Diay maes, pónganle atención a esta vara, porque es de esas que lo dejan a uno pensando si nos están viendo la cara de tontos en el supermercado. Resulta que el gigante Walmart se acaba de jalar una torta de las grandes. Imagínense la escena: usted, con toda la buena intención de apoyar el producto nacional, agarra una malla de cebollas que grita “¡Hecho en Costa Rica!” en la etiqueta frontal. Pero, como buen tico curioso, le da vuelta y ¡sorpresa! La etiqueta de atrás dice claritico: “Origen: Perú”. ¡Qué despiche! No es un truco de magia, es la situación que destapó la Asociación de Horticultores del Irazú y que ahora tiene a la empresa dando explicaciones.
La denuncia no es un simple berrinche. Un ciudadano se dio cuenta del enredo en el Walmart de San Rafael de Escazú y le puso el ojo a la contradicción. Obviamente, con esa información cruzada, ¿cómo carajos toma uno una decisión de compra? La queja formal llegó hasta la Comisión Nacional del Consumidor del MEIC, y no se quedó ahí. La investigación sacó más trapitos sucios al sol: en ese mismo súper, y en otros como los de La Lima, Curridabat y hasta en Palí del Tejar, la cebolla que venden a granel es un fantasma. No dice de dónde viene, ni su calidad, ni su calibre, pasando por encima del reglamento como si nada. Para rematar, algunas cebollas ya estaban “hjeadas”, o sea, con el bulbo crecido, señal de que llevaban más tiempo guardadas que un secreto de Estado.
Frente al escándalo, la respuesta de Walmart fue casi de manual. Mandaron un comunicado diciendo que, en efecto, “detectamos que existió un error en el etiquetado, limitando a pocas tiendas”. Un “errorcito”, dicen ellos. Pero esta torta de etiquetado no es un hecho aislado, maes. Es la punta del iceberg de un problema mucho más denso que tiene a nuestros agricultores con el agua al cuello. Los productores de cebolla están más que salados: les cuesta ¢420 producir un kilo y lo tienen que vender a ¢200 para poder competir. O sea, están trabajando a pérdida pura y dura mientras las importaciones se disparan de una forma grosera.
Aquí es donde la cosa se pone seria. Según César Gómez, el abogado de la asociación de agricultores, el año pasado las importaciones de cebolla subieron un 400% y este año la vara pinta peor. Él lo dice claro: no están en contra del libre mercado, pero sí de la competencia desleal. Denuncian de todo: subfacturación, contrabando y, como en este caso, un etiquetado engañoso que no deja al consumidor elegir. Al no poder diferenciar una cebolla fresca, que pasó de la finca tica al súper en días, de una que lleva meses viajando desde otro continente, toda la producción nacional se está yendo al traste. El brete de cientos de familias agricultoras depende de que estas reglas se cumplan.
Así que, la próxima vez que vayan al súper, quizás valga la pena jugar al detective por un minuto. Este despiche con las cebollas de Walmart nos recuerda que una simple etiqueta puede ser el campo de batalla para el futuro de nuestra agricultura. No es solo un “error”, es un engaño que nos afecta a todos: al consumidor que no sabe qué compra y al productor nacional que no puede competir en un juego con las reglas torcidas. La pregunta queda en el aire: ¿Ustedes qué piensan, maes? ¿Fue un simple descuido de Walmart o hay una intención de fondo para mover el producto importado a como dé lugar? ¡Cuenten a ver qué opinan de toda esta vara!
La denuncia no es un simple berrinche. Un ciudadano se dio cuenta del enredo en el Walmart de San Rafael de Escazú y le puso el ojo a la contradicción. Obviamente, con esa información cruzada, ¿cómo carajos toma uno una decisión de compra? La queja formal llegó hasta la Comisión Nacional del Consumidor del MEIC, y no se quedó ahí. La investigación sacó más trapitos sucios al sol: en ese mismo súper, y en otros como los de La Lima, Curridabat y hasta en Palí del Tejar, la cebolla que venden a granel es un fantasma. No dice de dónde viene, ni su calidad, ni su calibre, pasando por encima del reglamento como si nada. Para rematar, algunas cebollas ya estaban “hjeadas”, o sea, con el bulbo crecido, señal de que llevaban más tiempo guardadas que un secreto de Estado.
Frente al escándalo, la respuesta de Walmart fue casi de manual. Mandaron un comunicado diciendo que, en efecto, “detectamos que existió un error en el etiquetado, limitando a pocas tiendas”. Un “errorcito”, dicen ellos. Pero esta torta de etiquetado no es un hecho aislado, maes. Es la punta del iceberg de un problema mucho más denso que tiene a nuestros agricultores con el agua al cuello. Los productores de cebolla están más que salados: les cuesta ¢420 producir un kilo y lo tienen que vender a ¢200 para poder competir. O sea, están trabajando a pérdida pura y dura mientras las importaciones se disparan de una forma grosera.
Aquí es donde la cosa se pone seria. Según César Gómez, el abogado de la asociación de agricultores, el año pasado las importaciones de cebolla subieron un 400% y este año la vara pinta peor. Él lo dice claro: no están en contra del libre mercado, pero sí de la competencia desleal. Denuncian de todo: subfacturación, contrabando y, como en este caso, un etiquetado engañoso que no deja al consumidor elegir. Al no poder diferenciar una cebolla fresca, que pasó de la finca tica al súper en días, de una que lleva meses viajando desde otro continente, toda la producción nacional se está yendo al traste. El brete de cientos de familias agricultoras depende de que estas reglas se cumplan.
Así que, la próxima vez que vayan al súper, quizás valga la pena jugar al detective por un minuto. Este despiche con las cebollas de Walmart nos recuerda que una simple etiqueta puede ser el campo de batalla para el futuro de nuestra agricultura. No es solo un “error”, es un engaño que nos afecta a todos: al consumidor que no sabe qué compra y al productor nacional que no puede competir en un juego con las reglas torcidas. La pregunta queda en el aire: ¿Ustedes qué piensan, maes? ¿Fue un simple descuido de Walmart o hay una intención de fondo para mover el producto importado a como dé lugar? ¡Cuenten a ver qué opinan de toda esta vara!