Maes, hay que hablar de la vara con el Cartaginés. Anoche, por un lado, uno estaba que no cabía de la emoción, y por otro, con una calculadora en la mano y el ceño fruncido. Porque sí, un 8 a 1 es una salvajada, una de esas goleadas que se cuentan por años, pero la letra pequeña del contrato nos dejó un sinsabor, como de gallo pinto sin Lizano. Los brumosos hicieron exactamente el brete que tenían que hacer contra el Verdes FC de Belice: no solo ganar, sino masacrarlos. Y la verdad, lo hicieron a cachete, un despliegue ofensivo que ya quisiéramos ver todos los fines de semana en el campeonato nacional. ¡Qué nivel de contundencia!
Hablemos de historia, porque lo de ayer no fue cualquier mejenga. Ese marcador de 8-1 se metió de cabeza en los libros de récords del club. Es, oficialmente, la mayor goleada en toda la existencia del Cartaginés, contando partidos oficiales y hasta las mejengas de pretemporada en la cancha de la esquina. Un dato que, en cualquier otro contexto, sería para sacar una carroza por toda la Vieja Metrópoli y celebrar hasta el amanecer. Ver a los jugadores conectar de esa manera, con esa hambre de gol, fue una de esas cosas que nos recuerdan por qué amamos este deporte. El equipo demostró que tiene pólvora y que, cuando se lo propone, puede ser una máquina de hacer goles.
Pero, como en toda buena historia tica, aquí es donde la puerca tuerce el rabo. Mientras en el "Fello" Meza se vivía una fiesta de goles, en otro lado del mapa, el resultado que necesitábamos simplemente no se dio. La derrota de Saprissa contra el Independiente de Panamá fue el baldazo de agua fría que nos aterrizó de golpe. ¡Qué sal! Uno hace todo el esfuerzo, cumple con su parte del trato con creces, y al final, el destino del equipo sigue dependiendo de otros. Ese triunfo panameño nos dejó en una situación matemática que ni el profe de mate del cole podría resolver sin estresarse. De repente, la goleada histórica pasó a un segundo plano y el chunche que más importaba era la tabla de posiciones.
Ahora mismo, la cosa está así: los paperos tienen cuatro puntos. ¿Suena bien? Diay, no tanto cuando los panameños y los morados tienen seis, y el Motagua hondureño nos saca tres de ventaja. Estamos de cuartos en el grupo, y el oxígeno se está acabando. El respirador artificial del que hablaba la nota de SINART es real. La próxima semana es, literalmente, a vida o muerte. No hay margen de error, no hay espacio para especular. La única fórmula que nos sirve es una combinación que parece sacada de una película: Cartaginés tiene que ganarle sí o sí al Independiente, y, además, necesitamos que Saprissa le gane a Motagua.
Y aquí es donde los quiero leer, maes. Porque esta situación es el resumen perfecto de ser aficionado en Costa Rica. Pasamos de la euforia máxima a la angustia absoluta en noventa minutos. La goleada es un hecho, es histórica y nadie nos la quita. Pero, con la mano en el corazón: ¿sirvió de algo más que para inflar las estadísticas? Diay, la pregunta del millón es esa: ¿Ustedes creen que se nos alinean los planetas y se da el milagro, o esta goleada épica va a quedar solo como un recuerdo tuanis en un torneo donde nos quedamos con las ganas?
Hablemos de historia, porque lo de ayer no fue cualquier mejenga. Ese marcador de 8-1 se metió de cabeza en los libros de récords del club. Es, oficialmente, la mayor goleada en toda la existencia del Cartaginés, contando partidos oficiales y hasta las mejengas de pretemporada en la cancha de la esquina. Un dato que, en cualquier otro contexto, sería para sacar una carroza por toda la Vieja Metrópoli y celebrar hasta el amanecer. Ver a los jugadores conectar de esa manera, con esa hambre de gol, fue una de esas cosas que nos recuerdan por qué amamos este deporte. El equipo demostró que tiene pólvora y que, cuando se lo propone, puede ser una máquina de hacer goles.
Pero, como en toda buena historia tica, aquí es donde la puerca tuerce el rabo. Mientras en el "Fello" Meza se vivía una fiesta de goles, en otro lado del mapa, el resultado que necesitábamos simplemente no se dio. La derrota de Saprissa contra el Independiente de Panamá fue el baldazo de agua fría que nos aterrizó de golpe. ¡Qué sal! Uno hace todo el esfuerzo, cumple con su parte del trato con creces, y al final, el destino del equipo sigue dependiendo de otros. Ese triunfo panameño nos dejó en una situación matemática que ni el profe de mate del cole podría resolver sin estresarse. De repente, la goleada histórica pasó a un segundo plano y el chunche que más importaba era la tabla de posiciones.
Ahora mismo, la cosa está así: los paperos tienen cuatro puntos. ¿Suena bien? Diay, no tanto cuando los panameños y los morados tienen seis, y el Motagua hondureño nos saca tres de ventaja. Estamos de cuartos en el grupo, y el oxígeno se está acabando. El respirador artificial del que hablaba la nota de SINART es real. La próxima semana es, literalmente, a vida o muerte. No hay margen de error, no hay espacio para especular. La única fórmula que nos sirve es una combinación que parece sacada de una película: Cartaginés tiene que ganarle sí o sí al Independiente, y, además, necesitamos que Saprissa le gane a Motagua.
Y aquí es donde los quiero leer, maes. Porque esta situación es el resumen perfecto de ser aficionado en Costa Rica. Pasamos de la euforia máxima a la angustia absoluta en noventa minutos. La goleada es un hecho, es histórica y nadie nos la quita. Pero, con la mano en el corazón: ¿sirvió de algo más que para inflar las estadísticas? Diay, la pregunta del millón es esa: ¿Ustedes creen que se nos alinean los planetas y se da el milagro, o esta goleada épica va a quedar solo como un recuerdo tuanis en un torneo donde nos quedamos con las ganas?
