¡Ay, Dios mío! Aquí vamos otra vez con el mismo rollo. Esta vez, la polémica gira en torno a quién manda en lo que escuchamos por la radio, vemos en la tele y leemos en internet. Un artículo de opinión publicado recientemente en este mismo foro levantó la liebre: ¿hasta dónde llega la injerencia de intereses ajenos en los medios de comunicación?
Como bien señala Don Armando González Rodicio en su columna, la entrada a Cartago siempre ha sido un brete, pero ahora parece que también lo es decidir qué voces tienen cabida en el debate público. No es nuevo esto, claro. Siempre ha habido gente intentando meter baza, pero parece que en estos tiempos, con tanta plataforma digital y redes sociales, se han multiplicado como hongos tras la lluvia.
Y ahí viene la carga, mi clave: la proliferación de influencers y figuras públicas con agendas ocultas que buscan espacios gratuitos en programas de entrevistas o artículos de opinión. Se presentan como expertos, opinan sobre temas que ni entienden y, peor aún, difunden información errónea buscando manipular la opinión pública. Es un quilombo, diay. Uno siente que ya no puede confiar en lo que escucha.
No digo que todos los influencers sean malos; algunos aportan contenido valioso e interesante. Pero hay tantos que se dedican a repetir mantras políticos, a atacar a sus oponentes sin fundamentos, que uno se desespera. Y lo más grave es que muchos de estos personajes cuentan con el apoyo de empresas o partidos políticos que les pagan generosamente por promocionar sus ideas. ¡Qué descaro!
El problema es que los medios, a veces, se dejan llevar por la fiebre de las visualizaciones y los clics. Un video viral, aunque esté lleno de falacias, genera ingresos publicitarios, así que no importa si la información es verídica o no. Esto crea un círculo vicioso donde la verdad queda relegada a un segundo plano y la manipulación campa a sus anchas. Es una espiral descendente que nos aleja cada vez más de un debate constructivo y razonado.
Pero no todo está perdido, chunches. Aún existen periodistas comprometidos con la ética y el rigor periodístico que luchan por ofrecer información objetiva y plural. Son ellos quienes realmente merecen nuestro apoyo y reconocimiento. También debemos nosotros, como ciudadanos, ser más críticos con lo que consumimos y verificar la información antes de compartirla en nuestras redes sociales. ¡Qué nivel de responsabilidad tenemos!
Se necesita urgentemente una regulación más estricta de la publicidad política encubierta en los medios de comunicación, así como mecanismos transparentes para identificar y sancionar a aquellos que difundan información falsa o engañosa. También es fundamental fortalecer la educación mediática entre los jóvenes, para que aprendan a discernir entre fuentes confiables y aquellas que buscan únicamente promover intereses particulares. Esto es un brete nacional, ¡y no podemos seguir mirando hacia otro lado!
En fin, la influencia incontrolada en los medios es un problema complejo que requiere de soluciones urgentes y consensuadas. Ahora me pregunto, ¿cree usted que la actual legislación costarricense es suficiente para proteger la independencia de los medios y garantizar el acceso a información veraz y plural, o necesitamos medidas más drásticas para frenar la avalancha de desinformación y propaganda que nos azota diariamente?
Como bien señala Don Armando González Rodicio en su columna, la entrada a Cartago siempre ha sido un brete, pero ahora parece que también lo es decidir qué voces tienen cabida en el debate público. No es nuevo esto, claro. Siempre ha habido gente intentando meter baza, pero parece que en estos tiempos, con tanta plataforma digital y redes sociales, se han multiplicado como hongos tras la lluvia.
Y ahí viene la carga, mi clave: la proliferación de influencers y figuras públicas con agendas ocultas que buscan espacios gratuitos en programas de entrevistas o artículos de opinión. Se presentan como expertos, opinan sobre temas que ni entienden y, peor aún, difunden información errónea buscando manipular la opinión pública. Es un quilombo, diay. Uno siente que ya no puede confiar en lo que escucha.
No digo que todos los influencers sean malos; algunos aportan contenido valioso e interesante. Pero hay tantos que se dedican a repetir mantras políticos, a atacar a sus oponentes sin fundamentos, que uno se desespera. Y lo más grave es que muchos de estos personajes cuentan con el apoyo de empresas o partidos políticos que les pagan generosamente por promocionar sus ideas. ¡Qué descaro!
El problema es que los medios, a veces, se dejan llevar por la fiebre de las visualizaciones y los clics. Un video viral, aunque esté lleno de falacias, genera ingresos publicitarios, así que no importa si la información es verídica o no. Esto crea un círculo vicioso donde la verdad queda relegada a un segundo plano y la manipulación campa a sus anchas. Es una espiral descendente que nos aleja cada vez más de un debate constructivo y razonado.
Pero no todo está perdido, chunches. Aún existen periodistas comprometidos con la ética y el rigor periodístico que luchan por ofrecer información objetiva y plural. Son ellos quienes realmente merecen nuestro apoyo y reconocimiento. También debemos nosotros, como ciudadanos, ser más críticos con lo que consumimos y verificar la información antes de compartirla en nuestras redes sociales. ¡Qué nivel de responsabilidad tenemos!
Se necesita urgentemente una regulación más estricta de la publicidad política encubierta en los medios de comunicación, así como mecanismos transparentes para identificar y sancionar a aquellos que difundan información falsa o engañosa. También es fundamental fortalecer la educación mediática entre los jóvenes, para que aprendan a discernir entre fuentes confiables y aquellas que buscan únicamente promover intereses particulares. Esto es un brete nacional, ¡y no podemos seguir mirando hacia otro lado!
En fin, la influencia incontrolada en los medios es un problema complejo que requiere de soluciones urgentes y consensuadas. Ahora me pregunto, ¿cree usted que la actual legislación costarricense es suficiente para proteger la independencia de los medios y garantizar el acceso a información veraz y plural, o necesitamos medidas más drásticas para frenar la avalancha de desinformación y propaganda que nos azota diariamente?