¡Aguante, pura vida! Aquí les va la onda: según los datos frescos del INEC, nuestro hato de ganado vacuno se dio una bajada considerable en 2024. Estamos hablando de casi 50,000 cabezas menos en comparación con el año anterior, llegando a 1.469.408. No es pa' alarmarse todavía, dicen, porque la diferencia no es “estadísticamente significativa” según los técnicos, pero bueno, a mí me huele a que hay que estar pendientes. ¿Será que el clima nos jugó sucio?
Para ponerlo en perspectiva, hace unos años éramos la gloria de Centroamérica en producción bovina, pero parece que estamos perdiendo terreno frente a otros países. El estudio revela que la carne sigue siendo la estrella, ocupando el 61.9% del hato – unos 909 mil cabezas, para que se hagan la idea. Pero ahí viene el descuelgue: aunque la producción de carne se mantiene firme, el número total de animales ha disminuido, y eso siempre preocupa a los que vivimos de esto.
Lo interesante es ver cómo se distribuyen estos animales por propósito. Tenemos 279 mil cabezas de doble propósito (esas que dan leche y carne, ¡pura productividad!), y otras 278 mil dedicadas exclusivamente a la producción de leche. Ahí, la brecha es mínima, bien parejitas. Y luego están los pocos animales de trabajo, apenas 2.185, que ya son historia antigua en la agricultura moderna, diay.
Ahora sí, analicemos los nacimientos. En 2024 tuvimos alrededor de 413 mil nuevos terneros, con un poquito más de hembras que machos. De esos, la mitad fueron destinados a la producción de carne (aprox. 213 mil), un cuarto al ganado lechero, y el resto al doble propósito. Eso muestra que la apuesta por la carne sigue siendo fuerte, pero la diversificación podría ser clave en el futuro, chunches.
Pero la cosa no es tan color de rosa. Las pérdidas de animales también pegaron un brinco, superando las 61 mil cabezas. ¡Qué sal! La mayoría de estas pérdidas, ojo, estuvieron relacionadas con la producción de carne. Y la peor parte es que la principal causa son plagas y enfermedades: el 70.5% de las pérdidas en animales menores de un año se debieron a eso. Hay que mejorar el control sanitario, mi gente, sino vamos a seguir perdiendo animalitos valiosos.
Cuando miramos las prácticas pecuarias, vemos que el pastoreo sigue reinando, especialmente en las fincas de carne. Esto significa que muchos ganaderos todavía dependen mucho del clima y la disponibilidad de pasto. Aunque hay quienes han adoptado sistemas de alimentación suplementaria, como el pasto mejorado o el concentrado, todavía queda mucho camino por recorrer para modernizar la producción y hacerla más resistente a las adversidades. Además, el cambio climático no ayuda, con sequías cada vez más intensas que afectan directamente la calidad del pasto.
Y no olvidémonos del ganado porcino, que también forma parte de nuestra economía agrícola. Según la ENA, tenemos cerca de 430 mil cerdos, la mayoría destinados a la producción de carne. Allí también hay desafíos: las pérdidas durante la fase de lactancia fueron muy altas, y muchas granjas siguen dependiendo de sistemas de alimentación poco eficientes. ¡Menos mal que algunas están apostando por tecnologías más avanzadas!
En fin, la situación del hato vacuno tico presenta luces y sombras. Si bien la producción de carne se mantiene relativamente estable, la disminución general del hato y las altas tasas de mortalidad por enfermedades son motivos de preocupación. ¿Deberíamos invertir más en investigación veterinaria y asistencia técnica para los pequeños productores, o enfocarnos en promover la adopción de prácticas pecuarias más sostenibles? ¿Qué opinan ustedes, compañeros del Foro? ¡Den sus ideas!
Para ponerlo en perspectiva, hace unos años éramos la gloria de Centroamérica en producción bovina, pero parece que estamos perdiendo terreno frente a otros países. El estudio revela que la carne sigue siendo la estrella, ocupando el 61.9% del hato – unos 909 mil cabezas, para que se hagan la idea. Pero ahí viene el descuelgue: aunque la producción de carne se mantiene firme, el número total de animales ha disminuido, y eso siempre preocupa a los que vivimos de esto.
Lo interesante es ver cómo se distribuyen estos animales por propósito. Tenemos 279 mil cabezas de doble propósito (esas que dan leche y carne, ¡pura productividad!), y otras 278 mil dedicadas exclusivamente a la producción de leche. Ahí, la brecha es mínima, bien parejitas. Y luego están los pocos animales de trabajo, apenas 2.185, que ya son historia antigua en la agricultura moderna, diay.
Ahora sí, analicemos los nacimientos. En 2024 tuvimos alrededor de 413 mil nuevos terneros, con un poquito más de hembras que machos. De esos, la mitad fueron destinados a la producción de carne (aprox. 213 mil), un cuarto al ganado lechero, y el resto al doble propósito. Eso muestra que la apuesta por la carne sigue siendo fuerte, pero la diversificación podría ser clave en el futuro, chunches.
Pero la cosa no es tan color de rosa. Las pérdidas de animales también pegaron un brinco, superando las 61 mil cabezas. ¡Qué sal! La mayoría de estas pérdidas, ojo, estuvieron relacionadas con la producción de carne. Y la peor parte es que la principal causa son plagas y enfermedades: el 70.5% de las pérdidas en animales menores de un año se debieron a eso. Hay que mejorar el control sanitario, mi gente, sino vamos a seguir perdiendo animalitos valiosos.
Cuando miramos las prácticas pecuarias, vemos que el pastoreo sigue reinando, especialmente en las fincas de carne. Esto significa que muchos ganaderos todavía dependen mucho del clima y la disponibilidad de pasto. Aunque hay quienes han adoptado sistemas de alimentación suplementaria, como el pasto mejorado o el concentrado, todavía queda mucho camino por recorrer para modernizar la producción y hacerla más resistente a las adversidades. Además, el cambio climático no ayuda, con sequías cada vez más intensas que afectan directamente la calidad del pasto.
Y no olvidémonos del ganado porcino, que también forma parte de nuestra economía agrícola. Según la ENA, tenemos cerca de 430 mil cerdos, la mayoría destinados a la producción de carne. Allí también hay desafíos: las pérdidas durante la fase de lactancia fueron muy altas, y muchas granjas siguen dependiendo de sistemas de alimentación poco eficientes. ¡Menos mal que algunas están apostando por tecnologías más avanzadas!
En fin, la situación del hato vacuno tico presenta luces y sombras. Si bien la producción de carne se mantiene relativamente estable, la disminución general del hato y las altas tasas de mortalidad por enfermedades son motivos de preocupación. ¿Deberíamos invertir más en investigación veterinaria y asistencia técnica para los pequeños productores, o enfocarnos en promover la adopción de prácticas pecuarias más sostenibles? ¿Qué opinan ustedes, compañeros del Foro? ¡Den sus ideas!