¡Ay, Dios mío! Aquí vamos otra vez... El Día Mundial de la Salud Mental llegó y, pa' que nos pongamos serios, la cosa está más que fregada. No es que nos agarre desprevenidos, pero cada año parece que la realidad golpea con más fuerza. Este año, la Universidad Fidélitas encendió las alarmas recordando que la atención psicológica debería estar metida a codo cavado en cualquier respuesta de emergencia, desde que se va un chunche a Bilí hasta un terremoto.
Y ni hablar, la pandemia de Covid-19 dejó unas secuelas que todavía estamos tratando de sacudirnos. Un 61% de nosotros andaba deprimido, el 43.7% con ansiedad que daba miedo y otro 32.1% hecho pedazos mentalmente. Esto no es chiste, amigos. Se trata de gente real, familias enteras batallando contra demonios internos. Y eso fue hace unos añitos; imagínate cómo anda la cosa ahora con todo este brete económico y político.
Lo que más me duele es que, aunque tenemos la Política Nacional de Salud Mental 2024–2034 –que suena lindo en papel–, el acceso a estos servicios sigue siendo un lujo para muchos. Escasez de especialistas, clínicas colapsadas, estigmas sociales que te hacen sentir feo si buscas ayuda… ¡Es una torta! Parece que nadie quiere invertir en cuidar nuestras cabezas, pero todos queremos gente productiva, ¿verdad?
No nos olvidemos de los grupos más vulnerables: las mujeres jóvenes, los campesinos de zonas rurales como Parrita donde la incidencia de depresión es escalofriante (casi 500 casos por cada 100 mil habitantes), las personas con discapacidad… Estos son los que más sufren, y a menudo los que menos recursos tienen para buscar apoyo. ¡Qué sal!
El Ministerio de Salud está intentando coordinarse con MEP, la CCSS, el IAFA, el PANI y los alcaldes para que trabajen juntos, pero a veces da la impresión de que todos reman en diferentes direcciones. Necesitamos un cambio de mentalidad radical. Ya no podemos ver la salud mental como un problema aparte, sino como una parte fundamental del bienestar general de la sociedad.
Álvaro Solano, el profe de Fidélitas, lo dijo claro: “Esto es un llamado urgente a fortalecer la acción colectiva”. Y él tiene razón. No sirve de nada tener planes bonitos en papel si no hay voluntad política y compromiso real para implementarlos. Hay que dejar de lado las excusas y empezar a ponerle cabeza a este asunto.
¿Y qué pasa con nosotros, la ciudadanía? Bueno, también tenemos nuestra responsabilidad. Tenemos que hablar abiertamente sobre nuestros problemas, romper el tabú de la enfermedad mental y apoyar a quienes necesitan ayuda. Si ves que un amigo, un familiar o un compañero de trabajo está pasando por un mal momento, ofrécele tu mano y anímale a buscar ayuda profesional. Un abrazo sincero y una conversación honesta pueden hacer la diferencia.
Ahora dime, ¿qué medidas crees que debemos tomar URGENTEMENTE para mejorar el acceso a la salud mental en Costa Rica, especialmente después de los desafíos que hemos enfrentado en los últimos años? ¿Deberíamos exigir más recursos al gobierno, promover programas comunitarios de apoyo, o quizás enfocarnos en cambiar la cultura y reducir el estigma en torno a la salud mental?
Y ni hablar, la pandemia de Covid-19 dejó unas secuelas que todavía estamos tratando de sacudirnos. Un 61% de nosotros andaba deprimido, el 43.7% con ansiedad que daba miedo y otro 32.1% hecho pedazos mentalmente. Esto no es chiste, amigos. Se trata de gente real, familias enteras batallando contra demonios internos. Y eso fue hace unos añitos; imagínate cómo anda la cosa ahora con todo este brete económico y político.
Lo que más me duele es que, aunque tenemos la Política Nacional de Salud Mental 2024–2034 –que suena lindo en papel–, el acceso a estos servicios sigue siendo un lujo para muchos. Escasez de especialistas, clínicas colapsadas, estigmas sociales que te hacen sentir feo si buscas ayuda… ¡Es una torta! Parece que nadie quiere invertir en cuidar nuestras cabezas, pero todos queremos gente productiva, ¿verdad?
No nos olvidemos de los grupos más vulnerables: las mujeres jóvenes, los campesinos de zonas rurales como Parrita donde la incidencia de depresión es escalofriante (casi 500 casos por cada 100 mil habitantes), las personas con discapacidad… Estos son los que más sufren, y a menudo los que menos recursos tienen para buscar apoyo. ¡Qué sal!
El Ministerio de Salud está intentando coordinarse con MEP, la CCSS, el IAFA, el PANI y los alcaldes para que trabajen juntos, pero a veces da la impresión de que todos reman en diferentes direcciones. Necesitamos un cambio de mentalidad radical. Ya no podemos ver la salud mental como un problema aparte, sino como una parte fundamental del bienestar general de la sociedad.
Álvaro Solano, el profe de Fidélitas, lo dijo claro: “Esto es un llamado urgente a fortalecer la acción colectiva”. Y él tiene razón. No sirve de nada tener planes bonitos en papel si no hay voluntad política y compromiso real para implementarlos. Hay que dejar de lado las excusas y empezar a ponerle cabeza a este asunto.
¿Y qué pasa con nosotros, la ciudadanía? Bueno, también tenemos nuestra responsabilidad. Tenemos que hablar abiertamente sobre nuestros problemas, romper el tabú de la enfermedad mental y apoyar a quienes necesitan ayuda. Si ves que un amigo, un familiar o un compañero de trabajo está pasando por un mal momento, ofrécele tu mano y anímale a buscar ayuda profesional. Un abrazo sincero y una conversación honesta pueden hacer la diferencia.
Ahora dime, ¿qué medidas crees que debemos tomar URGENTEMENTE para mejorar el acceso a la salud mental en Costa Rica, especialmente después de los desafíos que hemos enfrentado en los últimos años? ¿Deberíamos exigir más recursos al gobierno, promover programas comunitarios de apoyo, o quizás enfocarnos en cambiar la cultura y reducir el estigma en torno a la salud mental?