¡Ay, Dios mío! Ya estamos casi en diciembre y seguimos discutiendo lo mismo en San José: presupuestos que parecen laberintos, decretos que tardan una eternidad y políticas que se quedan en papel. Mientras tanto, en cantones como Guácimo, Upala o Corredores, la realidad es bien distinta, una mezcla agridulce de esperanza y frustración que te revuelve el alma.
La cosa es clara: las comunidades alejadas del Gran Área Metropolitana (GAM) se sienten olvidadas, como si fueran planetas distintos. El AyA no logra llevar agua potable de calidad, el MOPT parece haber perdido la brújula cuando se trata de mantener nuestras carreteras decentes y la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), bueno, los EBAIS están colapsados, tratando de atender a todos con recursos justos justitos. Instituciones como el IFAM, el INDER o DINADECO, cada una haciendo su propio parche, como si estuviéramos en diferentes mundos.
Y no me vengan con cuentos de que “el progreso viene en camino”, porque ya nos perdimos la parada. Hechos son hechos: los caminos de lastre en la costa Pacífica se tornan ríos durante la temporada lluviosa, los acueductos son reliquias del pasado, los puentes crujen amenazantes y los parques comunitarios se han convertido en terrenos baldíos llenos de maleza. Es una sensación de abandono que pesa como una tonelada, una rabia contenida que explota en cada llamada desesperada a nuestros representantes.
Por eso, mi propuesta va más allá de promesas vacías. Propongo gobernar con otra mentalidad, desde los territorios, desde donde late el corazón verdadero de Costa Rica. Dejar de lado la costumbre de tomar decisiones en oficinas lujosas y salir a conocer la realidad que vive la gente día a día. Gobernando así, desde el barro, entendiendo las necesidades reales y trabajando codo a codo con las municipalidades, que son la base fundamental de nuestro sistema democrático.
No es cuestión de competir, sino de colaborar. Imaginen un escenario donde el MOPT, el AyA, el MIVAH, la CCSS, el IFAM, el INDER y el DINADECO trabajaran como un equipo sincronizado, enfocándose en solucionar los problemas desde la raíz, en lugar de levantar diagnósticos que se guardan en cajones. Una transformación territorial integral, donde cada institución ponga su granito de arena para el bienestar común.
Y esto implica un cambio radical en la cultura institucional. Pasar de un Estado reactivo, que espera a que la gente le suplique soluciones, a un Estado proactivo, que se anticipa a las necesidades, que identifica prioridades y que acompaña a las comunidades en cada etapa de un proyecto. Un cambio que impactará en la vida de millones de costarricenses, especialmente aquellos que se sienten marginados y olvidados.
Esto no se trata solamente de construir carreteras nuevas o destinar fondos a programas sociales. Se trata de devolver la dignidad a los gobiernos locales, de fortalecer el tejido social y de crear un sentimiento de pertenencia a un proyecto nacional inclusivo. Porque el desarrollo no es una promesa electoral, es una construcción colectiva, un esfuerzo conjunto que requiere compromiso, transparencia y participación ciudadana.
Al final, lo que está en juego es mucho más grande que un simple cambio de gobierno. Es la posibilidad de que cada comunidad de Costa Rica se sienta orgullosa de su identidad, conectada con su país y protagonista de su propio futuro. Que dejemos de ver el territorio desde un helicóptero y empecemos a construirlo con la gente, paso a paso. ¿Ustedes creen que es posible transformar la mentalidad de las instituciones y lograr una descentralización efectiva que realmente beneficie a todos los costarricenses, o seguiremos siendo un país dividido entre el GAM y el resto?
La cosa es clara: las comunidades alejadas del Gran Área Metropolitana (GAM) se sienten olvidadas, como si fueran planetas distintos. El AyA no logra llevar agua potable de calidad, el MOPT parece haber perdido la brújula cuando se trata de mantener nuestras carreteras decentes y la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), bueno, los EBAIS están colapsados, tratando de atender a todos con recursos justos justitos. Instituciones como el IFAM, el INDER o DINADECO, cada una haciendo su propio parche, como si estuviéramos en diferentes mundos.
Y no me vengan con cuentos de que “el progreso viene en camino”, porque ya nos perdimos la parada. Hechos son hechos: los caminos de lastre en la costa Pacífica se tornan ríos durante la temporada lluviosa, los acueductos son reliquias del pasado, los puentes crujen amenazantes y los parques comunitarios se han convertido en terrenos baldíos llenos de maleza. Es una sensación de abandono que pesa como una tonelada, una rabia contenida que explota en cada llamada desesperada a nuestros representantes.
Por eso, mi propuesta va más allá de promesas vacías. Propongo gobernar con otra mentalidad, desde los territorios, desde donde late el corazón verdadero de Costa Rica. Dejar de lado la costumbre de tomar decisiones en oficinas lujosas y salir a conocer la realidad que vive la gente día a día. Gobernando así, desde el barro, entendiendo las necesidades reales y trabajando codo a codo con las municipalidades, que son la base fundamental de nuestro sistema democrático.
No es cuestión de competir, sino de colaborar. Imaginen un escenario donde el MOPT, el AyA, el MIVAH, la CCSS, el IFAM, el INDER y el DINADECO trabajaran como un equipo sincronizado, enfocándose en solucionar los problemas desde la raíz, en lugar de levantar diagnósticos que se guardan en cajones. Una transformación territorial integral, donde cada institución ponga su granito de arena para el bienestar común.
Y esto implica un cambio radical en la cultura institucional. Pasar de un Estado reactivo, que espera a que la gente le suplique soluciones, a un Estado proactivo, que se anticipa a las necesidades, que identifica prioridades y que acompaña a las comunidades en cada etapa de un proyecto. Un cambio que impactará en la vida de millones de costarricenses, especialmente aquellos que se sienten marginados y olvidados.
Esto no se trata solamente de construir carreteras nuevas o destinar fondos a programas sociales. Se trata de devolver la dignidad a los gobiernos locales, de fortalecer el tejido social y de crear un sentimiento de pertenencia a un proyecto nacional inclusivo. Porque el desarrollo no es una promesa electoral, es una construcción colectiva, un esfuerzo conjunto que requiere compromiso, transparencia y participación ciudadana.
Al final, lo que está en juego es mucho más grande que un simple cambio de gobierno. Es la posibilidad de que cada comunidad de Costa Rica se sienta orgullosa de su identidad, conectada con su país y protagonista de su propio futuro. Que dejemos de ver el territorio desde un helicóptero y empecemos a construirlo con la gente, paso a paso. ¿Ustedes creen que es posible transformar la mentalidad de las instituciones y lograr una descentralización efectiva que realmente beneficie a todos los costarricenses, o seguiremos siendo un país dividido entre el GAM y el resto?