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Invitado
Desde hace días no salgo de mi estupor por lo del polígrafo, pero hasta ahora me siento a escribir algo al respecto. Creo que este es la demostración más elocuente de la pérdida de rumbo del debate público en Costa Rica.
Cuando los aspirantes a Jefe de Estado de Costa Rica son tratados como rateros en potencia, me temo que ya no hay nada que hacer. Delincuentes o espías, porque tratar de detectar espías es el otro uso que se le da al aparatito. Esta idea peregrina no tiene nada que ver con la transparencia, sino con un afán de humillar a los políticos y de convertir a la campaña en un deleznable circo al que nadie decente y cuerdo va a querer someterse.
El asunto revela mucho sobre la manera en que se percibe a sí misma una parte importante de nuestra prensa, al tiempo que revela sus graves limitaciones. Para empezar, aunque no se den cuenta, es una confesión pública de la lamentable calidad de algunos de nuestros más dilectos periodistas. Porque, en el fondo, lo que quieren es que el aparatito les resuelva su ostensible falta de talento para rascar los argumentos de los candidatos, analizarlos, encontrar contradicciones y llamarlos a cuentas, como lo hace el buen periodismo. ¿Para qué tratar de emular a David Frost, Barbara Walters o a Oriana Falacci si el aparatito puede hacer el trabajo por nosotros? Un botón nos absuelve de la incapacidad, la ignorancia y la superficialidad.
Pero además el asunto revela una comprensión primitiva de la política. Porque este señor que puso a funcionar la maquinita obviamente no entiende que las preguntas que realmente importan en la política, las preguntas que realmente deberían contestar los candidatos, no son susceptibles de respuestas monosilábicas. ¿Cuánta prevención y cuánta coerción requiere nuestra política de seguridad? ¿Debemos invertir más en educación primaria al costo de invertir menos en educación superior, como lo dicta la equidad, o lo contrario, como lo exige la necesidad de innovar? ¿Qué hacemos con nuestra atormentada relación con Nicaragua? ¿Daremos prioridad, puestos a escoger, a la reducción de la pobreza o a la reducción de la desigualdad? La lista es infinita. De esos dilemas, que en muchos casos son complejos dilemas morales, está hecha la política real. Y saberlo no requiere haber leído a Aristóteles, sino simplemente haber visto algún episodio suelto de "The West Wing". Pero aun eso es mucho pedirle a algunos periodistas. Hay una canción de Silvio que pregunta: "Si alguien roba comida y después da la vida, ¿qué hacer?" ¿Cómo se contestará eso con un detector de mentiras al frente?
Eso es así, salvo que utilicemos el polígrafo para hacer simples preguntas de hecho a los candidatos: ¿se robó un vuelto cuando era chiquito? ¿Ha siempre fiel a su esposa? ¿Ha dicho toda la verdad respecto del financiamiento de su campaña? En ese caso, la utilización del polígrafo no es más que la culminación de la más cara y retorcida ambición de una parte de la prensa nacional: la de convertirse en fiscales y jueces de la República. Jueces, eso sí, liberados de toda obligación de respetar el debido proceso.
Esto último me conduce a lo más serio de todo. Me temo que el desconocimiento del público de los límites y precariedades del aparatito (el hecho de que, por ejemplo, en EEUU no se admiten los resultados en un juicio, debido a su baja confiabilidad), abre un espacio para erigir a la prensa en el juez inapelable de la verdad en una campaña. El aura "científica" del ejercicio le da un inmenso poder al periodista, un poder que nadie debe tener. Ya bastantes problemas tenemos con la poca comprensión que existe de las implicaciones y límites de las encuestas, también dotadas de un aire científico, como para venir ahora a añadir esta terrible fuente de malos entendidos a nuestras campañas.
Todas estas son razones que explican, me parece, por qué esta barbaridad no se ve en la BBC, ni en CNN, pero sí en Telenoticias. Pero sospecho que hay otra razón. Es que estoy seguro que a la BBC ni siquiera se le ocurriría preguntarle a Gordon Brown o a David Cameron si están dispuestos a someterse a este vejamen. La sola pregunta es ofensiva y sería rechazada ad portas. ¿Se imaginan ustedes a Obama o, para no ir tan lejos, a Daniel Oduber o a Oscar Arias, prestándose a este numerito? Resulta que en Inglaterra los políticos tienen una vaga conciencia de su dignidad profesional. No están constantemente pidiéndole perdón a la prensa. ¿Qué sigue después de esto? ¿Qué los hagan saltar por aritos como perros amaestrados? Por eso lo que me parece más grave y ominoso de todo esto es la reacción de los candidatos, de decir que sí a la prueba con una sonrisa. Eso significa que no están dispuestos a levantar un dedo para que la profesión de la política recupere aunque sea una onza de su maltrecha dignidad. Si los candidatos están dispuestos a que los traten públicamente como delincuentes o espías, nuestro sistema político tocó fondo.
Por eso, de verdad, estoy rogando que sea cierto que mi querida Laura --que a lo largo de toda su carrera política se ha comportado con una dignidad a toda prueba-- haya tenido el temple de negarse a participar en este espectáculo del polígrafo. En esa negativa --mezcla de decencia y firmeza-- estaría para mí la demostración más elocuente de por qué debe ser ella la Presidenta y no otra persona. Ojalá.
