¡Pucha, qué historia nos cayó encima! El diputado Eli Feinzaig, figura clave del Partido Liberal Progresista (PLP), nos cuenta cómo anda tras el aparatoso accidente de tráfico que lo dejó con cuatro costillas rotas y el esternón engrapado. Pero esto no es solo una lista de lesiones, sino un relato lleno de agradecimiento, recuerdos y reflexiones sobre la vida, la amistad y el compromiso con su país. Un verdadero palo, pero parece que Feinzaig lo está tomando con gallardía y mucha fe.
Como recordaremos, el lamentable incidente ocurrió hace unas semanas, dejando además la pérdida irreparable de su colaboradora, Ericka Benavides, una mujer muy querida en el ámbito político y social. Feinzaig, con la sensibilidad que lo caracteriza, dedica las primeras líneas de su mensaje a honrar la memoria de Ericka, describiéndola como una amiga leal y una colaboradora extraordinaria, cuya luz sigue guiando su camino. ¡Ay, Ericka, qué pena!, pero vaya, parece que la vida te pone a prueba de las peores maneras.
Más allá del dolor por la pérdida, Feinzaig aprovecha la oportunidad para expresar su profunda gratitud a quienes lo apoyaron en estos momentos difíciles. Menciona a los equipos de emergencia, el personal médico que lo atendió y, sobre todo, a las miles de personas que le enviaron mensajes de aliento y buenos deseos. ¡Un abrazo enorme a toda esa gente! Porque en momentos así, uno se da cuenta de la fuerza que tenemos los ticos para unirnos ante la adversidad. Claramente, después de un brete como este, se aprecia aún más la calidez humana.
Uno de los momentos más curiosos de su relato es cuando revela que tuvo la suerte –o quizás no tanto– de compartir habitación en el hospital con el Monsignor Javier Román, Obispo de Limón y Presidente de la Conferencia Episcopal. Ambos, enfrentando sus propias batallas de salud, se brindaron apoyo mutuo y pidieron por la salud del otro. ¡Imagínate la plática que debieron tener! Dos figuras públicas, vulnerables y conectadas por la necesidad de sanación. Qué diay, a veces la vida te junta con las personas más inesperadas.
Pero no todo fue drama y reflexión en el hospital. Feinzaig también relata conmovido los gestos de amabilidad y apoyo recibidos de personas anónimas que lo asistieron en el momento del accidente. Describe a una joven estudiante que, a pesar de su propia lucha por retomar sus estudios, se preocupó por su bienestar y le brindó consuelo. ¡Eso sí que es de primera! Demuestra que aún hay mucha nobleza y generosidad en nuestra sociedad. Estos pequeños actos de bondad son los que realmente marcan la diferencia y te dan fuerzas para seguir adelante.
El diputado repasa detalladamente el esfuerzo de los bomberos, el Cruz Roja, la Fuerza Pública y el personal médico del Hospital de San Ramón y del Hospital Metropolitano. Describe con admiración su profesionalismo, tacto y compasión, destacando la coordinación y eficiencia con la que trabajaron para salvar vidas. ¡Un aplauso gigante para esos héroes anónimos que arriesgan sus vidas diariamente para proteger a los demás! Sin duda alguna, son el orgullo de nuestro país y un ejemplo a seguir.
Entre las reflexiones más profundas de Feinzaig se encuentra la importancia de valorar la vida y aprovechar cada oportunidad para demostrar amor y afecto a nuestros seres queridos. Destaca la visita de los hijos de Ericka, Álvaro y Andrés, quienes a pesar de su propio dolor, le transmitieron palabras de paz y agradecimiento por el tiempo compartido con su madre. ¡Qué hermandad! Eso demuestra que el legado de Ericka vivirá para siempre en el corazón de sus hijos y en la memoria de aquellos que la conocieron. Y vaya que la extrañarán, pues Ericka era una barra.
