Maes, ¿vieron el despiche que se armó en la Municipalidad de Heredia? Si pensaban que la política local era aburrida, déjenme decirles que a veces se pone buena. Resulta que la vara con el nombre de Óscar Arias en el Palacio de los Deportes, esa que lleva años cocinándose a fuego lento, por fin explotó. Y como en toda buena novela tica, el final fue polémico. Después de un montón de bulla, informes y discusiones, el Concejo Municipal le bajó el pulgar a la idea de quitar el nombre del expresidente del edificio. Así como lo oyen: por un ajustadísimo 5 a 4, el rótulo de “Óscar Arias Sánchez, Premio Nobel de la Paz” se queda ahí, atornillado a la fachada y, de paso, a una ilegalidad que ya tiene más de 30 años.
La cosa estuvo que ardía. Por un lado, tenías a la gente del Frente Amplio, Sentir Heredia, Progreso Social y una regidora del PUSC empujando para que se corrigiera lo que, a todas luces, fue una torta desde el inicio. Del otro lado, la bancada del PLN en pleno, apoyada por dos del PUSC, cerró filas y dijo “¡qué va!, aquí no se toca nada”. ¿El argumento de los liberacionistas para defender el nombre de su figura histórica? Diay, que esa es una decisión que le toca a la Alcaldía —convenientemente en manos de su partido— y, para rematar, la regidora Heidy Hernández sacó la excusa de última hora de que no había un estudio de cuánto costaría quitar las benditas letras. Como si quitar un rótulo fuera a dejar a la Muni en la quiebra.
Pero para entender este enredo hay que irse para atrás, a cuando empezó todo el brete de investigación. El regidor del Frente Amplio, José Daniel Berrocal, no se quedó quieto y se puso a escarbar. La vara es que la confusión entre los mismos heredianos era el pan de cada día: unos le decían Palacio de los Deportes a secas y otros con el nombre completo. Berrocal se fue a la Ley de Nomenclatura, y ¡sorpresa! (bueno, no tanta), la ley es clarísima. Para ponerle el nombre de una persona a un edificio público se ocupan dos chunches: que la persona esté fallecida y que hayan pasado al menos cinco años de su muerte. Diay, don Óscar Arias, por suerte, está vivito y coleando. O sea, desde el principio se jalaron una torta monumental.
Y aquí es donde el arroz se puso con mango. La Comisión de Asuntos Culturales, para no batear, pidió los papeles al Archivo Nacional. ¿Y qué encontraron? El acta de 1988 donde la Comisión Nacional de Nomenclatura de AQUELLA ÉPOCA le dijo a la Asociación de Juegos Deportivos que nanai, que el nombre no se podía poner porque Arias estaba vivo. O sea, maes, no es un tecnicismo de ahora; es una ilegalidad documentada desde el día uno. A alguien en los ochentas le valió un pepino la resolución y de igual forma mandó a poner las letras. Como dijo Berrocal en la sesión, “el error no genera derecho, la costumbre tampoco”. Una frase que, parece, a cinco regidores les entró por un oído y les salió por el otro.
Al final, lo más irónico de todo este chunche es lo que señaló la asesora legal del Concejo: es paradójico que el nombre de un Premio Nobel de la Paz sea el detonante de un conflicto que de pacífico no tiene nada. El intento por poner la casa en orden se fue al traste y la ilegalidad se mantiene por la fuerza de los votos. Ahora el Palacio de los Deportes sigue con un nombre que legalmente no debería tener, todo por una decisión política que parece más un acto de lealtad partidaria que de respeto a la ley. Entonces, maes, les pregunto a ustedes, ¿qué opinan? ¿Se tenía que quitar el nombre sí o sí por un asunto de legalidad pura y dura, aunque lleve ahí toda la vida? ¿O hicieron bien los regidores en dejar la vara como está para no “generar conflicto”? El debate está abierto.
La cosa estuvo que ardía. Por un lado, tenías a la gente del Frente Amplio, Sentir Heredia, Progreso Social y una regidora del PUSC empujando para que se corrigiera lo que, a todas luces, fue una torta desde el inicio. Del otro lado, la bancada del PLN en pleno, apoyada por dos del PUSC, cerró filas y dijo “¡qué va!, aquí no se toca nada”. ¿El argumento de los liberacionistas para defender el nombre de su figura histórica? Diay, que esa es una decisión que le toca a la Alcaldía —convenientemente en manos de su partido— y, para rematar, la regidora Heidy Hernández sacó la excusa de última hora de que no había un estudio de cuánto costaría quitar las benditas letras. Como si quitar un rótulo fuera a dejar a la Muni en la quiebra.
Pero para entender este enredo hay que irse para atrás, a cuando empezó todo el brete de investigación. El regidor del Frente Amplio, José Daniel Berrocal, no se quedó quieto y se puso a escarbar. La vara es que la confusión entre los mismos heredianos era el pan de cada día: unos le decían Palacio de los Deportes a secas y otros con el nombre completo. Berrocal se fue a la Ley de Nomenclatura, y ¡sorpresa! (bueno, no tanta), la ley es clarísima. Para ponerle el nombre de una persona a un edificio público se ocupan dos chunches: que la persona esté fallecida y que hayan pasado al menos cinco años de su muerte. Diay, don Óscar Arias, por suerte, está vivito y coleando. O sea, desde el principio se jalaron una torta monumental.
Y aquí es donde el arroz se puso con mango. La Comisión de Asuntos Culturales, para no batear, pidió los papeles al Archivo Nacional. ¿Y qué encontraron? El acta de 1988 donde la Comisión Nacional de Nomenclatura de AQUELLA ÉPOCA le dijo a la Asociación de Juegos Deportivos que nanai, que el nombre no se podía poner porque Arias estaba vivo. O sea, maes, no es un tecnicismo de ahora; es una ilegalidad documentada desde el día uno. A alguien en los ochentas le valió un pepino la resolución y de igual forma mandó a poner las letras. Como dijo Berrocal en la sesión, “el error no genera derecho, la costumbre tampoco”. Una frase que, parece, a cinco regidores les entró por un oído y les salió por el otro.
Al final, lo más irónico de todo este chunche es lo que señaló la asesora legal del Concejo: es paradójico que el nombre de un Premio Nobel de la Paz sea el detonante de un conflicto que de pacífico no tiene nada. El intento por poner la casa en orden se fue al traste y la ilegalidad se mantiene por la fuerza de los votos. Ahora el Palacio de los Deportes sigue con un nombre que legalmente no debería tener, todo por una decisión política que parece más un acto de lealtad partidaria que de respeto a la ley. Entonces, maes, les pregunto a ustedes, ¿qué opinan? ¿Se tenía que quitar el nombre sí o sí por un asunto de legalidad pura y dura, aunque lleve ahí toda la vida? ¿O hicieron bien los regidores en dejar la vara como está para no “generar conflicto”? El debate está abierto.