Mae, a veces la realidad de este país supera cualquier serie de Netflix. Diay, ¿se acuerdan de Celso Gamboa? Claro, cómo no. El exmagistrado, exministro, el hombre que llegó a lo más alto del Poder Judicial y que ahora es el protagonista de un despiche judicial que tiene a todo el mundo con la boca abierta. La última noticia es que Gamboa está quejándose amargamente de que lo tratan como si fuera el capo más buscado del continente, y la verdad, viendo el circo que montan para moverlo, uno podría hasta entenderlo... si no fuera por todo lo que hay detrás.
La vara es que Gamboa, en medio del juicio que enfrenta por supuesto tráfico de influencias (ojo, este es el caso viejo, no la vara de la extradición), pegó el grito al cielo. Dice que el operativo para llevarlo de La Reforma a los Tribunales es “histórico”, y no en el buen sentido. Se queja de que no lo dejan hablar, de que el Tribunal ya está predispuesto en su contra y de que la prensa lo ha pintado como “el narco de narcos”. Básicamente, el mae siente que le están montando un show para joderle la vida y que su derecho a un juicio imparcial ya se fue de paseo.
Y para enredar más la pita, la defensa se sacó una jugada de manual: una recusación contra los tres jueces a cargo. ¿Qué es esa hablada? Simple: están pidiendo que quiten a los jueces porque ya estarían “contaminados”. Resulta que los magistrados admitieron haber leído partes del veredicto del primer juicio (el que se anuló). Según los abogados, eso significa que ya tienen una idea formada y no pueden ser objetivos. Si la jugada les sale bien, todo el juicio podría irse al traste y habría que empezar de cero otra vez. ¡Qué torta sería para el sistema judicial!
Pero bueno, hablemos del elefante en la habitación, o más bien, de “La Bestia” en la calle. El nivel de seguridad que rodea a Gamboa es una cosa de locos. No lo mueven en cualquier “perrera”, ¡qué va! Lo andan en un vehículo blindado de esos que parecen tanques, con un convoy de patrullas, motos y agentes del SERT (el comando élite del OIJ) que parecen sacados de una película de acción. Le ponen chaleco antibalas hasta para ir al baño y cierran el perímetro como si esperaran un ataque. No es cualquier chunche, es un brete de seguridad nivel Pablo Escobar.
Y aquí es donde el reclamo de Gamboa choca con una pared de realidad. ¿Por qué tanto show? Diay, porque mientras aquí lo juzgan por supuestamente ayudar a Johnny Araya en un caso, la DEA de Estados Unidos lo tiene en la mira como un pez gordísimo. Lo señalan como presunto líder regional del Cártel del Golfo, con nexos con el de Sinaloa y el Clan del Golfo en Colombia. La policía judicial maneja información de que podrían intentar rescatarlo para que se fugue o, peor aún, atentar contra su vida. Con ese expediente, ¿quién se la juega a que lo trasladen como a cualquier otro privado de libertad?
Al final, tenemos este arroz con mango: un hombre quejándose de ser tratado como un narco de alto perfil, mientras las autoridades de aquí y de afuera tienen razones de peso para creer que, en efecto, lo es. El juicio por tráfico de influencias parece casi un chiste al lado de las acusaciones que pesan sobre él. Es el reflejo de un país donde las líneas entre la justicia, la política y el crimen organizado a veces se vuelven peligrosamente borrosas.
La pregunta del millón, foreros: ¿Creen que el despliegue de seguridad es una exageración y un show mediático, como alega Gamboa, o es una medida apenas lógica para un mae con las conexiones que le achaca la DEA? ¿Se está haciendo la víctima o de verdad el sistema se está pasando de rosca con él?
La vara es que Gamboa, en medio del juicio que enfrenta por supuesto tráfico de influencias (ojo, este es el caso viejo, no la vara de la extradición), pegó el grito al cielo. Dice que el operativo para llevarlo de La Reforma a los Tribunales es “histórico”, y no en el buen sentido. Se queja de que no lo dejan hablar, de que el Tribunal ya está predispuesto en su contra y de que la prensa lo ha pintado como “el narco de narcos”. Básicamente, el mae siente que le están montando un show para joderle la vida y que su derecho a un juicio imparcial ya se fue de paseo.
Y para enredar más la pita, la defensa se sacó una jugada de manual: una recusación contra los tres jueces a cargo. ¿Qué es esa hablada? Simple: están pidiendo que quiten a los jueces porque ya estarían “contaminados”. Resulta que los magistrados admitieron haber leído partes del veredicto del primer juicio (el que se anuló). Según los abogados, eso significa que ya tienen una idea formada y no pueden ser objetivos. Si la jugada les sale bien, todo el juicio podría irse al traste y habría que empezar de cero otra vez. ¡Qué torta sería para el sistema judicial!
Pero bueno, hablemos del elefante en la habitación, o más bien, de “La Bestia” en la calle. El nivel de seguridad que rodea a Gamboa es una cosa de locos. No lo mueven en cualquier “perrera”, ¡qué va! Lo andan en un vehículo blindado de esos que parecen tanques, con un convoy de patrullas, motos y agentes del SERT (el comando élite del OIJ) que parecen sacados de una película de acción. Le ponen chaleco antibalas hasta para ir al baño y cierran el perímetro como si esperaran un ataque. No es cualquier chunche, es un brete de seguridad nivel Pablo Escobar.
Y aquí es donde el reclamo de Gamboa choca con una pared de realidad. ¿Por qué tanto show? Diay, porque mientras aquí lo juzgan por supuestamente ayudar a Johnny Araya en un caso, la DEA de Estados Unidos lo tiene en la mira como un pez gordísimo. Lo señalan como presunto líder regional del Cártel del Golfo, con nexos con el de Sinaloa y el Clan del Golfo en Colombia. La policía judicial maneja información de que podrían intentar rescatarlo para que se fugue o, peor aún, atentar contra su vida. Con ese expediente, ¿quién se la juega a que lo trasladen como a cualquier otro privado de libertad?
Al final, tenemos este arroz con mango: un hombre quejándose de ser tratado como un narco de alto perfil, mientras las autoridades de aquí y de afuera tienen razones de peso para creer que, en efecto, lo es. El juicio por tráfico de influencias parece casi un chiste al lado de las acusaciones que pesan sobre él. Es el reflejo de un país donde las líneas entre la justicia, la política y el crimen organizado a veces se vuelven peligrosamente borrosas.
La pregunta del millón, foreros: ¿Creen que el despliegue de seguridad es una exageración y un show mediático, como alega Gamboa, o es una medida apenas lógica para un mae con las conexiones que le achaca la DEA? ¿Se está haciendo la víctima o de verdad el sistema se está pasando de rosca con él?