Diay, maes, seamos honestos. Si a usted últimamente le parece que el arroz, el aceite, el atún o hasta los chunches que pide por Internet están más caros, no es solo su imaginación. Resulta que una parte importante de la culpa la tiene el filón de barcos que parecen estar parqueados permanentemente esperando entrar a Puerto Caldera. Y parece que a la gente de la Asociación de Industriales Arroceros (ANINSA) ya se le acabó la paciencia y le mandaron un jalón de orejas público y directo al Gobierno: o se ponen las pilas con la modernización del puerto, o la situación se va a poner peor.
La vara es así de sencilla y, al mismo tiempo, es un despiche monumental. Caldera es como la puerta de la refri para Costa Rica; por ahí entra un montón de materia prima que es clave para todo, desde la comida que nos servimos en el plato hasta los materiales para construir una casa. El problema es que esa puerta está medio trabada. Los barcos llegan y tienen que hacer una fila interminable en el mar, quemando combustible y tiempo. Y adivinen quién paga esa espera. Exacto. Nosotros. Cada día de atraso se traduce en millones de dólares que las empresas importadoras tienen que pagar y que, con toda la razón del mundo, nos trasladan a los consumidores en el precio final. ¡Qué sal!
Lo que más molesta, y es el punto central de ANINSA, es que modernizar el puerto no es un lujo ni una ocurrencia. No es como ponerle luces de neón a un chunche viejo para que se vea tuanis. Es una necesidad crítica, de esas que si no se atienden, todo el plan se va al traste. Hablamos de que nuestra capacidad para competir con otros países se cae a pedazos. ¿Cómo vamos a exportar nuestros productos a buen precio si sacarlos del país es un dolor de cabeza carísimo? ¿Cómo vamos a tener precios justos en el súper si traer los ingredientes básicos es una odisea? El país entero está frenado porque el principal puerto del Pacífico parece sacado de otra época.
Por eso, el grito de los arroceros no es solo por ellos. Están poniendo sobre la mesa un problema que nos afecta a todos. La exigencia es clara: déjense de tanto papeleo, de tanta burocracia y adjudiquen de una vez por todas el brete de la modernización. Y que se lo den a la mejor empresa, no a la que ofrezca cualquier cosa con tal de salir del paso. Se necesitan obras de verdad, que agilicen la descarga, que optimicen el espacio y que pongan a Caldera a la altura de lo que un país como Costa Rica necesita para crecer. Este proyecto no puede seguir durmiendo el sueño de los justos en un escritorio.
Como bien lo dijo Eduardo Rojas, el presidente de ANINSA, la eficiencia de un puerto es vital para el desarrollo. Y mae, tiene toda la razón. Una ineficiencia de este calibre no es solo un mal rato, es un impuesto silencioso que pagamos todos. Es un ancla que nos amarra y nos impide avanzar. El compromiso con la seguridad alimentaria y la defensa del bolsillo del tico suena muy bien en discursos, pero se demuestra con acciones concretas. Y ahora mismo, la acción más urgente es arreglar ese desorden en Caldera.
Ahora en serio, ¿ustedes creen que el Gobierno finalmente le va a poner con este tema este año o vamos a seguir pagando el pato por la ineficiencia de siempre? ¿Se nos va a ir el 2024 en puras promesas? Los leo.
La vara es así de sencilla y, al mismo tiempo, es un despiche monumental. Caldera es como la puerta de la refri para Costa Rica; por ahí entra un montón de materia prima que es clave para todo, desde la comida que nos servimos en el plato hasta los materiales para construir una casa. El problema es que esa puerta está medio trabada. Los barcos llegan y tienen que hacer una fila interminable en el mar, quemando combustible y tiempo. Y adivinen quién paga esa espera. Exacto. Nosotros. Cada día de atraso se traduce en millones de dólares que las empresas importadoras tienen que pagar y que, con toda la razón del mundo, nos trasladan a los consumidores en el precio final. ¡Qué sal!
Lo que más molesta, y es el punto central de ANINSA, es que modernizar el puerto no es un lujo ni una ocurrencia. No es como ponerle luces de neón a un chunche viejo para que se vea tuanis. Es una necesidad crítica, de esas que si no se atienden, todo el plan se va al traste. Hablamos de que nuestra capacidad para competir con otros países se cae a pedazos. ¿Cómo vamos a exportar nuestros productos a buen precio si sacarlos del país es un dolor de cabeza carísimo? ¿Cómo vamos a tener precios justos en el súper si traer los ingredientes básicos es una odisea? El país entero está frenado porque el principal puerto del Pacífico parece sacado de otra época.
Por eso, el grito de los arroceros no es solo por ellos. Están poniendo sobre la mesa un problema que nos afecta a todos. La exigencia es clara: déjense de tanto papeleo, de tanta burocracia y adjudiquen de una vez por todas el brete de la modernización. Y que se lo den a la mejor empresa, no a la que ofrezca cualquier cosa con tal de salir del paso. Se necesitan obras de verdad, que agilicen la descarga, que optimicen el espacio y que pongan a Caldera a la altura de lo que un país como Costa Rica necesita para crecer. Este proyecto no puede seguir durmiendo el sueño de los justos en un escritorio.
Como bien lo dijo Eduardo Rojas, el presidente de ANINSA, la eficiencia de un puerto es vital para el desarrollo. Y mae, tiene toda la razón. Una ineficiencia de este calibre no es solo un mal rato, es un impuesto silencioso que pagamos todos. Es un ancla que nos amarra y nos impide avanzar. El compromiso con la seguridad alimentaria y la defensa del bolsillo del tico suena muy bien en discursos, pero se demuestra con acciones concretas. Y ahora mismo, la acción más urgente es arreglar ese desorden en Caldera.
Ahora en serio, ¿ustedes creen que el Gobierno finalmente le va a poner con este tema este año o vamos a seguir pagando el pato por la ineficiencia de siempre? ¿Se nos va a ir el 2024 en puras promesas? Los leo.