Maes, hay noticias que uno lee y simplemente no sabe ni qué pensar. La de Sagrada Familia es una de esas. Nos llegó el titular crudo: un hijo entierra a su mamá, una señora de 87 años, en el piso de tierra de la propia casa. La primera reacción, obvio, es de shock y hasta de repulsión. Uno se imagina lo peor, un monstruo, un crimen por plata. Pero conforme el OIJ fue soltando la información, la vara se empezó a poner mucho más densa, más incómoda y, sinceramente, mucho más triste. Porque esta historia, más que de un posible asesinato, parece ser el retrato de una pobreza tan extrema que rompe con la dignidad más básica: la de poder despedir a los muertos.
Al puro principio, la cosa pintaba feo para el hijo. Era el sospechoso número uno, y la teoría que corría como pólvora era que se había deshecho de la mamá para seguir cobrando la pensión. Diay, suena lógico, ¿no? Es el guion que hemos visto mil veces. Los vecinos alertaron por el mal olor y porque no veían a doña Vallejos, a quien el mismo hijo solía llevar a la iglesia en silla de ruedas. El OIJ llegó, encontró el cuerpo y se llevó al mae para investigarlo. Todo el mundo esperaba la confirmación del homicidio. Pero la realidad, como casi siempre, es menos de película y mucho más complicada. Resulta que la señora ni siquiera tenía pensión. No había plata que cobrar. Ese primer móvil, el más evidente, se fue al traste de una vez.
Aquí es donde la investigación se topó con una pared. Cuatro meses después del hallazgo, la Patología Forense tiró la toalla. ¡Qué sal! Por el estado tan avanzado de descomposición, era imposible determinar la causa de muerte. Michael Soto, del OIJ, lo explicó clarito: no encontraron fracturas en los huesos ni lesiones en los pocos tejidos que quedaban. Revisaron la ropa y nada, ni un hueco de bala, ni un corte de puñal. Científicamente, no tenían ni un solo elemento para decir “este mae la mató”. Sin pruebas, no hay delito que perseguir. La ciencia forense, que tantas veces nos da respuestas, aquí solo nos dejó con un silencio gigante.
Entonces, ¿qué nos queda? La versión del hijo, esa que al principio sonaba a excusa barata, ahora agarra una fuerza que asusta. El mae sostuvo desde el día uno que su mamá murió de forma natural y que él, sin un cinco en la bolsa, sin recursos y probablemente sin nadie a quien pedirle ayuda, tomó la decisión desesperada de enterrarla ahí mismo, en la choza que compartían. Una choza que el mismo OIJ describió como en “malas condiciones”. Pensar en esa escena, en la soledad y la miseria que tienen que rodear a una persona para que su única opción sea cavar un hueco en el piso de su casa... mae, eso es un despiche social. Es un fracaso rotundo de las redes de apoyo, del Estado y de todos nosotros como comunidad.
Al final, el hombre quedó en libertad. Legalmente, es un ciudadano sin antecedentes y sin cargos. Pero la historia nos deja a todos con un sabor amargo en la boca y una mancha en la conciencia. Este caso dejó de ser un simple suceso para convertirse en un espejo horrible de la realidad que viven algunos en este país. Una realidad que ignoramos hasta que un olor fétido en un barrio marginal nos la explota en la cara. Más allá de si el mae es culpable de un crimen o víctima de una circunstancia atroz, la pregunta que a mí me carcome es: ¿Cómo llegamos a esto? ¿En qué momento fallamos tanto como sociedad para que enterrar a un ser querido en el piso de tierra de la choza sea la única opción viable? Los leo en los comentarios.
Al puro principio, la cosa pintaba feo para el hijo. Era el sospechoso número uno, y la teoría que corría como pólvora era que se había deshecho de la mamá para seguir cobrando la pensión. Diay, suena lógico, ¿no? Es el guion que hemos visto mil veces. Los vecinos alertaron por el mal olor y porque no veían a doña Vallejos, a quien el mismo hijo solía llevar a la iglesia en silla de ruedas. El OIJ llegó, encontró el cuerpo y se llevó al mae para investigarlo. Todo el mundo esperaba la confirmación del homicidio. Pero la realidad, como casi siempre, es menos de película y mucho más complicada. Resulta que la señora ni siquiera tenía pensión. No había plata que cobrar. Ese primer móvil, el más evidente, se fue al traste de una vez.
Aquí es donde la investigación se topó con una pared. Cuatro meses después del hallazgo, la Patología Forense tiró la toalla. ¡Qué sal! Por el estado tan avanzado de descomposición, era imposible determinar la causa de muerte. Michael Soto, del OIJ, lo explicó clarito: no encontraron fracturas en los huesos ni lesiones en los pocos tejidos que quedaban. Revisaron la ropa y nada, ni un hueco de bala, ni un corte de puñal. Científicamente, no tenían ni un solo elemento para decir “este mae la mató”. Sin pruebas, no hay delito que perseguir. La ciencia forense, que tantas veces nos da respuestas, aquí solo nos dejó con un silencio gigante.
Entonces, ¿qué nos queda? La versión del hijo, esa que al principio sonaba a excusa barata, ahora agarra una fuerza que asusta. El mae sostuvo desde el día uno que su mamá murió de forma natural y que él, sin un cinco en la bolsa, sin recursos y probablemente sin nadie a quien pedirle ayuda, tomó la decisión desesperada de enterrarla ahí mismo, en la choza que compartían. Una choza que el mismo OIJ describió como en “malas condiciones”. Pensar en esa escena, en la soledad y la miseria que tienen que rodear a una persona para que su única opción sea cavar un hueco en el piso de su casa... mae, eso es un despiche social. Es un fracaso rotundo de las redes de apoyo, del Estado y de todos nosotros como comunidad.
Al final, el hombre quedó en libertad. Legalmente, es un ciudadano sin antecedentes y sin cargos. Pero la historia nos deja a todos con un sabor amargo en la boca y una mancha en la conciencia. Este caso dejó de ser un simple suceso para convertirse en un espejo horrible de la realidad que viven algunos en este país. Una realidad que ignoramos hasta que un olor fétido en un barrio marginal nos la explota en la cara. Más allá de si el mae es culpable de un crimen o víctima de una circunstancia atroz, la pregunta que a mí me carcome es: ¿Cómo llegamos a esto? ¿En qué momento fallamos tanto como sociedad para que enterrar a un ser querido en el piso de tierra de la choza sea la única opción viable? Los leo en los comentarios.