar donde se hacen las leyes en un ring de boxeo verbal? ¿Creen ustedes que este tipo de comportamiento tiene alguna consecuencia real o al final todo queda en el show del momento?
La vara es que todo este zafarrancho, que terminó en gritos y acusaciones de machismo, arrancó de la forma más tica y absurda posible: por la comida. Resulta que la fracción de gobierno se mandó a pedir unas boquitas en pleno Plenario. Mientras le entraban sabroso a los chunches, según la versión del diputado Vargas, doña Dinorah sacó el celular y, muy disimuladamente, empezó a grabarlos. Diay, mae, a partir de ahí la cosa se fue al traste. La discusión empezó fuera de micrófonos, con ese murmullo tenso que se siente antes de que se arme el pleito en una fiesta familiar. Parecía que la cosa iba a morir ahí, en un simple intercambio de indirectas, pero no contaban con que la diputada Kattia Cambronero iba a pedir la palabra para, básicamente, echar a todo el mundo al agua.
Ahí fue cuando la olla de presión explotó. Ya con los micrófonos abiertos para que todo el país escuchara, Barquero no se guardó nada y le disparó con todo a Vargas. Y aquí es donde la discusión legislativa se convirtió en una escena de patio de escuela. “Usted, usted es un chuchinga, ese que habla a escondidas, que habla por detrás, ese que busca pleito con las mujeres”, le soltó la liberacionista. ¡Un chuchinga! Una palabra que resume perfectamente esa actitud de pleitisto solapado. Obviamente, el oficialista no se iba a quedar de brazos cruzados. Reconoció haberle dicho que ella era “una vergüenza”, le recordó que fue ella quien empezó a grabar y, para echarle más leña al fuego, trajo a colación el recuerdito de cuando Barquero llamó “rotweiller” a otra diputada de su bancada.
Y cuando uno creía que la novela no podía tener más extras, aparecieron las diputadas Kattia Cambronero y Johana Obando para meterle más sabor al caldo. Ambas calificaron el actuar de Vargas como “machista”, ampliando el pleito de un simple encontronazo personal a un debate sobre el trato que reciben las mujeres en el Congreso. Esto le dio una capa de complejidad al asunto, porque ya no era solo un “dime que te diré”, sino una acusación seria que pone en perspectiva la dinámica de poder y el respeto dentro del mismo Plenario. Se pasó de un pleito por bocadillos a un cuestionamiento sobre violencia política de género en cuestión de minutos. ¡Qué nivel de escalada!
Al final del día, lo que queda es un sinsabor terrible. Mientras el país tiene broncas serias que resolver, desde el costo de la vida hasta la inseguridad, una parte importante del tiempo que pagamos con nuestros impuestos se va en este tipo de espectáculos. Se jalaron una torta monumental. Este no es el brete para el que los elegimos. No se trata de defender a un bando o a otro, sino de cuestionar la calidad de la representación que estamos recibiendo. La facilidad con la que un debate serio se descarrila por pequeñeces y ataques personales es, francamente, preocupante. La pregunta del millón es: ¿hasta cuándo vamos a normalizar que nuestros políticos conviertan el lugar donde se hacen las leyes en un ring de boxeo verbal? ¿Creen ustedes que este tipo de comportamiento tiene alguna consecuencia real o al final todo queda en el show del momento?