Julio Rodríguez dijo:En vela
El problema de la democracia, como decía alguien, con tono lastimero, es que es demasiado abierto. En ella caben todos y, como sistema de libertad, se ve de todo. Entre esos todos sobresalen todos los que creen que están preparados para todo. Para todo lo divino y lo profano.
Y esta es la cuestión. Si en un país predominan los que se consideran capaces para todo, sin serlo, esto es, para cualquier puesto de elección popular, la mediocridad comienza a prevalecer sobre la excelencia o sobre el mal menor, lo que no quiere decir que deben gobernar y legislar los filósofos, los ángeles o los superhombres, cuyo advenimiento al poder termina en catástrofe. “El que quiere hacer un ángel –dice Pascal– hace una bestia”, sentencia que, en verdad, se las trae. Su pretensioso menosprecio causa tragedias en todos los órdenes de la vida. La historia abunda en ejemplos terribles de este género. Nuestro país no está exento de esta realidad humana.
Y, para no seguir con el cuento, en última instancia los ciudadanos estamos condicionados a una decisión ética y a un homenaje a la verdad: que las personas con ansias de servicio o de poder, se formulen, en toda elección, antes de pedir los votos al pueblo, la madre de todas las preguntas: “¿Tengo yo condiciones morales o intelectuales, de buen juicio o de experiencia, de carácter y de salud mental para ser diputado o gobernante, o bien para aceptar un cargo público relevante?”. La cosa se complica cuando a la ausencia de preguntas tan elementales se agrega el sistema de papeletas, donde cabe todo y donde se nos mete gato por liebre, elevado a la máxima potencia de la desnaturalización de la democracia, cuando es el propio candidato o el gobernante en ejercicio quien apadrina a los mediocres y a los corruptos por miedo o para hacer de las suyas.
Vienen a cuento estas perogrullescas reflexiones, al pasar revista, con temor y temblor, a los nombres de ciertos aspirantes a cargos públicos para las elecciones del 2010 que, públicamente o entre bastidores, comienzan a tejerse. En esta decisión personal de algunos compatriotas, en estos tiempos, nos jugamos nuestro destino. De una cosa sí estamos radicalmente seguros: el primer acto de corrupción y de irrespeto a un pueblo consiste en pedir votos y aceptar cargos sin la pregunta sacramental referida: ¿tengo condiciones morales o intelectuales, razonables, para ser presidente, diputado, regidor, ministro y otras yerbas en la función pública, o bien le hago tiro a todo? Una eminente cuestión ética.
Los dos sistemas más abiertos del mundo son la democracia y la paternidad. Por lo visto, basta tener ganas. He aquí el busilis, que explica casi todo.
Original
Me parece un buen artículo de Julio Rodríguez, para estos días que han salido tantos supuestos para las próximas elecciones