Maes, una pregunta seria, de compas: ¿ustedes saben, a ciencia cierta, cuántas líneas de teléfono están activas con su número de cédula en este preciso instante? Seguramente la mayoría va a decir “diay, la mía y ya”. Pues, pónganle atención a esta vara, porque la torta que se jalaron con una vecina de Coronado nos debería poner a todos a sudar frío.
Imagínense el cuadro. Una señora de apellido Valenciano va muy tranquila a una sucursal de Kölbi a hacer un trámite de lo más normal: pasar su línea de prepago a pospago. Una gestión que no debería durar ni diez minutos. Pero en lugar de salir con su plan nuevo, salió con la noticia de que, sin comerlo ni beberlo, tenía 16 líneas prepago adicionales a su nombre. ¡Dieciséis! Y para rematar el mal chiste, días después, al volver para asegurarse de que el despiche estuviera resuelto, le informaron que le habían activado otras dos. En total, 18 chips fantasmas por ahí, haciendo quién sabe qué, con su identidad.
Lo que de verdad saca de quicio no es solo el fraude en sí, sino la “solución” que nos ofrecen las autoridades. La Sutel, muy campante, dice que claro, usted tiene todo el derecho de saber qué servicios están a su nombre. ¿El truco? Tiene que levantarse, pedir permiso en el brete, y empezar un peregrinaje por cada una de las sucursales de todas las operadoras del país. O sea, en pleno 2024, mientras los maes del crimen organizado activan chunches con un par de clics, el ciudadano de a pie tiene que ir de ventanilla en ventanilla, como si estuviéramos en los noventas, para rogar que le digan si le están haciendo una jugada. ¡Qué sal!
Mientras tanto, la respuesta del ICE es de antología. Cuando los medios los cuestionan, mandan un comunicado que parece escrito por un robot, hablando de sus “estrictos controles de verificación” y “medidas técnicas avanzadas”. ¡Por favor! Tan estrictos que a una sola persona le ensartaron 18 líneas y el sistema ni se inmutó. La realidad es que esta vara no es nueva. El mismo OIJ lleva años diciendo que la facilidad para sacar un chip en este país es una fiesta para los delincuentes, que usan estas líneas para todo, desde estafas hasta coordinar crímenes más serios. El sistema, así como está, no es que tenga un hueco; es un colador.
Al final, el caso de doña Valenciano no es solo una historia de mala suerte. Es el síntoma de un problema gigantesco de seguridad y burocracia que nos afecta a todos. Nuestros datos andan por ahí, y las instituciones que deberían protegerlos parecen estar más preocupadas por las apariencias que por tapar los huecos por donde se les cuelan los goles. Este asunto se fue al traste hace rato y, como siempre, nos toca a nosotros andar con cuatro ojos para no terminar enredados en un problema ajeno. Y ahora la pregunta del millón queda en el aire para todos nosotros en el foro: ¿les ha pasado algo remotamente parecido? ¿Creen que ya es hora de exigir un sistema unificado y en línea para que uno pueda revisar esta información con la misma facilidad con la que otros abusan de ella?
Imagínense el cuadro. Una señora de apellido Valenciano va muy tranquila a una sucursal de Kölbi a hacer un trámite de lo más normal: pasar su línea de prepago a pospago. Una gestión que no debería durar ni diez minutos. Pero en lugar de salir con su plan nuevo, salió con la noticia de que, sin comerlo ni beberlo, tenía 16 líneas prepago adicionales a su nombre. ¡Dieciséis! Y para rematar el mal chiste, días después, al volver para asegurarse de que el despiche estuviera resuelto, le informaron que le habían activado otras dos. En total, 18 chips fantasmas por ahí, haciendo quién sabe qué, con su identidad.
Lo que de verdad saca de quicio no es solo el fraude en sí, sino la “solución” que nos ofrecen las autoridades. La Sutel, muy campante, dice que claro, usted tiene todo el derecho de saber qué servicios están a su nombre. ¿El truco? Tiene que levantarse, pedir permiso en el brete, y empezar un peregrinaje por cada una de las sucursales de todas las operadoras del país. O sea, en pleno 2024, mientras los maes del crimen organizado activan chunches con un par de clics, el ciudadano de a pie tiene que ir de ventanilla en ventanilla, como si estuviéramos en los noventas, para rogar que le digan si le están haciendo una jugada. ¡Qué sal!
Mientras tanto, la respuesta del ICE es de antología. Cuando los medios los cuestionan, mandan un comunicado que parece escrito por un robot, hablando de sus “estrictos controles de verificación” y “medidas técnicas avanzadas”. ¡Por favor! Tan estrictos que a una sola persona le ensartaron 18 líneas y el sistema ni se inmutó. La realidad es que esta vara no es nueva. El mismo OIJ lleva años diciendo que la facilidad para sacar un chip en este país es una fiesta para los delincuentes, que usan estas líneas para todo, desde estafas hasta coordinar crímenes más serios. El sistema, así como está, no es que tenga un hueco; es un colador.
Al final, el caso de doña Valenciano no es solo una historia de mala suerte. Es el síntoma de un problema gigantesco de seguridad y burocracia que nos afecta a todos. Nuestros datos andan por ahí, y las instituciones que deberían protegerlos parecen estar más preocupadas por las apariencias que por tapar los huecos por donde se les cuelan los goles. Este asunto se fue al traste hace rato y, como siempre, nos toca a nosotros andar con cuatro ojos para no terminar enredados en un problema ajeno. Y ahora la pregunta del millón queda en el aire para todos nosotros en el foro: ¿les ha pasado algo remotamente parecido? ¿Creen que ya es hora de exigir un sistema unificado y en línea para que uno pueda revisar esta información con la misma facilidad con la que otros abusan de ella?