Seamos honestos, mae. Poner un negocio en Tiquicia a veces se siente como querer nadar en dulce de leche: uno le pone ganas, bracea con todo, pero avanza poco y termina pegajoso y frustrado. No es una sensación nueva, pero que una candidata presidencial lo ponga como el centro de su discurso, llama la atención. Natalia Díaz, la ficha de Unidos Podemos para el 2026, soltó una de esas verdades que duelen pero que todo el que ha intentado sacar adelante un proyecto propio ha sentido en carne propia: “Costa Rica no puede seguir tratando al empresario como enemigo”. Y con esa frase, abrió una caja de Pandora que todos conocemos pero que a menudo preferimos ignorar.
La vara es que, según Díaz, el problema no es la falta de ideas o de gente con ganas de pulsearla. El verdadero monstruo es el propio Estado. ¡Qué despiche! Cualquiera que haya tenido que renovar un permiso, inscribir una pyme o simplemente tratar de entender qué le pide Hacienda, sabe de lo que habla. Son filas interminables, formularios que parecen escritos en sánscrito y una sensación constante de que, del otro lado de la ventanilla, hay alguien cuyo único propósito en la vida es encontrar el pelo en la sopa para devolverte los papeles. Díaz lo dice sin filtros: el Estado, en lugar de ser un aliado que te impulsa, se ha convertido en un muro de contención, una carrera de obstáculos que desangra la paciencia y el capital de cualquiera. Es la idea de que el sistema, en su afán de controlarlo todo, se está jalando una torta monumental al asfixiar a quienes, irónicamente, sostienen la economía y generan el brete que tanto necesitamos.
Entonces, ¿cuál es el plan? Porque criticar es fácil, pero proponer es otro cuento. La candidata insiste en un cambio de mentalidad radical. En lugar de un Estado fiscalizador y persecutor, imagina uno que facilite, que acompañe. Habla de simplificar trámites hasta que dejen de ser un dolor de cabeza, de invertir en infraestructura para que llevar un producto de San Carlos a Limón no sea una odisea de siete horas, y de conectar, de una vez por todas, la educación con lo que las empresas realmente necesitan. La lógica es simple: si las empresas piden programadores bilingües, ¿por qué seguimos graduando gente con títulos que tienen poca o nula salida en el mercado actual? La propuesta es dejar de fabricar desempleados y empezar a formar profesionales listos para la cancha.
Dentro de este paquete de ideas, reaparecen temas que Díaz ha defendido desde hace tiempo, como la famosa jornada 4x3. Pero vista en este contexto, deja de ser una simple discusión sobre horarios laborales y se convierte en una pieza más del rompecabezas para modernizar el país y hacerlo más competitivo. Se trata de crear un “clima de negocios predecible”, una frase que suena muy técnica pero que en tico significa: que las reglas del juego estén claras y no cambien cada seis meses con un nuevo reglamento o un impuesto sacado de la manga. Diay, es el anhelo de cualquier persona que invierte su plata y su tiempo: saber a qué se atiene y tener la certeza de que el sistema no le va a meter un susto a mitad de camino.
Al final, el discurso de Natalia Díaz nos deja con una pregunta que va más allá de la política electoral. Nos obliga a mirarnos al espejo como país y a cuestionar si nuestro propio aparato estatal se ha vuelto tan grande y enredado que ahora es el principal freno para nuestro desarrollo. Es una conversación incómoda, porque implica admitir que, tal vez, el enemigo no está afuera, sino en casa, en la burocracia que nosotros mismos hemos creado y alimentado por décadas. La propuesta de un cambio de enfoque es, sin duda, atractiva. El reto, como siempre, será pasar del discurso a la realidad sin que la iniciativa se quede pegada en alguna gaveta de ministerio. Así que, abro el foro para ustedes: más allá de si les cuadra Natalia Díaz o no, ¿creen que el principal freno para que Costa Rica despegue es el propio Estado? ¿O el despiche es otro?
La vara es que, según Díaz, el problema no es la falta de ideas o de gente con ganas de pulsearla. El verdadero monstruo es el propio Estado. ¡Qué despiche! Cualquiera que haya tenido que renovar un permiso, inscribir una pyme o simplemente tratar de entender qué le pide Hacienda, sabe de lo que habla. Son filas interminables, formularios que parecen escritos en sánscrito y una sensación constante de que, del otro lado de la ventanilla, hay alguien cuyo único propósito en la vida es encontrar el pelo en la sopa para devolverte los papeles. Díaz lo dice sin filtros: el Estado, en lugar de ser un aliado que te impulsa, se ha convertido en un muro de contención, una carrera de obstáculos que desangra la paciencia y el capital de cualquiera. Es la idea de que el sistema, en su afán de controlarlo todo, se está jalando una torta monumental al asfixiar a quienes, irónicamente, sostienen la economía y generan el brete que tanto necesitamos.
Entonces, ¿cuál es el plan? Porque criticar es fácil, pero proponer es otro cuento. La candidata insiste en un cambio de mentalidad radical. En lugar de un Estado fiscalizador y persecutor, imagina uno que facilite, que acompañe. Habla de simplificar trámites hasta que dejen de ser un dolor de cabeza, de invertir en infraestructura para que llevar un producto de San Carlos a Limón no sea una odisea de siete horas, y de conectar, de una vez por todas, la educación con lo que las empresas realmente necesitan. La lógica es simple: si las empresas piden programadores bilingües, ¿por qué seguimos graduando gente con títulos que tienen poca o nula salida en el mercado actual? La propuesta es dejar de fabricar desempleados y empezar a formar profesionales listos para la cancha.
Dentro de este paquete de ideas, reaparecen temas que Díaz ha defendido desde hace tiempo, como la famosa jornada 4x3. Pero vista en este contexto, deja de ser una simple discusión sobre horarios laborales y se convierte en una pieza más del rompecabezas para modernizar el país y hacerlo más competitivo. Se trata de crear un “clima de negocios predecible”, una frase que suena muy técnica pero que en tico significa: que las reglas del juego estén claras y no cambien cada seis meses con un nuevo reglamento o un impuesto sacado de la manga. Diay, es el anhelo de cualquier persona que invierte su plata y su tiempo: saber a qué se atiene y tener la certeza de que el sistema no le va a meter un susto a mitad de camino.
Al final, el discurso de Natalia Díaz nos deja con una pregunta que va más allá de la política electoral. Nos obliga a mirarnos al espejo como país y a cuestionar si nuestro propio aparato estatal se ha vuelto tan grande y enredado que ahora es el principal freno para nuestro desarrollo. Es una conversación incómoda, porque implica admitir que, tal vez, el enemigo no está afuera, sino en casa, en la burocracia que nosotros mismos hemos creado y alimentado por décadas. La propuesta de un cambio de enfoque es, sin duda, atractiva. El reto, como siempre, será pasar del discurso a la realidad sin que la iniciativa se quede pegada en alguna gaveta de ministerio. Así que, abro el foro para ustedes: más allá de si les cuadra Natalia Díaz o no, ¿creen que el principal freno para que Costa Rica despegue es el propio Estado? ¿O el despiche es otro?