¡Ay, dios mío, cambiacos! Quién iba pensando que íbamos a ver el dólar así otra vez, ¿eh? Después de tanto tiempo, parece mentira, pero ahí está, regaladito en ¢495,50. Muchos se están frotando las manos, diciendo '¡qué bacán!', pero ojo, que algunos economistas están sacando humo porque ven venir unas cositas turbias en el futuro cercano.
La cosa es que este bajón del dólar, que ya lleva unos cuantos meses –casi un 30% desde junio de 2022–, nos trae recuerdos de tiempos pasados, cuando el colón estaba muy fuerte. Pero ahora, los expertos de la Universidad Nacional están poniendo pa'lante un concepto que suena medio raro: la ‘enfermedad holandesa’. Suena a gripe exótica, ¿verdad? Pues no, señores, es algo mucho más peligroso para nuestra economía.
Según explican estos académicos, la ‘enfermedad holandesa’ ocurre cuando una moneda se aprecia demasiado rápido y se mantiene así por mucho tiempo. Esto hace que nuestros productos, esos que producimos acá en Costa Rica, sean más caros para otros países, y los extranjeros prefieran comprar cosas más baratas de afuera. Imagínate, como si de repente todos decidieran importar plátanos de Ecuador en lugar de comprarlos a Don Pepe del mercado central. ¡Un desastre pa'l productor tico!
Es decir, que si esto sigue así, las industrias nacionales que tienen que competir con productos importados podrían empezar a tener problemas gordos. Las fábricas podrían cerrar, la gente perder trabajos… ¡qué vara! Porque claro, si todo el mundo compra barato de afuera, ¿quién va a comprar lo que hacemos nosotros? La competencia es dura, máxime cuando el dólar está regalado.
Ahora bien, muchos se preguntan: si el dólar está tan barato, ¿por qué los precios de las cosas no bajan? Ahí entra otro economista de la U, Fernando Rodríguez, quien explica que todavía no hemos visto el efecto completo de este cambio. Dice que tardará un poco en verse reflejado en los precios de las tiendas, pero advierte que si el dólar se queda así por mucho tiempo, sí vamos a sentir las consecuencias, y no precisamente de las buenas.
Y no solo afecta a las fábricas, también le pega a los agricultores. Pura papaya, dicen ellos, porque si el dólar está bajo, les cuesta más vender sus productos a otros países. Antes ganaban buen dinero exportando, pero ahora… pues ya saben, menos plata en el bolsillo. Que luego salen los políticos a prometer milagros, pero la realidad es que el campo es duro, y más aún con estas fluctuaciones del dólar. Un verdadero brete para muchos campesinos.
Lo cierto es que la situación es compleja, y no hay soluciones fáciles. Se necesita un equilibrio, una forma de proteger nuestras industrias y agricultores sin frenar el comercio internacional. Porque aunque un dólar barato pueda sonar atractivo al principio, si termina destruyendo nuestra capacidad productiva, entonces estamos en graves problemas. Hay que estar pendientes, analizar la situación con calma, y buscar alternativas creativas para enfrentar este nuevo escenario económico. No podemos irnos al traste por un dólarcito barato, ¡diay!
Entonces, compas, me pregunto… ¿creen que realmente deberíamos preocuparnos por esta “enfermedad holandesa” o simplemente es un drama exagerado de unos economistas pesimistas? ¿Cómo creen que podríamos proteger a nuestros productores locales sin afectar el acceso a productos más económicos para el consumidor?
La cosa es que este bajón del dólar, que ya lleva unos cuantos meses –casi un 30% desde junio de 2022–, nos trae recuerdos de tiempos pasados, cuando el colón estaba muy fuerte. Pero ahora, los expertos de la Universidad Nacional están poniendo pa'lante un concepto que suena medio raro: la ‘enfermedad holandesa’. Suena a gripe exótica, ¿verdad? Pues no, señores, es algo mucho más peligroso para nuestra economía.
Según explican estos académicos, la ‘enfermedad holandesa’ ocurre cuando una moneda se aprecia demasiado rápido y se mantiene así por mucho tiempo. Esto hace que nuestros productos, esos que producimos acá en Costa Rica, sean más caros para otros países, y los extranjeros prefieran comprar cosas más baratas de afuera. Imagínate, como si de repente todos decidieran importar plátanos de Ecuador en lugar de comprarlos a Don Pepe del mercado central. ¡Un desastre pa'l productor tico!
Es decir, que si esto sigue así, las industrias nacionales que tienen que competir con productos importados podrían empezar a tener problemas gordos. Las fábricas podrían cerrar, la gente perder trabajos… ¡qué vara! Porque claro, si todo el mundo compra barato de afuera, ¿quién va a comprar lo que hacemos nosotros? La competencia es dura, máxime cuando el dólar está regalado.
Ahora bien, muchos se preguntan: si el dólar está tan barato, ¿por qué los precios de las cosas no bajan? Ahí entra otro economista de la U, Fernando Rodríguez, quien explica que todavía no hemos visto el efecto completo de este cambio. Dice que tardará un poco en verse reflejado en los precios de las tiendas, pero advierte que si el dólar se queda así por mucho tiempo, sí vamos a sentir las consecuencias, y no precisamente de las buenas.
Y no solo afecta a las fábricas, también le pega a los agricultores. Pura papaya, dicen ellos, porque si el dólar está bajo, les cuesta más vender sus productos a otros países. Antes ganaban buen dinero exportando, pero ahora… pues ya saben, menos plata en el bolsillo. Que luego salen los políticos a prometer milagros, pero la realidad es que el campo es duro, y más aún con estas fluctuaciones del dólar. Un verdadero brete para muchos campesinos.
Lo cierto es que la situación es compleja, y no hay soluciones fáciles. Se necesita un equilibrio, una forma de proteger nuestras industrias y agricultores sin frenar el comercio internacional. Porque aunque un dólar barato pueda sonar atractivo al principio, si termina destruyendo nuestra capacidad productiva, entonces estamos en graves problemas. Hay que estar pendientes, analizar la situación con calma, y buscar alternativas creativas para enfrentar este nuevo escenario económico. No podemos irnos al traste por un dólarcito barato, ¡diay!
Entonces, compas, me pregunto… ¿creen que realmente deberíamos preocuparnos por esta “enfermedad holandesa” o simplemente es un drama exagerado de unos economistas pesimistas? ¿Cómo creen que podríamos proteger a nuestros productores locales sin afectar el acceso a productos más económicos para el consumidor?
