¡Ay, Dios mío! Parece que la bronca con la inversión extranjera directa (IED) no cesa, ¿eh? Todo el mundo hablando de que nuestro modelo está hecho polvo, de que nos estamos quedando atrás. Sandro Zolezzi y Rodrigo Cubero, esos viejos lobos del bicho económico, dicen que necesitamos un cambio radical, pa’ que no terminemos comiéndonos el polvo de otros países. La verdad, viendo cómo Intel y Qorvo se van pa’ Asia, uno se queda pensando... ¿qué le pasa a nuestra querida Costa Rica?
Y no es solo eso, mi pana. Los anuncios de nuevos proyectos están más escasos que billete de cien en Navidad, y las empresas que ya están acá, pues más bien se dedican a meterle mano a lo que tienen. Como dice Zolezzi, seguimos cantándole a la misma canción de siempre, con las mismas métricas, los mismos incentivos… ¡y el mundo ya se fue pa’ otro lado! Es como ir al baile con un disco de Pérez Prado cuando todos están bailando reggaetón.
Pa’ colmo, tenemos a Trump respirándonos en la nuca, amenazando con aranceles y gravámenes. ¡Una verdadera pesadilla! Claro, la economía mundial tampoco anda regalada: China contra Estados Unidos, empresas moviéndose de un lado a otro, Europa con sus ofertas jugosas… La competencia es feroz, y nosotros andamos ahí, con la chancla, tratando de vender hielo en el Desierto del Sahara. Ya no se trata de competir entre países, sino entre estrategias, y eso nos deja bastante rezagados, chunches.
Lo que más me preocupa es que nos hemos aferrado a este espejismo de récords de IED millonarios, pero ¿realmente significan algo? Muchos de esos ceros que vemos en los informes son solo reinversiones de empresas que ya estaban acá, no proyectos nuevos que traigan progreso real. Medir el éxito solo por el monto en dólares es como juzgar un pastel solo por su tamaño… ¡olvidándose del sabor! Tenemos que empezar a preguntar qué tipo de empleos generan, qué tecnología transfieren, qué conexiones crean con las empresas locales y, sobre todo, qué impacto tienen en nuestra productividad. Diay, parece que nos hemos olvidado de lo básico.
Y ojo, porque el famoso régimen de zonas francas, que alguna vez fue nuestro orgullo, podría estar convirtiéndose en un lastre. Por supuesto, cumplió un papel importantísimo en el pasado, nos puso en el mapa. Pero ahora, con un mundo que busca cosas diferentes –ecosistemas inteligentes, talento digital, energía verde–, depender solo de incentivos fiscales es como intentar apagar un incendio con agua de coco. Necesitamos reinventarnos, crear un atractivo que vaya más allá de los descuentos en impuestos.
Ahora, hablando claro, Cubero tiene razón: necesitamos mantener un diálogo constante con Estados Unidos para proteger nuestros intereses, pero también abrirnos a nuevos mercados en Europa, Asia y Latinoamérica. Diversificar es clave, mi pana. No podemos seguir poniendo todos los huevos en la misma cesta. Y, por supuesto, hay que enfocarnos en mejorar nuestra competitividad interna: bajar las cargas patronales, reducir las tarifas eléctricas, invertir en infraestructura y, lo más importante, ¡educación! Necesitamos formar profesionales que estén preparados para los desafíos del siglo XXI, gente que hable varios idiomas y tenga las habilidades necesarias para innovar.
Zolezzi, con toda la razón del mundo, propone cambiar nuestras métricas. Que dejemos de celebrar los montos en dólares y empecemos a valorar el impacto real de la inversión. Productividad, encadenamientos locales, creación de capital humano avanzado, innovación… Ahí está la clave, pura verdura. Porque al final del día, lo que importa es construir una economía sólida y sostenible, que genere oportunidades para todos los costarricenses, no solo para unos cuantos inversionistas extranjeros. De paso, tendríamos que revisar cómo está estructurado el ecosistema de promoción de inversiones, porque parece que se han quedado atrapados en el pasado, viviendo de recuerdos y estadísticas obsoletas.