Después de esta experiencia cercana a la muerte, Feinzaig nos invita a reflexionar sobre el valor de la vida y a fortalecer nuestros lazos con los demás. Nos deja pensando si, en nuestras vidas diarias, estamos dando la oportunidad a quienes nos rodean de experimentar nuestra incondicionalidad y amor. Concluye su relato con una pregunta fundamental: ¿Estamos siendo los mejores testigos del cambio que queremos ver en nuestro país, mostrando empatía, solidaridad y respeto en cada interacción?
Como recordaremos, el lamentable incidente ocurrió hace unas semanas, dejando además la pérdida irreparable de su colaboradora, Ericka Benavides, una mujer muy querida en el ámbito político y social. Feinzaig, con la sensibilidad que lo caracteriza, dedica las primeras líneas de su mensaje a honrar la memoria de Ericka, describiéndola como una amiga leal y una colaboradora extraordinaria, cuya luz sigue guiando su camino. ¡Ay, Ericka, qué pena!, pero vaya, parece que la vida te pone a prueba de las peores maneras.
Más allá del dolor por la pérdida, Feinzaig aprovecha la oportunidad para expresar su profunda gratitud a quienes lo apoyaron en estos momentos difíciles. Menciona a los equipos de emergencia, el personal médico que lo atendió y, sobre todo, a las miles de personas que le enviaron mensajes de aliento y buenos deseos. ¡Un abrazo enorme a toda esa gente! Porque en momentos así, uno se da cuenta de la fuerza que tenemos los ticos para unirnos ante la adversidad. Claramente, después de un brete como este, se aprecia aún más la calidez humana.
Uno de los momentos más curiosos de su relato es cuando revela que tuvo la suerte –o quizás no tanto– de compartir habitación en el hospital con el Monsignor Javier Román, Obispo de Limón y Presidente de la Conferencia Episcopal. Ambos, enfrentando sus propias batallas de salud, se brindaron apoyo mutuo y pidieron por la salud del otro. ¡Imagínate la plática que debieron tener! Dos figuras públicas, vulnerables y conectadas por la necesidad de sanación. Qué diay, a veces la vida te junta con las personas más inesperadas.
Pero no todo fue drama y reflexión en el hospital. Feinzaig también relata conmovido los gestos de amabilidad y apoyo recibidos de personas anónimas que lo asistieron en el momento del accidente. Describe a una joven estudiante que, a pesar de su propia lucha por retomar sus estudios, se preocupó por su bienestar y le brindó consuelo. ¡Eso sí que es de primera! Demuestra que aún hay mucha nobleza y generosidad en nuestra sociedad. Estos pequeños actos de bondad son los que realmente marcan la diferencia y te dan fuerzas para seguir adelante.
El diputado repasa detalladamente el esfuerzo de los bomberos, el Cruz Roja, la Fuerza Pública y el personal médico del Hospital de San Ramón y del Hospital Metropolitano. Describe con admiración su profesionalismo, tacto y compasión, destacando la coordinación y eficiencia con la que trabajaron para salvar vidas. ¡Un aplauso gigante para esos héroes anónimos que arriesgan sus vidas diariamente para proteger a los demás! Sin duda alguna, son el orgullo de nuestro país y un ejemplo a seguir.
Entre las reflexiones más profundas de Feinzaig se encuentra la importancia de valorar la vida y aprovechar cada oportunidad para demostrar amor y afecto a nuestros seres queridos. Destaca la visita de los hijos de Ericka, Álvaro y Andrés, quienes a pesar de su propio dolor, le transmitieron palabras de paz y agradecimiento por el tiempo compartido con su madre. ¡Qué hermandad! Eso demuestra que el legado de Ericka vivirá para siempre en el corazón de sus hijos y en la memoria de aquellos que la conocieron. Y vaya que la extrañarán, pues Ericka era una barra.
Después de esta experiencia cercana a la muerte, Feinzaig nos invita a reflexionar sobre el valor de la vida y a fortalecer nuestros lazos con los demás. Nos deja pensando si, en nuestras vidas diarias, estamos dando la oportunidad a quienes nos rodean de experimentar nuestra incondicionalidad y amor. Concluye su relato con una pregunta fundamental: ¿Estamos siendo los mejores testigos del cambio que queremos ver en nuestro país, mostrando empatía, solidaridad y respeto en cada interacción?