Saludos,
Kevin Casas.
Cuando los aspirantes a Jefe de Estado de Costa Rica son tratados como rateros en potencia, me temo que ya no hay nada que hacer. Delincuentes o espías, porque tratar de detectar espías es el otro uso que se le da al aparatito. Esta idea peregrina no tiene nada que ver con la transparencia, sino con un afán de humillar a los políticos y de convertir a la campaña en un deleznable circo al que nadie decente y cuerdo va a querer someterse.
El asunto revela mucho sobre la manera en que se percibe a sí misma una parte importante de nuestra prensa, al tiempo que revela sus graves limitaciones. Para empezar, aunque no se den cuenta, es una confesión pública de la lamentable calidad de algunos de nuestros más dilectos periodistas. Porque, en el fondo, lo que quieren es que el aparatito les resuelva su ostensible falta de talento para rascar los argumentos de los candidatos, analizarlos, encontrar contradicciones y llamarlos a cuentas, como lo hace el buen periodismo. ¿Para qué tratar de emular a David Frost, Barbara Walters o a Oriana Falacci si el aparatito puede hacer el trabajo por nosotros? Un botón nos absuelve de la incapacidad, la ignorancia y la superficialidad.
Pero además el asunto revela una comprensión primitiva de la política. Porque este señor que puso a funcionar la maquinita obviamente no entiende que las preguntas que realmente importan en la política, las preguntas que realmente deberían contestar los candidatos, no son susceptibles de respuestas monosilábicas. ¿Cuánta prevención y cuánta coerción requiere nuestra política de seguridad? ¿Debemos invertir más en educación primaria al costo de invertir menos en educación superior, como lo dicta la equidad, o lo contrario, como lo exige la necesidad de innovar? ¿Qué hacemos con nuestra atormentada relación con Nicaragua? ¿Daremos prioridad, puestos a escoger, a la reducción de la pobreza o a la reducción de la desigualdad? La lista es infinita. De esos dilemas, que en muchos casos son complejos dilemas morales, está hecha la política real. Y saberlo no requiere haber leído a Aristóteles, sino simplemente haber visto algún episodio suelto de "The West Wing". Pero aun eso es mucho pedirle a algunos periodistas. Hay una canción de Silvio que pregunta: "Si alguien roba comida y después da la vida, ¿qué hacer?" ¿Cómo se contestará eso con un detector de mentiras al frente?
Eso es así, salvo que utilicemos el polígrafo para hacer simples preguntas de hecho a los candidatos: ¿se robó un vuelto cuando era chiquito? ¿Ha siempre fiel a su esposa? ¿Ha dicho toda la verdad respecto del financiamiento de su campaña? En ese caso, la utilización del polígrafo no es más que la culminación de la más cara y retorcida ambición de una parte de la prensa nacional: la de convertirse en fiscales y jueces de la República. Jueces, eso sí, liberados de toda obligación de respetar el debido proceso.
Esto último me conduce a lo más serio de todo. Me temo que el desconocimiento del público de los límites y precariedades del aparatito (el hecho de que, por ejemplo, en EEUU no se admiten los resultados en un juicio, debido a su baja confiabilidad), abre un espacio para erigir a la prensa en el juez inapelable de la verdad en una campaña. El aura "científica" del ejercicio le da un inmenso poder al periodista, un poder que nadie debe tener. Ya bastantes problemas tenemos con la poca comprensión que existe de las implicaciones y límites de las encuestas, también dotadas de un aire científico, como para venir ahora a añadir esta terrible fuente de malos entendidos a nuestras campañas.
Todas estas son razones que explican, me parece, por qué esta barbaridad no se ve en la BBC, ni en CNN, pero sí en Telenoticias. Pero sospecho que hay otra razón. Es que estoy seguro que a la BBC ni siquiera se le ocurriría preguntarle a Gordon Brown o a David Cameron si están dispuestos a someterse a este vejamen. La sola pregunta es ofensiva y sería rechazada ad portas. ¿Se imaginan ustedes a Obama o, para no ir tan lejos, a Daniel Oduber o a Oscar Arias, prestándose a este numerito? Resulta que en Inglaterra los políticos tienen una vaga conciencia de su dignidad profesional. No están constantemente pidiéndole perdón a la prensa. ¿Qué sigue después de esto? ¿Qué los hagan saltar por aritos como perros amaestrados? Por eso lo que me parece más grave y ominoso de todo esto es la reacción de los candidatos, de decir que sí a la prueba con una sonrisa. Eso significa que no están dispuestos a levantar un dedo para que la profesión de la política recupere aunque sea una onza de su maltrecha dignidad. Si los candidatos están dispuestos a que los traten públicamente como delincuentes o espías, nuestro sistema político tocó fondo.
Por eso, de verdad, estoy rogando que sea cierto que mi querida Laura --que a lo largo de toda su carrera política se ha comportado con una dignidad a toda prueba-- haya tenido el temple de negarse a participar en este espectáculo del polígrafo. En esa negativa --mezcla de decencia y firmeza-- estaría para mí la demostración más elocuente de por qué debe ser ella la Presidenta y no otra persona. Ojalá.
Saludos,
Kevin Casas.