Maes, hay noticias que a uno lo dejan con la boca abierta, de esas que se leen dos o tres veces para ver si uno entendió bien. Y lo que pasó este miércoles en la escuela San Judas Tadeo, allá en Naranjo de Alajuela, es de esas varas que lo dejan a uno frío y pensando un montón. Porque una cosa es una chiquillada, y otra muy, muy distinta, es el despiche que se armó, que terminó con ocho estudiantes intoxicadas y una maestra agredida.
Vamos por partes, para entender la torta. Según la versión oficial del MEP, que soltó el director regional Miguel Sibaja, una alumna de cuarto grado –estamos hablando de una chiquita de unos 9 o 10 años– llegó a la escuela con una gaseosa que no era cualquier gaseosa. Aparentemente, en la casa agarró un frasco de alcohol de 90 (sí, de ese de farmacia para las heridas) y se lo echó al refresco. Ya en clases, con toda la inocencia o malicia del mundo, la repartió entre sus compañeritas. Como era de esperarse, al rato la situación se fue al traste: las niñas empezaron con síntomas de intoxicación, mareadas y sintiéndose fatal.
Y aquí es donde la vara se pone todavía más densa. Cuando la maestra a cargo vio el desorden y se dio cuenta de lo que pasaba, intervino para ayudar. La reacción de la niña que llevó la bebida fue agredirla. ¡Así como lo leen! La chiquita agredió a la educadora. ¡Qué sal! La pobre profe, en medio de su brete de cuidar a los chiquitos, terminó tan mal que tuvieron que mandarla al INS para que la valoraran por los golpes. Uno se queda pensando qué nivel de problemas tiene que tener una niña de esa edad para reaccionar con esa violencia.
Obviamente, se activaron todos los chunches y protocolos. La Cruz Roja llegó rapidísimo y atendió a las ocho estudiantes afectadas y a la maestra. A la educadora y a una de las niñas en condición más delicada se las llevaron de emergencia al hospital de Grecia. Por dicha, ya el último reporte dice que todas están fuera de peligro, pero el susto no se lo quita nadie. Mientras tanto, el Patronato Nacional de la Infancia (PANI) le entró al caso de la menor que provocó todo, para hacer las evaluaciones que tocan. Y diay, es lo mínimo que uno espera, porque esto no es normal.
Al final, más allá del titular y del caos momentáneo, este asunto deja un sinsabor terrible. No se trata de satanizar a una niña de cuarto grado, pero tampoco de minimizar lo que pasó. Esto no es una simple travesura; es una alerta roja gigante. ¿De dónde saca una niña de esa edad la idea de mezclar alcohol en una bebida para dársela a sus compañeras? ¿Qué está viendo o viviendo en su casa para que la agresión sea su primera respuesta ante una figura de autoridad? La institución ya está tomando medidas, pero el problema de fondo parece ser mucho más profundo. Esto trasciende los muros de la escuela y nos obliga a preguntarnos qué está pasando en algunos hogares de este país.
Pero la pregunta del millón queda en el aire: ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Estamos hablando de una simple "chiquillada" que se salió de control o de una señal de alerta gigante que viene de la casa de esa niña? ¿Qué opinan ustedes, maes?
Vamos por partes, para entender la torta. Según la versión oficial del MEP, que soltó el director regional Miguel Sibaja, una alumna de cuarto grado –estamos hablando de una chiquita de unos 9 o 10 años– llegó a la escuela con una gaseosa que no era cualquier gaseosa. Aparentemente, en la casa agarró un frasco de alcohol de 90 (sí, de ese de farmacia para las heridas) y se lo echó al refresco. Ya en clases, con toda la inocencia o malicia del mundo, la repartió entre sus compañeritas. Como era de esperarse, al rato la situación se fue al traste: las niñas empezaron con síntomas de intoxicación, mareadas y sintiéndose fatal.
Y aquí es donde la vara se pone todavía más densa. Cuando la maestra a cargo vio el desorden y se dio cuenta de lo que pasaba, intervino para ayudar. La reacción de la niña que llevó la bebida fue agredirla. ¡Así como lo leen! La chiquita agredió a la educadora. ¡Qué sal! La pobre profe, en medio de su brete de cuidar a los chiquitos, terminó tan mal que tuvieron que mandarla al INS para que la valoraran por los golpes. Uno se queda pensando qué nivel de problemas tiene que tener una niña de esa edad para reaccionar con esa violencia.
Obviamente, se activaron todos los chunches y protocolos. La Cruz Roja llegó rapidísimo y atendió a las ocho estudiantes afectadas y a la maestra. A la educadora y a una de las niñas en condición más delicada se las llevaron de emergencia al hospital de Grecia. Por dicha, ya el último reporte dice que todas están fuera de peligro, pero el susto no se lo quita nadie. Mientras tanto, el Patronato Nacional de la Infancia (PANI) le entró al caso de la menor que provocó todo, para hacer las evaluaciones que tocan. Y diay, es lo mínimo que uno espera, porque esto no es normal.
Al final, más allá del titular y del caos momentáneo, este asunto deja un sinsabor terrible. No se trata de satanizar a una niña de cuarto grado, pero tampoco de minimizar lo que pasó. Esto no es una simple travesura; es una alerta roja gigante. ¿De dónde saca una niña de esa edad la idea de mezclar alcohol en una bebida para dársela a sus compañeras? ¿Qué está viendo o viviendo en su casa para que la agresión sea su primera respuesta ante una figura de autoridad? La institución ya está tomando medidas, pero el problema de fondo parece ser mucho más profundo. Esto trasciende los muros de la escuela y nos obliga a preguntarnos qué está pasando en algunos hogares de este país.
Pero la pregunta del millón queda en el aire: ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Estamos hablando de una simple "chiquillada" que se salió de control o de una señal de alerta gigante que viene de la casa de esa niña? ¿Qué opinan ustedes, maes?