Miguel Ángel: Dignidad de Pie en Tiempos de Tormenta Digital

Estudiante Periodismo

Moderador en Noticias
Forero Regular
Mano, ¿quién puede decir que no se ha sentido a veces como si estuvieran echándole el mundo encima? En este país, y a nivel global, las redes sociales han convertido la crítica fácil y el juicio apresurado en el pan de cada día. Uno escribe, otro comenta, y pronto estás marcado sin siquiera tener la oportunidad de explicarte. Pero hay gente que, pese a las tormentas, decide mantenerse firme, con la frente en alto. Hoy quiero hablarles de alguien así, un conocido que ha batallado contra estas mareas de negatividad: mi amigo, el expresidente Miguel Ángel Rodríguez Echeverría.

Las cosas no le han sido fáciles últimamente, ni mucho menos. Además de enfrentar las secuelas de acusaciones injustas que le persiguen desde hace años – una torta tras otra, dirían algunos –, la vida le ha propinado golpes duros. Su querida esposa, Lorena Clare, una mujer de noble corazón que siempre ha puesto el amor primero, está librando una batalla contra el cáncer. Y hace poco, la pérdida de su cuñado Manuel dejó un vacío inmenso en la familia, añadiendo más dolor a una situación ya de por sí complicada. Uno se queda pensando, ¿cómo se hace para seguir adelante ante semejante embate?

Recordemos, además, que la vida de Don Miguel y Doña Lorena ha estado marcada por tragedias silenciosas. Ya sufrieron la irreparable pérdida de un hijo, un dolor que jamás podrán olvidar. Sus sueños políticos se vieron truncados, proyectos empresariales a los que dedicó años de esfuerzo terminaron cerrando sus puertas. Y luego vinieron las acusaciones, las señalamientos públicos, el juicio sin pruebas sólidas. Una campaña de desprestigio constante, alimentada por intereses particulares y agendas políticas turbias. ¿Cómo no sentirse abrumado?

Lo increíble es que, a pesar de todo esto, regresó al país. Podría haberse ido, buscar refugio en otros lugares. Pero eligió quedarse, porque cree firmemente en algo fundamental: la dignidad se defiende de pie, en casa. No huyendo, no escondiéndose, sino enfrentando la adversidad con valentía y transparencia. Un acto de coraje que pocos tienen el temple de realizar. Esa es la vara en la que debemos medirlos.

Ahora, con 21 años de distancia, quieren reabrir un caso que ya fue juzgado y cerrado. No precisamente porque hayan surgido nuevas evidencias, sino por esa mezquina necesidad de cobrar una vieja deuda política. Algunos se aferran a ella con uñas y dientes, como si fuera la solución a sus propios problemas. Aquí radica la diferencia entre Miguel Ángel y sus detractores: él responde de frente, sin evasivas, sin excusas. Le importa demostrar su inocencia y recuperar la confianza del pueblo.

¿Y saben por qué actúa de esta manera? Porque cree. Cree en Dios, en la Virgen, en la dignidad de la verdad. Y, sobre todo, cree en el amor que sostiene su matrimonio ejemplar desde hace más de medio siglo. Su fe no es la de un templo lujoso, sino la de trinchera. Esa fe que se activa cuando todo parece perdido, que te impulsa a seguir adelante cuando ya no ves luz al final del túnel. La misma fe que le recuerda que hay personas que dependen de su fortaleza.

En un país donde se olvida rápido, se castiga con ligereza y se perdona con dificultad, Miguel Ángel se mantiene en pie, no por vanidad, sino por convicción. Su lucha no es solamente suya; es un espejo en el que podemos vernos reflejados. Porque llegará el momento en que la vida nos pondrá a prueba: cuando la salud se tambalee, cuando la injusticia nos toque la puerta, cuando la partida de un ser querido deje un hueco imposible de llenar. Entonces... ¿tendremos el carácter para resistir? ¿Tendremos una fe lo suficientemente sólida para sostenernos sin ceder al rencor? ¿Contaremos con una familia y un amor que nos recuerden quiénes somos realmente?

Lo que Miguel Ángel nos enseña es simple, pero revolucionario en tiempos de ruido digital y juicios exprés: la justicia no es un arma política. La verdadera valentía reside en regresar al lugar donde te acusan y encarar a todos a los ojos, con la frente en alto. La esperanza no es ingenuidad; es una decisión feroz de seguir luchando, incluso cuando todo parezca haber terminado. Hoy, la vida le exige más fuerza que nunca, pero él continúa mostrándonos que la fe y el amor pueden sostener a un hombre, incluso en los días más oscuros. Ahora, digo yo, ¿ustedes creen que en nuestro entorno actual existe suficiente espacio para valorar la resiliencia y la integridad moral como virtudes fundamentales, o seguimos priorizando la velocidad del juicio sobre la profundidad de la reflexión?
 
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