¡Qué torta con la gasolina, maes! Diay, uno se levanta, revisa las noticias del día con el gallo pinto y se encuentra con el clásico titular que parece una buena noticia, pero que esconde una trampa. Resulta que a partir de este martes la gasolina Súper… ¡baja de precio! Uno casi que se alegra, ¿verdad? Pero como siempre, hay que leer la letra pequeña. La bendita rebaja es de un colón. Sí, leyó bien: ₡1. Un coloncito que no alcanza ni para un chicle, mientras que por otro lado nos clavan el puñal con la Regular y el diésel.
Así está la vara, para que nos ubiquemos: la Súper queda en ₡663, la Plus 91 (la Regular de toda la vida) sube 6 colones para quedar en ₡649, y el diésel, que es el que mueve medio país, sube 7 colones y se nos trepa a ₡564 el litro. Entonces, hagamos matemática de pulpería: nos “perdonan” un colón en la gasolina más cara, la que muchos no usamos para ir al brete todos los días, pero nos meten un sablazo de 6 y 7 colones en los combustibles que usa la mayoría de la gente y todo el transporte de carga. ¡Un negociazo! Al final, el chiste se cuenta solo y, como siempre, el que paga los platos rotos es uno.
La justificación de la ARESEP es la de siempre, el casete que ya todos nos sabemos de memoria. Dicen que el ajuste se basa en los costos de adquisición de RECOPE. O sea, el cuento de que los precios internacionales del petróleo, que si el dólar sube, que si la abuelita fuma… Es el mismo argumento técnico que, casualmente, casi nunca resulta en un alivio real y sostenido para el bolsillo del tico. Uno entiende que hay factores externos, claro, pero la sensación que queda es que el sistema está diseñado para que la balanza siempre se incline hacia el mismo lado, y no es precisamente el nuestro.
Y aquí es donde la cosa se pone más seria, porque esto no es solo un tema de cuánto nos cuesta llenar el tanque para ir a pasear el fin de semana. El aumento en el diésel es un golpe directo a la cadena de producción entera. Los camiones que traen las verduras del mercado, los buses en los que viaja un montón de gente para ir a trabajar, la maquinaria agrícola… todo eso se mueve con diésel. Un aumento de 7 colones por litro se traduce, tarde o temprano, en un aumento en el precio del tomate, del arroz, del pasaje de bus y de prácticamente todo lo demás. Es una bola de nieve que empieza en la bomba de gasolina y termina en la caja registradora del supermercado.
Al final, lo que nos queda es un sinsabor. Esa rebaja de un colón en la Súper se siente más como una burla que como un alivio. Con la diferencia de precio entre Súper y Regular ahora tan pequeña (apenas 14 colones), hasta parece una estrategia para que la gente diga: “diay, ya por esa cochinada, mejor le echo Súper”. Pero la realidad es que la mayoría salimos salados con este ajuste. El golpe a la Regular y al diésel lo vamos a sentir todos, directa o indirectamente. Una vez más, nos toca socarnos la faja y ver cómo estiramos la plata.
En fin, maes, así el panorama. ¿Ustedes qué van a hacer? ¿Se aguantan el sablazo con la Regular o ya por esa diferencia se mandan a la Súper? ¡Los leo!
Así está la vara, para que nos ubiquemos: la Súper queda en ₡663, la Plus 91 (la Regular de toda la vida) sube 6 colones para quedar en ₡649, y el diésel, que es el que mueve medio país, sube 7 colones y se nos trepa a ₡564 el litro. Entonces, hagamos matemática de pulpería: nos “perdonan” un colón en la gasolina más cara, la que muchos no usamos para ir al brete todos los días, pero nos meten un sablazo de 6 y 7 colones en los combustibles que usa la mayoría de la gente y todo el transporte de carga. ¡Un negociazo! Al final, el chiste se cuenta solo y, como siempre, el que paga los platos rotos es uno.
La justificación de la ARESEP es la de siempre, el casete que ya todos nos sabemos de memoria. Dicen que el ajuste se basa en los costos de adquisición de RECOPE. O sea, el cuento de que los precios internacionales del petróleo, que si el dólar sube, que si la abuelita fuma… Es el mismo argumento técnico que, casualmente, casi nunca resulta en un alivio real y sostenido para el bolsillo del tico. Uno entiende que hay factores externos, claro, pero la sensación que queda es que el sistema está diseñado para que la balanza siempre se incline hacia el mismo lado, y no es precisamente el nuestro.
Y aquí es donde la cosa se pone más seria, porque esto no es solo un tema de cuánto nos cuesta llenar el tanque para ir a pasear el fin de semana. El aumento en el diésel es un golpe directo a la cadena de producción entera. Los camiones que traen las verduras del mercado, los buses en los que viaja un montón de gente para ir a trabajar, la maquinaria agrícola… todo eso se mueve con diésel. Un aumento de 7 colones por litro se traduce, tarde o temprano, en un aumento en el precio del tomate, del arroz, del pasaje de bus y de prácticamente todo lo demás. Es una bola de nieve que empieza en la bomba de gasolina y termina en la caja registradora del supermercado.
Al final, lo que nos queda es un sinsabor. Esa rebaja de un colón en la Súper se siente más como una burla que como un alivio. Con la diferencia de precio entre Súper y Regular ahora tan pequeña (apenas 14 colones), hasta parece una estrategia para que la gente diga: “diay, ya por esa cochinada, mejor le echo Súper”. Pero la realidad es que la mayoría salimos salados con este ajuste. El golpe a la Regular y al diésel lo vamos a sentir todos, directa o indirectamente. Una vez más, nos toca socarnos la faja y ver cómo estiramos la plata.
En fin, maes, así el panorama. ¿Ustedes qué van a hacer? ¿Se aguantan el sablazo con la Regular o ya por esa diferencia se mandan a la Súper? ¡Los leo!