¡Ay, pata! Quién iba a decir que la época del turrón, las luces prendidas y los villancicos podría llegar a ser... un brete, ¿verdad? Pues parece que cada vez más gente se está dando cuenta de que la Navidad no siempre es el cuento de hadas que nos pintan en las tarjetas navideñas. De repente te comes toda la cena familiar y sientes que te va faltando algo, o simplemente te das cuenta de que no tienes ganas de ir a ningún 'chinaoke'.
Y no es que le perdamos el gusto a la vara de celebrar con la familia, ni mucho menos. Según expertos en salud mental, la presión social para tener una Navidad perfecta, sumada a viejas dinámicas familiares que resurgen como fantasmas del pasado, pueden terminar dejándonos más agotados que felices. Es como si, en medio de toda la algarabía, apareciera una nube negra que nos recuerda que la vida no siempre es color de rosa.
Una psicóloga, que anda compartiendo cositas interesantes sobre el tema en sus redes – la encuentras como @alysapsicologia –, explica que este fenómeno se hace más evidente con los años. Cuando éramos puros, la Navidad era sinónimo de juegos, regalos y vacaciones escolares. Pero cuando nos hacemos ‘mayores’ y tenemos responsabilidades, de pronto nos encontramos organizando cenas, comprando regalos para todos los primos lejanos y tratando de mantener una sonrisa aunque nos duela la cabeza. ¡Qué carga!
Además, hay que echarle la culpa a las familias, ¿eh? Porque a veces, en esos reencuentros anuales, salen a relucir roces y tensiones que estaban guardadas en el cajón desde hace años. Y si eres de los que prefiere evitar la confrontación, eso termina afectándote aún más. Imagínate: vas a pasar las fiestas con la familia, esperando relajarte, y de pronto te ves envuelto en una pelea por quién se comió el último pedazo de natilla. ¡Qué torta!
Pero ojo, que no todo está perdido. La especialista recalca que no hay nada de malo en sentir tristeza o rechazo por las celebraciones. Al contrario, reconoce que a veces es una forma de protegernos de situaciones que nos desgastan emocionalmente. Un poco como cuando le dices a tu abuela que no puedes ir a la cena porque tienes ‘trabajo’, cuando en realidad necesitas un respiro para ponerte las pilas de nuevo.
Y hablando de pilas, a muchos nos pasa que, al final del año, hacemos un balance general de nuestras vidas y nos damos cuenta de que no hemos logrado todo lo que queríamos. Las preguntas sobre el trabajo, los estudios o los planes futuros que hacen nuestros familiares en las reuniones navideñas pueden hacer que sintamos que nos estamos quedando atrás. Ahí es cuando surge la sensación de que todos los demás sí lo están haciendo bien, menos tú.
Entonces, ¿qué podemos hacer? Pues la recomendación es simple: normalizar esas emociones y dejar de lado la idea de que tenemos que ser felices a toda costa en Navidad. Entender que cada quien vive las fiestas a su manera, y que no pasa nada si uno necesita tomarse unas horas para descansar y recargar energías, es un gran primer paso. Abrirnos a conversar sobre esto, precisamente como lo estamos haciendo ahora, ayuda a quitarle presión a la vara de las fiestas.
Ahora dime, ¿y tú qué piensas? ¿Te has sentido alguna vez así, con un bajón en Navidad a pesar de todo el ambiente festivo? ¿Crees que deberíamos cambiar la expectativa de tener que ser inmensamente feliz en estas fechas, o sigues creyendo que es obligatorio mantener una actitud positiva, costara lo que costara?
Y no es que le perdamos el gusto a la vara de celebrar con la familia, ni mucho menos. Según expertos en salud mental, la presión social para tener una Navidad perfecta, sumada a viejas dinámicas familiares que resurgen como fantasmas del pasado, pueden terminar dejándonos más agotados que felices. Es como si, en medio de toda la algarabía, apareciera una nube negra que nos recuerda que la vida no siempre es color de rosa.
Una psicóloga, que anda compartiendo cositas interesantes sobre el tema en sus redes – la encuentras como @alysapsicologia –, explica que este fenómeno se hace más evidente con los años. Cuando éramos puros, la Navidad era sinónimo de juegos, regalos y vacaciones escolares. Pero cuando nos hacemos ‘mayores’ y tenemos responsabilidades, de pronto nos encontramos organizando cenas, comprando regalos para todos los primos lejanos y tratando de mantener una sonrisa aunque nos duela la cabeza. ¡Qué carga!
Además, hay que echarle la culpa a las familias, ¿eh? Porque a veces, en esos reencuentros anuales, salen a relucir roces y tensiones que estaban guardadas en el cajón desde hace años. Y si eres de los que prefiere evitar la confrontación, eso termina afectándote aún más. Imagínate: vas a pasar las fiestas con la familia, esperando relajarte, y de pronto te ves envuelto en una pelea por quién se comió el último pedazo de natilla. ¡Qué torta!
Pero ojo, que no todo está perdido. La especialista recalca que no hay nada de malo en sentir tristeza o rechazo por las celebraciones. Al contrario, reconoce que a veces es una forma de protegernos de situaciones que nos desgastan emocionalmente. Un poco como cuando le dices a tu abuela que no puedes ir a la cena porque tienes ‘trabajo’, cuando en realidad necesitas un respiro para ponerte las pilas de nuevo.
Y hablando de pilas, a muchos nos pasa que, al final del año, hacemos un balance general de nuestras vidas y nos damos cuenta de que no hemos logrado todo lo que queríamos. Las preguntas sobre el trabajo, los estudios o los planes futuros que hacen nuestros familiares en las reuniones navideñas pueden hacer que sintamos que nos estamos quedando atrás. Ahí es cuando surge la sensación de que todos los demás sí lo están haciendo bien, menos tú.
Entonces, ¿qué podemos hacer? Pues la recomendación es simple: normalizar esas emociones y dejar de lado la idea de que tenemos que ser felices a toda costa en Navidad. Entender que cada quien vive las fiestas a su manera, y que no pasa nada si uno necesita tomarse unas horas para descansar y recargar energías, es un gran primer paso. Abrirnos a conversar sobre esto, precisamente como lo estamos haciendo ahora, ayuda a quitarle presión a la vara de las fiestas.
Ahora dime, ¿y tú qué piensas? ¿Te has sentido alguna vez así, con un bajón en Navidad a pesar de todo el ambiente festivo? ¿Crees que deberíamos cambiar la expectativa de tener que ser inmensamente feliz en estas fechas, o sigues creyendo que es obligatorio mantener una actitud positiva, costara lo que costara?