Maes, hay que hablar de la vara que se está cocinando con los vecinos del norte, porque la cosa se está poniendo color de hormiga. Mientras aquí nos quebramos la cabeza con el marchamo y el precio del aguacate, en Nicaragua la doña Rosario Murillo está moviendo fichas como si estuviera jugando ajedrez en modo turbo, consolidando un poder que ya huele a dinastía. ¿Y Daniel Ortega? Diay, esa es la pregunta del millón. El punto es que este reacomodo de poder allá nos podría salpicar, y feo. La pregunta clave es: ¿seguimos en modo zen o ya es hora de preocuparse?
La movida es compleja, porque no es solo un tema de si nos caen bien o no. Según los que saben, como el académico Carlos Cascante, Costa Rica está en una encrucijada bien tiesa. Por un lado, tenemos que defender nuestros valores democráticos y señalar el autoritarismo que crece al otro lado de la frontera. Pero por otro, la billetera manda. Somos socios comerciales, y un montón de nuestros chunches y exportaciones pasan por ahí. Cascante lo pone clarito: si nos ponemos muy dignos y empezamos a tirar mucha piedra, corremos el riesgo de que el régimen de Ortega-Murillo nos aplique una represalia comercial. Y si nos cierran el portón, ahí sí, ¡qué torta para la economía y el brete de un montón de gente!
Pero bueno, para no tirarnos todos al tren antes de tiempo, hay voces que le bajan un par de rayas a la alarma. El analista Constantino Urcuyo, por ejemplo, cree que por ahora las aguas están tranquilas y que no hay un conflicto directo a la vista. Según él, la relación se mantiene en una especie de calma tensa, sin grandes broncas. Eso sí, pone un asterisco gigante en un tema que ya todos conocemos: el despiche de siempre en Crucitas. La minería ilegal y los coligalleros nicaragüenses en la zona fronteriza son un foco de tensión constante que, aunque ahora esté medio dormido, podría explotar en cualquier momento y complicar todo el panorama.
Para los que andan un poco perdidos, este enredo dinástico no salió de la nada. Desde que el sandinismo volvió al poder en 2007, la democracia en Nicaragua ha ido en picada. El punto de quiebre fue la represión brutal de las protestas en 2018, que terminó de cimentar el poder de la pareja presidencial. La última jugada fue cambiarle el título a Rosario Murillo de “vicepresidenta” a “copresidenta”, un término que suena a monarquía de las bravas. Algunos análisis internacionales ya comparan la situación con Corea del Norte, para que se hagan una idea del nivel. Básicamente, la doña se está asegurando la silla por si a Ortega le da por retirarse… o algo más.
Entonces, maes, ¿en qué quedamos? La situación es un nudo ciego. Por un lado, vemos cómo los principios democráticos y los derechos humanos se van al traste al otro lado de la frontera, una realidad que nos debería incomodar y mucho. Pero por otro, el arroz, los frijoles y la estabilidad de nuestra economía dependen de mantener una relación funcional con un régimen cada vez más impredecible. La pregunta es para ustedes: ¿Toca hacerse el mae y priorizar el brete y la economía, o hay un punto en el que la dignidad pesa más que la billetera? ¿Hasta dónde llega el pragmatismo tico? Los leo.
La movida es compleja, porque no es solo un tema de si nos caen bien o no. Según los que saben, como el académico Carlos Cascante, Costa Rica está en una encrucijada bien tiesa. Por un lado, tenemos que defender nuestros valores democráticos y señalar el autoritarismo que crece al otro lado de la frontera. Pero por otro, la billetera manda. Somos socios comerciales, y un montón de nuestros chunches y exportaciones pasan por ahí. Cascante lo pone clarito: si nos ponemos muy dignos y empezamos a tirar mucha piedra, corremos el riesgo de que el régimen de Ortega-Murillo nos aplique una represalia comercial. Y si nos cierran el portón, ahí sí, ¡qué torta para la economía y el brete de un montón de gente!
Pero bueno, para no tirarnos todos al tren antes de tiempo, hay voces que le bajan un par de rayas a la alarma. El analista Constantino Urcuyo, por ejemplo, cree que por ahora las aguas están tranquilas y que no hay un conflicto directo a la vista. Según él, la relación se mantiene en una especie de calma tensa, sin grandes broncas. Eso sí, pone un asterisco gigante en un tema que ya todos conocemos: el despiche de siempre en Crucitas. La minería ilegal y los coligalleros nicaragüenses en la zona fronteriza son un foco de tensión constante que, aunque ahora esté medio dormido, podría explotar en cualquier momento y complicar todo el panorama.
Para los que andan un poco perdidos, este enredo dinástico no salió de la nada. Desde que el sandinismo volvió al poder en 2007, la democracia en Nicaragua ha ido en picada. El punto de quiebre fue la represión brutal de las protestas en 2018, que terminó de cimentar el poder de la pareja presidencial. La última jugada fue cambiarle el título a Rosario Murillo de “vicepresidenta” a “copresidenta”, un término que suena a monarquía de las bravas. Algunos análisis internacionales ya comparan la situación con Corea del Norte, para que se hagan una idea del nivel. Básicamente, la doña se está asegurando la silla por si a Ortega le da por retirarse… o algo más.
Entonces, maes, ¿en qué quedamos? La situación es un nudo ciego. Por un lado, vemos cómo los principios democráticos y los derechos humanos se van al traste al otro lado de la frontera, una realidad que nos debería incomodar y mucho. Pero por otro, el arroz, los frijoles y la estabilidad de nuestra economía dependen de mantener una relación funcional con un régimen cada vez más impredecible. La pregunta es para ustedes: ¿Toca hacerse el mae y priorizar el brete y la economía, o hay un punto en el que la dignidad pesa más que la billetera? ¿Hasta dónde llega el pragmatismo tico? Los leo.