Maes, pónganle atención a esta vara, porque es la que define en qué se va a ir la plata de todos nosotros el próximo año. Hoy el ministro de Hacienda, Rudolf Lücke, llegó a presentar el presupuesto para el 2026 y soltó el número clave: la famosa regla fiscal quedó en 5,81%. Para los que no están en la jugada, esa regla es básicamente el candado que le pone el gobierno al crecimiento del gasto público para no volver a los despilfarros de antes. Es decir, es el límite de cuánto más se puede gastar el Estado con respecto a este año. Y aunque no suene a mucho, el truco está en cómo se llegó a esa cifra y, más importante, en qué se va a usar esa platica extra.
Y diay, ¿por qué ahora sí se puede gastar un poquito más sin que suene la alarma de crisis? Aquí es donde la cosa se pone interesante. Parece que el brete de amarrarse el cinturón de los últimos años por fin está dando frutos. El ministro Lücke explicó que, como la famosa relación entre la deuda y el Producto Interno Bruto (PIB) por fin bajó del 60%, el país se ganó, por así decirlo, un respiro. ¡Qué nivel! Es como cuando uno por fin paga una tarjeta de crédito hasta el tope y de repente le queda un campito para darse un gusto. Esa disciplina fiscal, que a tantos nos ha costado, es la que ahora permite abrir un poco la billetera para invertir en lo que urge.
Ok, pero la pregunta del millón: ¿a dónde va esa plata? Según Hacienda, el enfoque está en tres chunches prioritarios que, la verdad, a nadie le extrañan. Primero, a Seguridad le van a inyectar ¢50 mil millones más, que ojalá se vean en más policías y menos historias de terror en las noticias. Segundo, a Protección Social le tocan casi ¢110 mil millones, para becas y ayudas. Y el premio gordo se lo lleva Educación, con un aumento de ¢200 mil millones. Con el estado actual de las escuelas y los resultados de las pruebas, es un aumento que se pedía a gritos. Ahora la misión será vigilar que esa plata llegue a las aulas y no se quede pegada en burocracia.
Ahora, no es que se abrió el tubo y ahora todo es fiesta y confeti. Hay que entender bien la jugada. El crecimiento total del presupuesto es de un 3,1% hasta llegar a ¢12,8 billones. El tope de 5,81% es para el gasto general, pero el del "gasto corriente" (o sea, salarios, servicios, el día a día del gobierno) tiene un límite más ajustado de 4,63%. Lo que sí queda a cachete, y es un notición, es que al bajar la deuda de ese 60%, el gasto de capital —la plata que se usa para construir carreteras, hospitales, y demás infraestructura pesada— queda por fuera de la regla. Eso sí es un gane, porque significa que se puede invertir en el futuro del país sin que ese candado lo frene.
En resumen, la vara está así: después de años de dieta fiscal estricta, Costa Rica parece que por fin puede darse un gustito, pero uno bien pensado y enfocado en áreas que de verdad lo necesitan. La gran prueba, como siempre, será ver si esta inversión se traduce en mejores servicios y más seguridad para todos, o si se diluye en el camino. Al final, los números son solo eso, números; lo que importa es el impacto que tengan en la calle, en la escuela de nuestros sobrinos y en la tranquilidad de nuestros barrios.
Pero bueno, abro el foro: ¿Creen que estas son las áreas correctas para invertir esa plata extra? ¿O se está dejando alguna otra prioridad importantísima por fuera? ¿Qué opinan ustedes, maes?
Y diay, ¿por qué ahora sí se puede gastar un poquito más sin que suene la alarma de crisis? Aquí es donde la cosa se pone interesante. Parece que el brete de amarrarse el cinturón de los últimos años por fin está dando frutos. El ministro Lücke explicó que, como la famosa relación entre la deuda y el Producto Interno Bruto (PIB) por fin bajó del 60%, el país se ganó, por así decirlo, un respiro. ¡Qué nivel! Es como cuando uno por fin paga una tarjeta de crédito hasta el tope y de repente le queda un campito para darse un gusto. Esa disciplina fiscal, que a tantos nos ha costado, es la que ahora permite abrir un poco la billetera para invertir en lo que urge.
Ok, pero la pregunta del millón: ¿a dónde va esa plata? Según Hacienda, el enfoque está en tres chunches prioritarios que, la verdad, a nadie le extrañan. Primero, a Seguridad le van a inyectar ¢50 mil millones más, que ojalá se vean en más policías y menos historias de terror en las noticias. Segundo, a Protección Social le tocan casi ¢110 mil millones, para becas y ayudas. Y el premio gordo se lo lleva Educación, con un aumento de ¢200 mil millones. Con el estado actual de las escuelas y los resultados de las pruebas, es un aumento que se pedía a gritos. Ahora la misión será vigilar que esa plata llegue a las aulas y no se quede pegada en burocracia.
Ahora, no es que se abrió el tubo y ahora todo es fiesta y confeti. Hay que entender bien la jugada. El crecimiento total del presupuesto es de un 3,1% hasta llegar a ¢12,8 billones. El tope de 5,81% es para el gasto general, pero el del "gasto corriente" (o sea, salarios, servicios, el día a día del gobierno) tiene un límite más ajustado de 4,63%. Lo que sí queda a cachete, y es un notición, es que al bajar la deuda de ese 60%, el gasto de capital —la plata que se usa para construir carreteras, hospitales, y demás infraestructura pesada— queda por fuera de la regla. Eso sí es un gane, porque significa que se puede invertir en el futuro del país sin que ese candado lo frene.
En resumen, la vara está así: después de años de dieta fiscal estricta, Costa Rica parece que por fin puede darse un gustito, pero uno bien pensado y enfocado en áreas que de verdad lo necesitan. La gran prueba, como siempre, será ver si esta inversión se traduce en mejores servicios y más seguridad para todos, o si se diluye en el camino. Al final, los números son solo eso, números; lo que importa es el impacto que tengan en la calle, en la escuela de nuestros sobrinos y en la tranquilidad de nuestros barrios.
Pero bueno, abro el foro: ¿Creen que estas son las áreas correctas para invertir esa plata extra? ¿O se está dejando alguna otra prioridad importantísima por fuera? ¿Qué opinan ustedes, maes?