¡Ay, Dios mío! Esto sí que es novela, mi gente. Resulta que nuestros queridos amigos tras las rejas no se quedan quietos ni un segundo, sino que siguen maquinando cosas turbias desde la pila. Las últimas revelaciones del señor Michael Soto, director del OIJ, nos dejaron boquiabiertos: parece que los reos están usando hasta métodos dignos de espías internacionales para seguir dirigiendo sus negocios ilícitos.
Al parecer, las cárceles ya no son suficientes para contener a estos cabecillas de banda. No basta con meterlos adentro; ellos encuentran la forma de mantenerse conectados con el mundo exterior y seguir dando órdenes. Ya saben, esas ordencitas de “muevan eso”, “silencien a alguien” o “preparen el terreno”. La cosa es que, aunque estén encerrados, siguen siendo los jefes, mandando desde la celda.
Y ahora viene lo más loco: las llamadas tripartitas. Sí, así como lo leyeron. Un mae desde la cárcel llama a un familiar, este llama a otro, y así van creando una cadena comunicacional para evadir los controles. ¡Una telechea bien elaborada! Según Soto, esto es porque muchos privados de libertad tienen derecho a hacer llamadas telefónicas, lo que facilita mucho este juego sucio. Uno se queda pensando cómo se les ocurre a esos pillos… ¡diay!
Lo más preocupante es que, a pesar de los esfuerzos del Ministerio de Justicia y Paz para evitar la entrada de celulares a las cárceles – y vaya que decomisan unos cuantos, ¡más de siete diarios!, según los datos–, los dispositivos siguen llegando a las manos equivocadas. Imagínense la cantidad de mensajes, llamadas y coordinaciones que pueden estar haciendo con esa facilidad. Da escalofríos pensar qué tan fácil es para un mae preso planear una jugada desde su propia cama.
El ministro Mario Zamora tampoco andaba precisamente celebrando la situación. Reconoció, con toda la razón del mundo, que atrapar a los cabecillas de estas bandas no significa que la criminalidad desaparezca mágicamente. Por el contrario, parece que los grupos continúan operando, nombrando nuevos líderes y adaptándose a las circunstancias. Como diríamos acá en Costa Rica, “la vida sigue, aunque falten unas piezas clave”.
Un criminólogo como Jorge Ulloa puso la cereza del pastel advirtiendo que, a pesar de la detención de estos cabecillas, las autoridades penitenciarias enfrentan un desafío constante para contenerlos. Efectivamente, resulta paradójico que hombres peligrosos, acusados de crímenes graves, tengan tanta facilidad para comunicarse y seguir generando violencia desde el interior de las cárceles. ¡Qué panorama más complicado!
Las cifras de Justicia y Paz pintan un cuadro bastante sombrío. Desde mayo de 2022, se han interceptado más de 2,000 intentos de ingresar artículos prohibidos a las cárceles, y se realizan alrededor de 13 intervenciones diarias para buscar estos objetos. Sumado a eso, los constantes decomisos de teléfonos celulares – un promedio de siete al día – confirman que la lucha contra la delincuencia organizada dentro de las prisiones es una batalla cuesta arriba.
En fin, la situación es complicada y plantea interrogantes serios sobre la efectividad de nuestro sistema penitenciario. ¿Cómo podemos realmente cortar la comunicación entre los reos y el mundo exterior, evitando que sigan dando órdenes y perpetrando delitos desde la cárcel? ¿Será que necesitamos endurecer las medidas de seguridad, implementar tecnologías más avanzadas o replantearnos por completo el modelo de rehabilitación y reinserción social?
Al parecer, las cárceles ya no son suficientes para contener a estos cabecillas de banda. No basta con meterlos adentro; ellos encuentran la forma de mantenerse conectados con el mundo exterior y seguir dando órdenes. Ya saben, esas ordencitas de “muevan eso”, “silencien a alguien” o “preparen el terreno”. La cosa es que, aunque estén encerrados, siguen siendo los jefes, mandando desde la celda.
Y ahora viene lo más loco: las llamadas tripartitas. Sí, así como lo leyeron. Un mae desde la cárcel llama a un familiar, este llama a otro, y así van creando una cadena comunicacional para evadir los controles. ¡Una telechea bien elaborada! Según Soto, esto es porque muchos privados de libertad tienen derecho a hacer llamadas telefónicas, lo que facilita mucho este juego sucio. Uno se queda pensando cómo se les ocurre a esos pillos… ¡diay!
Lo más preocupante es que, a pesar de los esfuerzos del Ministerio de Justicia y Paz para evitar la entrada de celulares a las cárceles – y vaya que decomisan unos cuantos, ¡más de siete diarios!, según los datos–, los dispositivos siguen llegando a las manos equivocadas. Imagínense la cantidad de mensajes, llamadas y coordinaciones que pueden estar haciendo con esa facilidad. Da escalofríos pensar qué tan fácil es para un mae preso planear una jugada desde su propia cama.
El ministro Mario Zamora tampoco andaba precisamente celebrando la situación. Reconoció, con toda la razón del mundo, que atrapar a los cabecillas de estas bandas no significa que la criminalidad desaparezca mágicamente. Por el contrario, parece que los grupos continúan operando, nombrando nuevos líderes y adaptándose a las circunstancias. Como diríamos acá en Costa Rica, “la vida sigue, aunque falten unas piezas clave”.
Un criminólogo como Jorge Ulloa puso la cereza del pastel advirtiendo que, a pesar de la detención de estos cabecillas, las autoridades penitenciarias enfrentan un desafío constante para contenerlos. Efectivamente, resulta paradójico que hombres peligrosos, acusados de crímenes graves, tengan tanta facilidad para comunicarse y seguir generando violencia desde el interior de las cárceles. ¡Qué panorama más complicado!
Las cifras de Justicia y Paz pintan un cuadro bastante sombrío. Desde mayo de 2022, se han interceptado más de 2,000 intentos de ingresar artículos prohibidos a las cárceles, y se realizan alrededor de 13 intervenciones diarias para buscar estos objetos. Sumado a eso, los constantes decomisos de teléfonos celulares – un promedio de siete al día – confirman que la lucha contra la delincuencia organizada dentro de las prisiones es una batalla cuesta arriba.
En fin, la situación es complicada y plantea interrogantes serios sobre la efectividad de nuestro sistema penitenciario. ¿Cómo podemos realmente cortar la comunicación entre los reos y el mundo exterior, evitando que sigan dando órdenes y perpetrando delitos desde la cárcel? ¿Será que necesitamos endurecer las medidas de seguridad, implementar tecnologías más avanzadas o replantearnos por completo el modelo de rehabilitación y reinserción social?
