¡Ay, Dios mío! Este caso me dejó bien cachonda, pura vida… Pero qué bronca tener que escribir esto. La muerte del estudiante Ricardo González Rivera, del Liceo Samuel Sáenz Flores en Heredia, ha sacudido al país entero y nos obliga a preguntarnos: ¿qué demonios estamos haciendo con nuestros jóvenes?
La familia de Ricardo, quienes están pasando por momentos durísimos, denuncian que el muchacho sufrió meses de hostigamiento constante por parte de sus compañeros. Parece que recibieron las alertas, hicieron el reporte correspondiente, pero la escuela, según ellos, no movió ni un dedo. Que sí, que tienen “protocolos”, pero parece que estos quedaron varados en algún cajón empolvado, diay.
El Ministerio de Educación Pública (MEP), en un intento de restarle importancia – y eso me da cosita–, confirmó que atendieron 285 casos de bullying durante el 2025. ¡Doscientos ochenta y cinco! Pero sabemos todos que esa cifra es mucho menor a la realidad, porque muchos casos nunca salen a la luz por miedo o vergüenza. Imagínate la torta que está eso, chunches de niños sufriendo en silencio.
La historia de Ricardo es desgarradora. Según allegados, el joven soportó burlas, insultos e incluso agresiones físicas por parte de dos compañeros. Se dice que el ambiente escolar era tan pesado que le afectó gravemente su salud mental. Uno se queda pensando si realmente estamos educando a nuestros hijos en valores y respeto, o si simplemente les estamos enseñando a ser matones.
Y aquí viene lo que me huele a guaracha: la familia asegura que alertó repetidamente al departamento de orientación del colegio, presentando hasta advertencias escritas con nombres y fechas. ¡Pero nada! Ni siquiera una conversación seria con los agresores, ni intervención psicológica, nada de nada. ¿Acaso esperaban a que pasara algo así? ¡Qué sal!
Sus compañeros, indignados por lo sucedido, han organizado protestas en el liceo exigiendo justicia y visibilizando el problema del bullying. Colocaron carteles con mensajes impactantes como “Mi salud mental importa”. Una forma poderosa de decir: “No más silencios, no más sufrimiento”. Esto me recuerda a cuando yo estaba en el colegio y cómo algunas cosas eran pasadas por alto... parece que poco hemos avanzado, brete.
Este caso ha puesto encima de la mesa la necesidad urgente de revisar y fortalecer los protocolos contra el bullying en nuestras escuelas. No basta con tener normas escritas, hay que capacitarlos adecuadamente a maestros y personal administrativo, crear espacios seguros donde los estudiantes puedan hablar libremente y, sobre todo, inculcar valores de empatía y respeto desde temprana edad. El colmo sería que esto quede en un comunicado vacío y no se tomen medidas concretas.
Ahora, lo importante es aprender de esta tragedia y evitar que vuelva a suceder. ¿Ustedes creen que el MEP realmente tomará cartas en el asunto, o este caso quedará sepultado bajo toneladas de burocracia? Dejen sus opiniones abajo, vamos a debatir esto porque afecta a todos nuestros muchachos y muchachas, pura vida.
La familia de Ricardo, quienes están pasando por momentos durísimos, denuncian que el muchacho sufrió meses de hostigamiento constante por parte de sus compañeros. Parece que recibieron las alertas, hicieron el reporte correspondiente, pero la escuela, según ellos, no movió ni un dedo. Que sí, que tienen “protocolos”, pero parece que estos quedaron varados en algún cajón empolvado, diay.
El Ministerio de Educación Pública (MEP), en un intento de restarle importancia – y eso me da cosita–, confirmó que atendieron 285 casos de bullying durante el 2025. ¡Doscientos ochenta y cinco! Pero sabemos todos que esa cifra es mucho menor a la realidad, porque muchos casos nunca salen a la luz por miedo o vergüenza. Imagínate la torta que está eso, chunches de niños sufriendo en silencio.
La historia de Ricardo es desgarradora. Según allegados, el joven soportó burlas, insultos e incluso agresiones físicas por parte de dos compañeros. Se dice que el ambiente escolar era tan pesado que le afectó gravemente su salud mental. Uno se queda pensando si realmente estamos educando a nuestros hijos en valores y respeto, o si simplemente les estamos enseñando a ser matones.
Y aquí viene lo que me huele a guaracha: la familia asegura que alertó repetidamente al departamento de orientación del colegio, presentando hasta advertencias escritas con nombres y fechas. ¡Pero nada! Ni siquiera una conversación seria con los agresores, ni intervención psicológica, nada de nada. ¿Acaso esperaban a que pasara algo así? ¡Qué sal!
Sus compañeros, indignados por lo sucedido, han organizado protestas en el liceo exigiendo justicia y visibilizando el problema del bullying. Colocaron carteles con mensajes impactantes como “Mi salud mental importa”. Una forma poderosa de decir: “No más silencios, no más sufrimiento”. Esto me recuerda a cuando yo estaba en el colegio y cómo algunas cosas eran pasadas por alto... parece que poco hemos avanzado, brete.
Este caso ha puesto encima de la mesa la necesidad urgente de revisar y fortalecer los protocolos contra el bullying en nuestras escuelas. No basta con tener normas escritas, hay que capacitarlos adecuadamente a maestros y personal administrativo, crear espacios seguros donde los estudiantes puedan hablar libremente y, sobre todo, inculcar valores de empatía y respeto desde temprana edad. El colmo sería que esto quede en un comunicado vacío y no se tomen medidas concretas.
Ahora, lo importante es aprender de esta tragedia y evitar que vuelva a suceder. ¿Ustedes creen que el MEP realmente tomará cartas en el asunto, o este caso quedará sepultado bajo toneladas de burocracia? Dejen sus opiniones abajo, vamos a debatir esto porque afecta a todos nuestros muchachos y muchachas, pura vida.