Mae, a veces uno cree que ya lo ha visto todo en internet, que el pozo del asombro ya se secó, y de repente, ¡PUM! La vida te tira una historia que te deja con la boca abierta y replanteándote todo. Y no, no estoy hablando de política tica, que ya de por sí es un universo aparte. Les hablo de un despiche de proporciones bíblicas que viene directo de Brasil y que tiene todos los ingredientes de una telenovela de las nueve, pero versión 2.0: infidelidad, traición familiar, redes sociales y fuego. Mucho fuego.
La vara es que una muchacha llamada Camila, que vivía su vida tranquilamente, empezó a sospechar que su esposo, un mae de nombre Juninho, andaba en malos pasos. Hasta ahí, una historia lamentablemente común. Lo que ella nunca se imaginó es con quién se estaba jalando la torta. Después de una pequeña investigación digna del OIJ, descubrió la verdad en el celular del susodicho: conversaciones subidas de tono, fotos comprometedoras y planes para encontrarse en un motel. ¿El otro protagonista? Su propio suegro. O sea, el papá del mae. Sí, leyó bien. El esposo la estaba engañando con su propio tata. ¡Qué nivel de enredo!
Ahora, si ustedes creen que Camila se puso a llorar en silencio, están muy equivocados. La mae agarró esa traición y la convirtió en un espectáculo público que ni el mejor productor de Hollywood podría haber guionizado. Primero, posteó todo en su Facebook: los chats, los videos de los dos saliendo del motel, todo. El chisme se regó como pólvora en el barrio. Pero la cosa no paró ahí. En un arrebato de furia que muchos entenderán (y otros juzgarán), le prendió fuego al carro del esposo y, por supuesto, subió el video a redes. El chunche ese en llamas se hizo más viral que un audio de WhatsApp en cadena. Y para rematar la faena, imprimió las capturas de pantalla de los mensajes más melosos y las pegó por toda la ciudad como si fueran afiches de un concierto.
Claro, con semejante escándalo, la situación entre padre e hijo se fue al traste. Como era de esperarse, también se filtró un video de los dos discutiendo y casi agarrándose a golpes en media calle. Aparentemente, el pleito era porque el descuido de no borrar los mensajes les costó su secreto. ¡Diay, salados! Por su parte, Camila confirmó que ya mandó a volar a su ahora exesposo, pero con un último acto de genialidad vengativa: mantuvo la foto de perfil con él en sus redes. ¿La razón? “Para que todo el mundo le conozca la cara al traidor”. Una jugada maestra de humillación digital que merece, como mínimo, un aplauso lento.
Más allá del morbo y del chisme, que seamos sinceros, está buenísimo, esta historia nos deja pensando. Las redes sociales se han convertido en la plaza del pueblo del siglo XXI, donde los linchamientos públicos están a la orden del día. Un problema que antes se resolvía (o no) a puerta cerrada, ahora se convierte en contenido viral para millones. La línea entre justicia personal y violencia digital es cada vez más delgada. La pregunta del millón que les dejo para el foro es: ¿La mae se pasó de la raya con la venganza o, después de semejante traición, se merecían eso y más? ¿Ustedes qué hubieran hecho?
La vara es que una muchacha llamada Camila, que vivía su vida tranquilamente, empezó a sospechar que su esposo, un mae de nombre Juninho, andaba en malos pasos. Hasta ahí, una historia lamentablemente común. Lo que ella nunca se imaginó es con quién se estaba jalando la torta. Después de una pequeña investigación digna del OIJ, descubrió la verdad en el celular del susodicho: conversaciones subidas de tono, fotos comprometedoras y planes para encontrarse en un motel. ¿El otro protagonista? Su propio suegro. O sea, el papá del mae. Sí, leyó bien. El esposo la estaba engañando con su propio tata. ¡Qué nivel de enredo!
Ahora, si ustedes creen que Camila se puso a llorar en silencio, están muy equivocados. La mae agarró esa traición y la convirtió en un espectáculo público que ni el mejor productor de Hollywood podría haber guionizado. Primero, posteó todo en su Facebook: los chats, los videos de los dos saliendo del motel, todo. El chisme se regó como pólvora en el barrio. Pero la cosa no paró ahí. En un arrebato de furia que muchos entenderán (y otros juzgarán), le prendió fuego al carro del esposo y, por supuesto, subió el video a redes. El chunche ese en llamas se hizo más viral que un audio de WhatsApp en cadena. Y para rematar la faena, imprimió las capturas de pantalla de los mensajes más melosos y las pegó por toda la ciudad como si fueran afiches de un concierto.
Claro, con semejante escándalo, la situación entre padre e hijo se fue al traste. Como era de esperarse, también se filtró un video de los dos discutiendo y casi agarrándose a golpes en media calle. Aparentemente, el pleito era porque el descuido de no borrar los mensajes les costó su secreto. ¡Diay, salados! Por su parte, Camila confirmó que ya mandó a volar a su ahora exesposo, pero con un último acto de genialidad vengativa: mantuvo la foto de perfil con él en sus redes. ¿La razón? “Para que todo el mundo le conozca la cara al traidor”. Una jugada maestra de humillación digital que merece, como mínimo, un aplauso lento.
Más allá del morbo y del chisme, que seamos sinceros, está buenísimo, esta historia nos deja pensando. Las redes sociales se han convertido en la plaza del pueblo del siglo XXI, donde los linchamientos públicos están a la orden del día. Un problema que antes se resolvía (o no) a puerta cerrada, ahora se convierte en contenido viral para millones. La línea entre justicia personal y violencia digital es cada vez más delgada. La pregunta del millón que les dejo para el foro es: ¿La mae se pasó de la raya con la venganza o, después de semejante traición, se merecían eso y más? ¿Ustedes qué hubieran hecho?