En fin, la situación es complicada, pero no desesperada. Hay que reconocer que Costa Rica hizo mucho bien en el pasado, pero ahora es momento de adaptarse, de evolucionar. El mundo cambió, y nosotros tenemos que cambiar con él. Entonces, les pregunto a ustedes, compañeros del Foro: ¿cree usted que Costa Rica puede modernizar su modelo de atracción de inversión extranjera para asegurar un crecimiento sostenido y equitativo, o ya es tarde y debemos buscar alternativas radicales?
Y no es solo eso, mi pana. Los anuncios de nuevos proyectos están más escasos que billete de cien en Navidad, y las empresas que ya están acá, pues más bien se dedican a meterle mano a lo que tienen. Como dice Zolezzi, seguimos cantándole a la misma canción de siempre, con las mismas métricas, los mismos incentivos… ¡y el mundo ya se fue pa’ otro lado! Es como ir al baile con un disco de Pérez Prado cuando todos están bailando reggaetón.
Pa’ colmo, tenemos a Trump respirándonos en la nuca, amenazando con aranceles y gravámenes. ¡Una verdadera pesadilla! Claro, la economía mundial tampoco anda regalada: China contra Estados Unidos, empresas moviéndose de un lado a otro, Europa con sus ofertas jugosas… La competencia es feroz, y nosotros andamos ahí, con la chancla, tratando de vender hielo en el Desierto del Sahara. Ya no se trata de competir entre países, sino entre estrategias, y eso nos deja bastante rezagados, chunches.
Lo que más me preocupa es que nos hemos aferrado a este espejismo de récords de IED millonarios, pero ¿realmente significan algo? Muchos de esos ceros que vemos en los informes son solo reinversiones de empresas que ya estaban acá, no proyectos nuevos que traigan progreso real. Medir el éxito solo por el monto en dólares es como juzgar un pastel solo por su tamaño… ¡olvidándose del sabor! Tenemos que empezar a preguntar qué tipo de empleos generan, qué tecnología transfieren, qué conexiones crean con las empresas locales y, sobre todo, qué impacto tienen en nuestra productividad. Diay, parece que nos hemos olvidado de lo básico.
Y ojo, porque el famoso régimen de zonas francas, que alguna vez fue nuestro orgullo, podría estar convirtiéndose en un lastre. Por supuesto, cumplió un papel importantísimo en el pasado, nos puso en el mapa. Pero ahora, con un mundo que busca cosas diferentes –ecosistemas inteligentes, talento digital, energía verde–, depender solo de incentivos fiscales es como intentar apagar un incendio con agua de coco. Necesitamos reinventarnos, crear un atractivo que vaya más allá de los descuentos en impuestos.
Ahora, hablando claro, Cubero tiene razón: necesitamos mantener un diálogo constante con Estados Unidos para proteger nuestros intereses, pero también abrirnos a nuevos mercados en Europa, Asia y Latinoamérica. Diversificar es clave, mi pana. No podemos seguir poniendo todos los huevos en la misma cesta. Y, por supuesto, hay que enfocarnos en mejorar nuestra competitividad interna: bajar las cargas patronales, reducir las tarifas eléctricas, invertir en infraestructura y, lo más importante, ¡educación! Necesitamos formar profesionales que estén preparados para los desafíos del siglo XXI, gente que hable varios idiomas y tenga las habilidades necesarias para innovar.
Zolezzi, con toda la razón del mundo, propone cambiar nuestras métricas. Que dejemos de celebrar los montos en dólares y empecemos a valorar el impacto real de la inversión. Productividad, encadenamientos locales, creación de capital humano avanzado, innovación… Ahí está la clave, pura verdura. Porque al final del día, lo que importa es construir una economía sólida y sostenible, que genere oportunidades para todos los costarricenses, no solo para unos cuantos inversionistas extranjeros. De paso, tendríamos que revisar cómo está estructurado el ecosistema de promoción de inversiones, porque parece que se han quedado atrapados en el pasado, viviendo de recuerdos y estadísticas obsoletas.
En fin, la situación es complicada, pero no desesperada. Hay que reconocer que Costa Rica hizo mucho bien en el pasado, pero ahora es momento de adaptarse, de evolucionar. El mundo cambió, y nosotros tenemos que cambiar con él. Entonces, les pregunto a ustedes, compañeros del Foro: ¿cree usted que Costa Rica puede modernizar su modelo de atracción de inversión extranjera para asegurar un crecimiento sostenido y equitativo, o ya es tarde y debemos buscar alternativas radicales?